De entrada aviso que este artículo ha sido inspirado en unas vacaciones en grupo con un grupo de amigos y conocidos que me han caído estupendamente bien y por lo tanto, lo que diga a partir de aquí, no tiene nada en contra de ellos. Todo al contrario, han sido mi fuente (positiva) de inspiración. Pero vamos a lo que nos interesa: ¿No os habéis preguntado nunca qué nivel de justicia hay en tener la manía de dividir, por real decreto siempre, cualquier comida / salida / copa de tarde a partes iguales? De acuerdo que es uno señal inequívoca de sentido de la comunidad y la igualdad para todo el mundo sin embargo, ¿a quién beneficia realmente? El comunismo empezó por un sentido de equivaler las clases y los ejemplos del pasado reciente nos confirman que la cosa degeneró. No hay que entrar en "y el capitalismo tampoco". Aquí de lo que se trata es ver la realidad sin entrar en comparaciones.

Siempre me he preguntado si acabo pagando menos dividiéndolo todo por igual y las pocas veces que lo he comprobado he corroborado que no. Tenéis que saber que soy abstemia y eso ya reduce un alto porcentaje de coste añadido a las comidas y cenas pero, para no ser el perro verde de la mesa, una calla y piensa "venga va, no viene de aquí", "ahora no te pongas papista que seguro que son cinco euros como mucho". Y sin intenciones de querer hacer la metamorfosis al Nuñismo, una se da cuenta de que va acumulando cinco euros de aquí y de allí con los cuales, al final, puedes comprarte como mínimo diez camisetas en el H&M o apadrinar un orangután en África por una cuota simbólica trimestral. Y en la vida, el dinero cada uno se lo gasta como quiere.

Considero que esta reflexión se debe producir en la intimidad de muchas personas que empiezan a estrenar la treintena pero todavía no lo han expresado al resto del grupo. Anteriormente, recuerdo que las pizzas Tarradellas igualaban a las personas, sabíamos los márgenes de costes con que nos movíamos y hacíamos un abuso de los "Yo Pongo" famosos que nunca han llegado a catalanizarse. Como mucho, había la típica lista que ponía el pan con tomate y un fuet Hacendado mientras servidora se presentaba con la tortilla de patatas y jamón del bueno de la charcutería del barrio pero es un sesgo que no marcaba mi economía ni el Carné Joven de entonces. De hecho, la tortilla me la preparaba mi madre y el jamón le robaba de su nevera. En cambio ahora, teóricamente con más independencia y emancipados u olfateando la emancipación, nos gusta ir de sibaritas.

Ya no nos conformamos con las cenas en casa de forma frecuente y vamos a restaurantes donde, aparte de sumar las estafas de ciertos precios expuestos en la carta, añades los de tus amigos. No entraré en la manía de compartir todos los platos que al final te queda un trozo más pequeño que el caramelo que consumieron en la película El Pianista antes de ir a una cámara de gas... En los tiempos de pandemia que estamos viviendo todavía me sorprende cómo podemos ir repartiendo entrantes, primeros y postres. Seguimos. No entro pero es bien cierto que siempre hay el típico listo (antes lista que llevaba el pan con tomate y un fuet Hacendado), que aprovecha el pago igualitario para todo el mundo y se pide un entrecot de 120 euros el kilo. Eso sí, tiene el detalle de decirte si quieres probar un trocito cuando te lo sirven en el plato. Y servidora, que quizás sólo quiere una ensalada caprese con una burrata de calidad o una berenjena rellena con leche de coco, mira la diferencia de precios y decide compensarlo.

La solución más frecuente y nada acertada es empezar a pedir más o cambiar el plato por uno más caro: lenguado, ensalada pero también un revuelto de setas o hacer postres a pesar de estar a dieta. Al final acabas pagando más y sales inflada como una vaca. Pero satisfecha porque piensas "bien, él también me ha pagado la broma". Y aquí es donde se produce el error. En una era donde hablamos de jilipolleces por whatsapp, ¿tanto cuesta comunicarse y decir lo que es de justicia poética anunciar?: "El entrecot con carne de una vaca que ha recibido masajes mientras pacía te la pagas tú". Y dividimos como es debido y aquí paz y después gloria.

Somos la generación que mejor lo tenemos para conseguir el máximo rigor económico para cada uno. Las aplicaciones de los smartphones nos lo ponen fácil. Últimamente he conocido Splitwise: lo paga uno y después divide a partes iguales entre los que han estado. Eso sí, te da la opción de escoger quién tiene que pagarlo y quién no. Por no hablar del famoso Bizum o Verse: transferencias sin coste y al momento que te hacen devolver el importe que un amigo o amiga te haya abonado en el restaurante en cuestión. Aquí, de lo que se trata realmente, es de coger la calculadora del móvil (ni hay que descargarla porque ya venía incluso en el Nokia 3330) y antes de ir a la app de turno hacer una suma, una resta o una división y aproximarse, tanto como se pueda, al sentido de la justicia individual.