Contacté con Óscar Martínez ahora hace un año, coincidiendo con la publicación de Los muertos y el periodista (Anagrama, 2021), ensayo, obra mayúscula, sobre su trabajo como cronista de sucesos en El Salvador. Dominado y controlado en todos sus estratos por las pandillas Mara Salvatrucha y Mara Barrio 18, el centroamericano es uno de los países más violentos y peligrosos del mundo. Creo que por aquel entonces, Martínez, uno de los periodistas más brillantes de su generación, estaba en México, cubriendo el camino de la migración latinoamericana hacia los Estados Unidos, destapando las mafias que mercadean con las vidas y sueños de los migrantes. O tal vez había vuelto a su país, para explicarnos, con ese lenguaje suyo, brevemente lacerante como un cuchillo de carnicero escribiendo un mensaje en Twitter, poderoso como un crochet del más temido de los pesos pesados; la crónica negra que desde hace décadas monopoliza el flujo informativo salvadoreño. Nos intercambiamos tres o cuatro mails. Quedamos que le llamaría para entrevistarle. No contestó. En el siguiente correo se disculpó. Quedamos que le enviaría las preguntas por mail. Ya no volví a saber nada de él. Llegué a pensar que había sido asesinado por algún pandillero irado por alguno de sus artículos o por algún policía corrupto al que había descubierto y denunciado en alguno de sus reportajes en Elfaro.net, el diario del que es el jefe de redacción.

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Pasaron los meses y, soy sincero, me olvidé de Óscar. Hasta que rastreando en mi biblioteca algo que leer estas vacaciones, volví a toparme con Los muertos y el periodista. Lo devoré cuando cayó en mis manos el septiembre de 2021. Le volví a escribir. Horas más tarde recibí su respuesta. "Perdón por la demora. Te lo debía. Van mis respuestas. Perdón si me dejé errores. Tecleé de una. Abrazo". Óscar Martínez no estaba muerto. Estaba ocupado con su motor esencial: el periodismo.

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Portada de Los muertos y el periodista de Óscar Martínez

Leed hasta el final

'Lea o abandone', nos advierte Óscar Martínez ya en el título del primer capítulo de Los muertos y el periodista. Y entonces se confiesa. "Si aquella noche de domingo 16 de abril de 2017 yo no hubiera aparecido en el cantón Santa Teresa, quizá Herber no habría sido asesinado a machetazos en la cara; quizá Wito no habría sido decapitado; quizá Jessica no habría tenido que huir. A Rudi, a ese si, creo que lo habrían matado de cualquier forma". 

¿Cuántas veces te has preguntado qué hubiera pasado si aquella noche del 16 de abril de 2017 no hubieras aparecido por el cantón Santa Teresa?
Incontables veces. 

¿Qué crees que hubiera pasado?
Que incontables veces me preguntaría qué hubiera pasado si aquella noche del 16 de abril de 2017 sí hubiera aparecido en el cantón Santa Teresa.

El Salvador pasó de sobrevivir a la devastadora guerra civil que entre 1979 y 1992 enfrentó a la Fuerza Armada de El Salvador (FAES) y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), a sufrir desde entonces esa guerra no declarada entre las pandillas, muy especialmente las maras Salvatrucha y Barrio 13, a su vez en guerra entre ellas, y las fuerzas del orden; policía y ejercito representados por unos agentes que en muchos casos también actúan como clanes criminales al margen de la ley. Un conflicto sin tregua que lejos de aminorar su intensidad, pervive en su crueldad y devastación. De hecho, El Salvador se encuentra desde finales de marzo en régimen de excepción como medida para combatir a las pandillas. En este tiempo, el Gobierno del país centroamericano ha reportado 50.270 detenciones. Los familiares de muchos de estos encarcelados han denunciado la arbitrariedad de los arrestos. No hay firma que explique mejor este escenario que Óscar Martínez. Lo descubriréis leyendo (no lo abandonéis) Los muertos y el periodista, su (tan) estremecedora (como necesaria) radiografía de las entrañas de la sociedad salvadoreña. Un libro que, tal como me cuenta por email, surgió de la necesidad orgánica de trascender a su país y su malsana dinámica potenciada por el confinamiento por la Covid. "Salvo las salidas a reportear, el día entero consistía en dirigir desde la computadora un equipo de investigaciones especiales en un país obsesionado con su figura política más trascendente desde la firma de los Acuerdos de Paz: el autócrata Nayib Bukele. Aquel encierro, aquel ensimismamiento nacional en un solo hombre y sus aciertos y desvaríos, me empujaron a pensar más allá, más atrás, a recoger esencias olvidadas". De ahí surgió la revisión de las libretas periodísticas que Óscar Martínez había estado llenando durante 13 años de cubrir exclusivamente violencia desde Centroamérica, pasando por México, hasta las comunidades indocumentadas en Estados Unidos. De estos blocs salió el libro. De ahí y de retomar un caso. "El trágico, terrible, miserable caso del asesinato de tres de mis fuentes". 

Para desaprender la violencia es necesario entender la paz. ¿Suena sencillo, no? Y es bien complejo

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Óscar Martínez, un periodista que prefiere ser honesto a ser querido

Hablando con el periodista que mira al abismo

El Salvador, leyendo tu libro, parece encontrarse una encrucijada, unos matan (la policía y el ejercito) para defenderse de aquellos que dicen que los matan a ellos (los pandilleros). ¿Hay solución al problema?
La hay, sin duda. Pero no creo que asome por ningún lado. Actualmente, el país tiene las tasas más bajas de homicidios de su historia reciente. El presidente actual ha logrado una reducción enorme, histórica, pero utilizando las mismas herramientas de siempre: pactos con las pandillas y, tras el fracaso de ellos, represión a niveles nunca vistos. Si algo he aprendido de lo visto en estos años es que esas soluciones son pírricas, se agotan pronto. Para desaprender la violencia es necesario entender la paz. ¿Suena sencillo, no? Y es bien complejo. Enseñar paz ha de ser muy complejo. Eso es algo que creo que los políticos salvadoreños, tan preocupados por las próximas elecciones, nunca entendieron. A puros balazos y capturas y cárceles no se resuelve la violencia, al menos no de forma estructural. 

En este sentido, en el libro te preguntas por qué matan, pero también te cuestionas... ¡Por qué no matan más!
Hemos dejado tan poco a tantísima gente. Hemos asumido que eso es normal. Hemos asumido que con ese salario, con el que yo no comería un día, la trabajadora doméstica y su familia sí que pueden comer un mes. Hemos asumido que con esos sueldos mínimos hay vida, y que con esas escuelas públicas y hospitales públicos de mierda, apestosos, esa gente aprenderá y se curará. Celebramos la migración y las remesas, pero olvidamos de las violaciones en las breñas y las mutilaciones en el tren que sortearon esas personas para luego enviar un televisor. El día que toda esa gente maltratada se entere, y ojalá que llegue ese día, que se pinche la burbuja… No sé. Ese día habrá mucha ira. 

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Miembros de la mara Salvatrucha en una prisión de El Salvador / Foto: Europa Press

Los muertos y el periodista es un libro pero en realidad son muchos a la vez
Siempre fui muy metódico para estructurar mis libros, menos esta vez. Con El Niño de Hollywood, por ejemplo, junto a mi hermano Juan, trabajamos semanas en una estructura que luego rearmamos varias veces, pero que siempre funcionó como una biblia del proceso. Sabíamos de dónde a dónde íbamos y cuándo llegaríamos al final, a pesar de que la escritura, como la lectura misma, siempre te sorprenda con sus recodos cuando ya se está en el camino. En Los muertos y el periodista, tal como queda escrito en las primeras páginas, una noche -porque lo escribí de noche- empecé a escribir como poseso y, tras editar -siempre de día- me quedé con una idea: probaría, al menos al inicio, tomar una idea o un hecho, un punto de partida de la experiencia cubriendo violencia, y explorar escribiendo. Claro, siempre rodeado de las 18 libretas revisadas, catalogadas, etiquetadas. Siempre con un marco amplio de estructura: capítulo del relato central complementado por recuerdo-anécdota de los años de cobertura. Siempre fue un libro, pero en las primeras 50 páginas no habría podido responderte qué libro con exactitud. 

Creí, y sigo creyendo, que tenía algo interesante que decir tras 13 años de mirar fijamente al abismo

Este libro también es una gran reflexión sobre nuestro oficio: el periodismo?
Sí. No matizaré esa parte y ese acto de amor propio: creí, y sigo creyendo, que tenía algo interesante que decir tras 13 años de mirar fijamente al abismo. Los capítulos titulados “recuerdos” en el libro son eso: el extracto de lo que supe. 

A qué conclusiones llegaste sobre nuestro cometido?
Esa respuesta prefiero darla de forma personal y no como lección para una imaginaria audiencia de colegas del mundo. Mi respuesta personal, complejizada en el libro es esta: para visibilizar a cierta gente y para ser obstáculo de otra gente. Para visibilizar y para joder. Para eso, dicho en pocas palabras, lo digo mejor en el libro. 

Me sorprendió la capacidad de adaptarme al desencanto, a la pérdida del romanticismo permanente que tenía antes, a aquella veneración dogmática por el periodismo

¿Cómo ha evolucionado tu concepción, tu ideario del oficio a lo largo de los muchos años ya que lo vienes practicando?
Metodológicamente, lo normal: he aprendido más. Pero no me ha sorprendido el proceso. Más haces, más sabes. Me sorprendió la capacidad de adaptarme al desencanto, a la pérdida del romanticismo permanente que tenía antes, a aquella veneración dogmática por el oficio. Ahora soy más cínico para entender lo que hago, más realista para asumir sus limitados alcances, más iracundo ante el momento que vivimos, el de la expansión de la estupidez a través de las nuevas herramientas, que no solo se pueden ocupar para ser estúpido, pero que usualmente se ocupan para ello. Me gusta menos el periodismo, pero sé hacerlo mejor que antes. Me hiere más este oficio, pero así está bien, no pienso dejarlo.

Uno de los hechos narrativos a destacar es que te situas com sujeto activo del relato. Pero no es un yo que busque protagonismo, sino un yo que se plantea constantemente todo. Es cómo si este libro te hubiera servido como un ejercicio de exorcismo.
Lo hizo, claro que lo hizo. Hay capítulos donde digo cosas que me avergüenzan. Hay capítulos donde me insulto. Hay capítulos donde creo que atiné. Mi voz y mis reflexiones, más allá del elemento técnico de la narrativa, no están para que gusten o no a los lectores, sino para desvelarme, desnudar mis dudas, certezas y tormentos. Ser honesto era la misión, no ser querido.

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El gobierno de El Salvador ha practicado más de 50 mil detenciones de supuestos pandilleros en los últimos seis meses / Foto: Europa Press

Usas un lenguaje lacerante, como buscando el impacto en el lector.
Siempre he creído que un golpe preciso es más memorable que una caricia. Siempre he creído que la rabia es más potente que la empatía. 

¿A quién va dirigido el libro? Porque imagino que te gustaría que  llegara a los estratos más humildes de El Salvador, ahí donde surgen los pandilleros.
Me he hecho esa pregunta varias veces. Si pudiera elegir a mis lectores, ¿a qué lectores elegiría para este libro? No sé responderla de manera contundente, pero sé que quiero a políticos en ese grupo. A los que se creen parte del pueblo trabajador, luchador, valiente, y todas esas tonterías demagógicas que dicen, pero también a los que defienden con las uñas y los dientes al estatus quo. 

Las clases acomodadas.
Sin duda alguna. Me encanta la idea, quizá ingenua, de ensuciarles un tantito la noche.

¿Cuántas veces has temido por tu vida?
Muchas veces en varios países. 

Dirijo la redacción de un medio que entiende como un mandamiento en piedra que al poder se le vigila y no se le aplaude

Ahora estás no amenazado pero sí acosado por vuestro presidente Nayib Bukele y sus seguidores, que son muchos porque es alguien extremadamente popular.
A los autócratas no les gusta la crítica. A los autócratas los define el control total. A los autócratas les humilla ser descubiertos. Y él es un autócrata. Y yo soy parte de un medio, El Faro, que nunca ha sido cómodo al poder, nunca. Porque dirijo la redacción de un medio que entiende como un mandamiento en piedra que al poder se le vigila y no se le aplaude. 

¿Vale la pena todo este sacrificio por un oficio como el del periodismo?
Para mí, sí, vale la pena. Sigue siendo una posibilidad: cambiar algo, cambiarlo de una vez. Sigue siendo una aventura, como decía Guillermo Prieto: la posibilidad de ver el mundo en primera fila, aunque el espectáculo estos años haya sido nefasto. 

Si un día dejo de creer que un buen reportaje es capaz de cambiar un poco el mundo, entonces al carajo

¿El día que decidas callarte, no contarlo todo, si jamás pasa, será el día de dejarlo?
Creo que si lo dejo un día será más por hartazgo y rabia. Si un día dejo de creer que un buen reportaje es capaz de cambiar un poco el mundo, no de la forma que yo quiero, ni de cerca a la velocidad que pretendo, pero sí un poco, sí a alguna persona, sí tantito, como dicen en México, si dejo de creer eso, entonces al carajo. Cierro redes sociales -que me encantaría- y me pongo a explorar si me sale una novela. 

En el libro te preguntas muchas veces qué comerán los protagonistas de tu relato. Y tú, ¿qué comerás hoy?
Estoy editando. Pronto publicaremos.