A ver cómo lo decimos. Emili Rambla es una novela extraña. Y no porque sea la primera que publica Roc Milà, que eso es secundario. De hecho, el manual del reseñista indica que ante una primera novela es lícito usar el lugar común de “tiene los problemas característicos de las primeras novelas”. Pero es una frase perezosa, un poco una tontería y, bien mirado, no aplica al caso que nos ocupa. Emili Rambla, para el lector contaminado por la sociología bizarra de la catalanidad, es un libro que te hace viajar por tus propios prejuicios: empieza confirmándolos, realiza un gran esfuerzo lleno de gracia y talento por rebatirlos durante toda la narración y acaba devolviéndote al punto de partida.
Emili Rambla, para el lector contaminado por la sociología bizarra de la catalanidad, es un libro que te hace viajar por tus propios prejuicios: empieza confirmándolos, realiza un gran esfuerzo lleno de gracia y talento por rebatirlos durante toda la narración y acaba devolviéndote al punto de partida
Es necesario advertir que Emili Rambla surge de un ambiente y una capillita concreta de la intelectualidad catalana. Apadrinado por Marina Porras y Enric Vila, Roc Milà es uno de esos chicos de Casablanca de una extracción sociocultural bastante definida, muy barceloneses y muy perdidos en sus cavilaciones redentoras. Por mí, ningún problema, ¿eh? Articulan lo que debe de ser nuestro pensamiento cultural más original y divertido, seguro que tienen razón en todo y son una parte activa y rebelde de la resistencia al invasor colonial. Todo esto se traduce en unas trazas de estilo distintivas: sentenciosos, horoscópicos y autoconscientes hasta el paroxismo, subordinan el factor artístico al cumplimiento de su programa político-cultural, que es un tanto despótico y nietzscheano, hay que decirlo. Aborrecen el cinismo, pero, como individuos bien adaptados a la supervivencia urbana, les molesta menos la hipocresía.
No hay nada más estimulante que leer a alguien con quien no estás de acuerdo, suspender la incredulidad y dejar que te gane poco a poco
De todo esto, en Emili Rambla hay, pero no tanto como se podría esperar. Por ejemplo. La primera frase del libro ya te pone en alerta: “El impulso más egoísta que se puede tener es el de querer hacer un mundo mejor. El arte, el amor, la política o los hijos —todas las cosas que perduran— se han hecho casi siempre con esta intención”. Es una afirmación bastante discutible (falsa), pero tiene la virtud de obligarte a leer lo que viene a continuación a la contra, como la confesión de un personaje que “se protege tras el cinismo y la arrogancia”. Es un ejercicio mental que se agradece, sobre todo ante la tendencia contemporánea de escribir para complacer al lector y confirmarle sus sesgos. No hay nada más estimulante que leer a alguien con quien no estás de acuerdo, suspender la incredulidad y dejar que te convenza poco a poco. Milà parte de este primer capítulo, que genera un rechazo inasible, para ir agarrándose a los pliegues blandos del alma catalana que se siente atacada y expulsada de su espacio natural.

Descenso al infierno del desarraigo
No puedo decir que no lo consiga. El autor teje una trama densa y triste, como una gran alegoría del viaje de redención de ese espíritu del barcelonés auténtico, que te va atrapando a base de talento e insistencia. Esta trama se puede resumir en la historia de un joven huérfano y perdido, una especie de Ulises de andar por casa, y un descenso al infierno del desarraigo, pero eso es lo de menos. Lo que importa es que Roc Milà escribe muy bien. Tiene una inteligencia narrativa inusual, un gusto por el realismo mágico de inspiración calderoniana y una capacidad indiscutible para colocar imágenes originales, deudoras de la mejor tradición vanguardista nacional, de J.V. Foix a Sisa. Es verdad que en ciertos puntos tanta concatenación de metáforas y dobles lecturas puede empalagar, como en el caso del “programa de reinserción de tanques”, al que acude el protagonista en su momento más bajo, y que es una sátira demasiado pornográfica de los vendidos al colonizador que entró con estas máquinas destructoras por la Diagonal.
Tiene una inteligencia narrativa inusual, un gusto por el realismo mágico de inspiración calderoniana y una capacidad indiscutible para colocar imágenes originales, deudoras de la mejor tradición vanguardista nacional, de J.V. Foix a Sisa
La novela, que tiene unos aires inevitables de posguerra, desemboca inevitablemente en un cierto supremacismo sano y en una acción semiviolenta —o de violencia accidental— contra el invasor que impide que los barceloneses de cultura catalana puedan realizarse en su propia ciudad. Como dice Emili Rambla (o Roc Milà, no se sabe): “Cualquiera que luche por alcanzar un mundo que en apariencia aún no existe, necesita hechos, agujeros, sangre; conquistas que comporten un cierto riesgo y una cierta violencia”. Amén a eso. Lástima que la construcción tan cuidadosa de este antihéroe, que representa tan bien la voluntad contemporánea de los catalanes de dejarse atropellar por la Historia, acabe, como decía al principio, con un regreso forzado al ideario programático y una llamada un poco impostada a la esperanza, no muy coherente con la evolución natural de los acontecimientos. Pero bueno, no se le puede pedir a la juventud que se entierre en vida.