Esta semana he leído Com ser ambaixador d’un país sense ambaixades (Editorial Pòrtic) de Carles Torner. El libro se organiza en forma de decálogo, recogiendo el conocimiento acumulado a través de la experiencia laboral del autor. Carles Torner tiene una dilatada trayectoria en el ámbito internacional. Comenzó en los años ochenta formando parte de asociaciones de estudiantes y de escritores reconocidas por la ONU y la Unesco. Fue director del programa de literatura del Institut Ramon Llull cuando la cultura catalana fue invitada de honor en las ferias de Frankfurt y Guadalajara y, en general, es un hombre que ha viajado mucho. Su libro, sin embargo, no explica ese mundo, porque parte de una noción desdibujada del poder y la geopolítica, y de los peores planteamientos ingenuos que alimentaron el procés.

Confundir deseo con realidad

Pocas veces sucede que el título de un libro sea tan explicativo de lo que lo articula, pero en Com ser ambaixador d’un país sense ambaixades lo que ves es lo que hay. Y lo que hay es una idea que parte de una renuncia: no tener embajadas. Y una idea que se resuelve desde una ficción: ser embajador de un país que no tiene embajadas. Esto, que ya levanta sospechas del peor de los “procesismos” –el que cree que las actuaciones internacionales de Pompeu Fabra, J.V. Foix, Mercè Rodoreda o Carles Riba en los años veinte y treinta son victorias netamente políticas–, se confirma en el cuerpo del texto. Este punto de partida de tono derrotista es la idea troncal de un decálogo para el activismo que, sin ninguna autocrítica seria sobre por qué Catalunya aún no tiene embajadas reales, acaba convirtiendo la liberación nacional en una batalla que supuestamente se puede ganar con sentimentalismo, literatura y buenas intenciones.

Pocas veces sucede que el título de un libro sea tan explicativo de lo que lo articula, pero en Com ser ambaixador d’un país sense ambaixades, lo que ves es lo que hay

A todo esto se le suma la noción de fondo de que el mundo es favorable a los catalanes. Que "el món ens mira", vamos. Que el mundo lee un gran discurso sobre la lengua catalana en tal organismo internacional como una victoria política del movimiento independentista. Confundir deseo con realidad –y confundir la mera simpatía de quien no te trata con la brutalidad de los españoles con complicidad– fue una de las ingenuidades que hizo creer a los catalanes que con portarse bien y tener razón bastaba para conseguir separarse de España. Pero una embajada no se consigue a base de tener razón y superioridad moral. Ni con poesía ni con una mirada dulzona y empalagosa sobre el papel que debe tener la literatura. Es cierto que Carles Torner tiene un currículum internacional que podría avalar ciertos argumentos, pero el país ha cambiado, y hay aproximaciones bucólicas e incluso infantiles a la geopolítica que, después del batacazo de 2017, ya no tienen cabida.

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Cubierta del ensayo de Carles Torner Com ser ambaixador d'un país sense ambaixades

Cuesta dejarse llevar y leer sin confrontación ideológica constante Com ser ambaixador d’un país sense ambaixades. Aceptar su planteamiento es un gesto político de aceptación de unas ideas que nos llevaron por el peor de los caminos. Porque no es lo mismo decir “¿cómo ser embajador de un país sin embajadas?” que “¿cómo conseguir tener embajadas?”. En este matiz hay un conformismo disfrazado de activismo que, en realidad, justifica el hecho de no tener embajadas. Porque las embajadas simbólicas, en realidad, no existen. Y aunque los gestos y los símbolos son importantes para envolver e identificar, no es lo mismo una palmada compasiva en la espalda del extranjero que te aguanta el discurso independentista que una embajada en el centro de París, o de Berlín, o de Londres, o de Roma.

Una embajada no se consigue a base de tener razón y superioridad moral. Ni con poesía ni con una mirada dulzona y empalagosa sobre el papel que debe tener la literatura

No es lo mismo un gran discurso sobre literatura que un edificio plantado en el centro de una capital europea con una senyera y soldados del ejército catalán en la puerta. Y como no es lo mismo, cualquiera que intente asimilarlo parte de un postulado desmoralizador. Yo no quiero ser embajadora de un país sin embajadas: yo quiero embajadas de Catalunya repartidas por todo el mundo. Y quiero para mi país todo el poder simbólico y real que eso conlleva. Sin sucedáneos conformistas, sin anestesias románticas, sin tener que hacer de activista para compensar lo que por la vía del poder, la ambición y la confrontación reales la clase política no ha querido lograr. Com ser ambaixador d’un país sense ambaixades me ha hecho pensar que no se puede escribir ni hablar del país como si el inmovilismo internacional de los años del procés y el infantilismo con el que desde Catalunya decidimos mirarlo no hubieran ocurrido.