Al no avezado en la historia del pugilismo celtibérico, el nombre “Dum Dum” puede sonarle a personaje de dibujos de Hanna-Barbera. Quizás un hijo brutote de Betty y Pablo Mármol, o bien un compinche del Oso Yogui en el tirón de cestas en el parque de Yellowstone. De hecho, no iría del todo equivocado. En los años 60, José Luís “Dum Dum” Pacheco formó parte de aquello que en El Caso denominaba las “bandas infantiles”, de una de las más violentas de Madrid, y con tan solo 16 años dio con sus huesos en Carabanchel por dar tirones de bolsos. La editorial mallorquina Autsaider Cómics reedita Mear sangre, sus memorias carcelarias, a la vez que un relato de redención a través del boxeo como campeón español de peso welter. Y lo hace con un diseño muy chulo y contenidos extra a precio de risa, oigan, pues el libro se publicó originalmente en 1976 —cuando Dum Dum contaba 27 años y estaba en el punto álgido de su carrera deportiva y mediática—, y desde entonces se ha convertido en objeto de culto para coleccionistas a precios desorbitados.

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Mear sangre a golpe seco de imprenta. Foto: Autsaider Cómics.

Mullet al viento suburbial, insalubres tejanos acampanados marcando paquetorro (‘Moose Knuckle’, le llaman al ‘Camel Toe’ masculino), botines de tacón cubano, sirlas y salvajes persecuciones a bordo de un ‘cuatro latas’ robado conforman el imaginario de la delincuencia juvenil tardofranquista, acompañado por la aleación de funk y Los Chunguitos de banda sonora. Pero nuestra historia comienza más de una década antes, a mediados de los años 60, y más bien lleva de fondo la voz de Camilo Sesto. José Luís Pacheco (1949), nacido en una chabola de Lavapiés, antes de convertirse en el célebre boxeador Dum Dum Pacheco, fue un activo miembro de los “Ojos Negros”, una de las muchas bandas que proliferaron por las calles de la piel de toro a raíz de West Side Story (del 1961, pero estrenada en Barcelona en 1962 y en Madrid en 1963). Los Ojos Negros —vestidos con chupas de cuero negro, cadenas y gafas oscuras— se dedicaban a dar tirones, robar coches y extorsionar a los propietarios de discotecas. A pesar de los ojos azules del famoso cantante alcoyano, los Ojos Negros fueron los protectores de Los Dayson, su banda por aquel entonces, que amenazaban a los gerentes de los clubes madrileños para que contrataran al grupo pop.

Una vez en libertad, y entre las doce cuerdas del cuadrilátero, Pacheco se imaginaba que sus rivales eran Carrión, el infame vigilante de las celdas de castigo

El año 1966, siendo un adolescente, entra por primera vez en la masificada e insalubre prisión de Carabanchel acusado de robar una farmacia, y a lo largo de unos tres años irá entrando y saliendo del reclusorio. Allí será víctima de las palizas de los funcionarios, testigo de brutales violaciones y abusos entre presos, pasará meses en inhumanas celdas de castigo, y empezará a boxear en el gimnasio del centro penitenciario. Una vez en libertad, y entre las doce cuerdas del cuadrilátero, Pacheco se imaginaba que sus rivales eran Carrión, el infame vigilante de las celdas de castigo, y así conseguía sublimar su odio y violencia interior en este deporte de caballeros. La noche antes de su debut en Barcelona, el púgil perdió su virginidad con una chica, motivo por lo cual —según él— su rival pudo machacarlo hasta hacerle mear sangre. Esta dolorosa experiencia sirvió, cuanto menos, para dotar a su libro de un título con mucho gancho. Llegados a este lugar (Barcelona) y punto del relato, permítanme un par de viajes atrás en el tiempo. Es el movimiento que en el mundo del boxeo se conoce como “paso atrás”: retrocedemos para golpear más fuerte.

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¿Dum Dum (o Edward Bunker?) en una foto reciente. Foto: Autsaider Cómics

Gran Price, de templo del boxeo a meca hippy

La nochevieja de 1934, en el chaflán entre las calles Casanova y Floridablanca, en un solar anteriormente ocupado por la sala de baile La Bohemia Modernista, abrió las puertas el Gran Price, un teatro y sala de fiestas con capacidad para 5.000 almas que el tiempo convertiría en el templo del boxeo barcelonés. Durante la II República acogió convulsos mítines y actos políticos, y unos años después de la ocupación de la ciudad por las tropas franquistas pasaron a celebrarse matinales de lucha libre y combates de boxeo con los cuales adquirió fama internacional, llegando a ser conocido como “El Coliseo de las Rondas”. En el Price se zurraron de lo lindo púgiles como el melillense Mimoun Ben Alí, Pedro Carrasco o, por supuesto, Dum Dum Pacheco.

Pero hacia finales de los 60s, años antes de la muerte de Paco, el Price colgó los guantes progresivamente para convertirse en una suerte de antecedente de la sala Zeleste, un lugar de encuentro para hippies, fans de la nova cançó y la Onda layetana, con las actuaciones de grupos como Máquina! o Maria de Mar Bonet. El 11 de abril de 1970, un emergente Pau Riba presentó entre aquellos muros el disco Diòptria. El espectáculo, presentado con el nombre “Elèctric Tòxic e Clàxon So”, incorporaba una moto de 750 cc que atravesaba toda la platea hasta el escenario. Unos días después, el 25 de abril del mismo año, se celebró el Primer Festival Popular de Poesia Catalana. El encuentro pasó a los anales como “El Price de los Poetas”, y reunió a las primeras espadas de la rapsodia local: Salvador Espriu, Jordi Teixidor, Joan Vinyoli, Rosa Leveroni, Josep Palau i Fabre, Gabriel Ferrater, Jordi Sarsanedas, Josep Maria Llompart, Jaume Vidal i Alcover... En este antiguo templo del boxeo, jamás se había podido asistir a una paliza tan colosal.

La historia de este mítico local es, de hecho, calcada a la del Salón Iris, el otro templo del boxeo en Barcelona que en los 70 acogió el 1.º Festival Permanente de la Música Progresiva. Ambos locales históricos, asediados por la especulación, fueron adquiridos (¡como no!) por Núñez y Navarro (o ‘Trúñez y Cagarro’), para demolerlos sin piedad y construir sus anodinos bloques de pisos. Décadas antes de esta tragedia inmobiliaria y patrimonial, sin embargo, la noche del 12 de abril del 1916, los púgiles Frank Hoche y Harry Allack se enfrentan sobre el ring del Iris Park ante la atenta mirada de Jack Johnson, el primer campeón mundial afroamericano de peso pesado que lucharía, poco después, contra Arthur Cravan, boxeador, poeta protodadaísta y performer avant la lettre, en la plaza Monumental de Barcelona.

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Foto: ¿Bum Bum Pacheco (o Charles Bronson?) en una foto antigua. Foto: Autsaider Cómics

Cravan vs. Cravan

En el tramo final de su libro, Dum Dum Pacheco escribe: “Ahora mismo no sé si todo lo que he escrito servirá para algo. [...] yo no soy escritor y no tengo ni puta idea de lo que pueda ser útil a los demás y lo que no. [...] Así que el que lo lea que saque las consecuencias que les salgan de los cojones”. Sea escritor el púgil o no (esto no tiene ninguna importancia, puesto que Mear sangre tiene un valor literario, como dice Mary Cuesta en el epílogo, parafraseando a su vez a Jean Dubuffet, “químicamente puro”) hablar de boxeo y literatura, de boxeadores que escriben de su puño y letra (nunca mejor dicho) nos lleva irremediablemente a la espigada figura del enigmático Arthur Cravan, el sobrino de Oscar Wilde.

Isaki Lacuesta recuperó la figura del poeta boxeador en el documental-ficción Cravan vs. Cravan (2002), siguiendo el rastro perdido de sus pasos. Nacido en Suiza en 1887, pero hijo de aristócratas ingleses, Cravan alternó, como decíamos, la ocupación de boxeador con la de poeta precursor del dadaísmo y liante profesional. Antes de establecerse en Barcelona (huyendo de la guerra y de alguna que otra amenaza de muerte), por ejemplo, una vez anunció que se suicidaría en público, lo cual concentró a un gran número de curiosos a los cuales, tras acusarlos de mirones, ofreció una conferencia excepcionalmente detallada sobre la entropía. Después, desafió al campeón del mundo Jack Johnson, apodado ‘El Gigante de Galveston’, en un publicitado combate en la Ciudad Condal. El americano lo dejó KO en el sexto asalto, si bien podría haberlo hecho desde el primer puñetazo, pero Johnson había cobrado dinero por la filmación del combate, estipulando una duración mínima de este. Según el editor y ensayista Bertrand Lacarelle, este combate es el primer «happening» de la historia del arte. Un tiempo después, decidió partir junto a su mujer, la poeta Mina Loy, rumbo a la Argentina, y durante la travesía desapareció misteriosamente en algún lugar del Golfo de México.

Se paseaba por Madrid a bordo de un fardón descapotable con la bandera española pintada en el capó y la palabra “Dum” en cada puerta

Arthur Cravan, en su revista Maintenant, sentenció: “Los imbéciles solo ven la belleza en las cosas bellas”. Dum Dum Pacheco, con su aspecto híbrido entre Edward Bunker, Charles Bronson y el Fary, tras salir de la prisión empezó a recoger éxitos dentro y fuera del cuadrilátero, se alistó voluntario en la Legión y después apareció en películas quinquis como Juventud drogada (1977) o la españolada Yo hice a Roque III (1980). Se hizo popular por subir al ring ataviado con el gorrillo de legionario, y declaraba tener tres ídolos: Hernán Cortés, Elvis y Franco. El mismo Franco bajo las leyes del cual y en las prisiones del cual encerraron, vejaron y apalearon a Pacheco. También apoyó públicamente a Fuerza Nueva, el partido fascista de la Transición a quien la inmensa mayoría de los funcionarios de prisiones estaban afiliados, y se paseaba por Madrid a bordo de un fardón descapotable con la bandera española pintada en el capó y la palabra “Dum” en cada puerta. Pueden imaginarse, pues, que algunos de los pasajes y opiniones que el boxeador regala en sus memorias puedan ser de difícil deglución, aún más a ojos de hoy. Mear sangre es un libro en las antípodas de la corrección política. Una verdad —la suya— escrita sin filtros que el lector o lectora debe disfrutar aparcando los prejuicios. De hecho, a despecho del autor, el libro es, junto a Carne apaleada (1975), de Inés Palou, una de las primeras denuncias escritas por presos comunes de las condiciones de vida en las prisiones franquistas y de la Transición. Los imbéciles no encontrarán la belleza en las páginas de Mear sangre. Lo que les espera, como a todos, es un uppercut directo a la mandíbula.