¿Qué pensarías si te dijera que Doraemon, uno de los personajes más míticos y entrañables de nuestra infancia, un día se convirtió Adolf Hitler en el canal Super3? Probablemente me recomendarías que me hiciera una tila, fuera a dormir, y, por encima de todo, que dejara de mirar vídeos de los Vengamonjas. Lo cierto, sin embargo, es que la escena que acabo de explicar sí que existió. Sin matices. Las imágenes son del episodio 506 (152 en el listado de TV3), La máquina de valorar cuadros, lanzado originalmente el 1981 y recuperado el 2009 por el canal infantil de la Televisión Pública de Catalunya.

La conversión momentánea del gato cósmico en el Führer es sólo una anécdota que sirve de punto de partida para desarrollar la siguiente tesis: ¿estamos sobreprotegiendo a nuestros niños? Mientras desde la CCMA admiten que "hoy en día es impensable que se emita una escena así", Disney envía a la sección de adultos de su canal oficial películas como Dumbo, Peter Pan o Los Aristogatos. En el caso del filme sobre el elefante de orejas prominentes, por clichés racistas evidentes —uno de los personajes se llama Jim Crow, el mismo nombre que tenían las leyes que reforzaron la segregación racial de los EE.UU—; en las dos otras, por criterios que son, cuando menos, discutibles.

En Catalunya, el encargado de velar por la protección de los niños en este ámbito es el Consell Audiovisual de Catalunya (CAC), que tiene una serie de franjas de edad recomendadas —7,10,13 y 18—, horas protegidas —entre las 8 y las 9h y las 17 y las 20h de los laborables y entre las 9h y las 12h de los festivos— y códigos éticos que la CCMA tiene que respetar. La cuestión, explica Dani López —hasta esta semana, director del Super3 y ahora jefe de culturales—, es que estos códigos "son relativamente interpretables". "Todos los capítulos tienen un conflicto, lo qué hay que ver es como este se resuelve. Si empoderas la violencia, el bullying, el acoso o el consumismo pero el desenlace resuelve la problemática, la franja de edad puede ser más baja", apunta.

En cualquier caso, según él, la televisión no sobreprotege las niñas y niños del país. Al contrario. "En los últimos años hemos bajado la franja de edad de muchos de los capítulos que hemos revisado", asegura. ¿Entonces, pues, por qué ya no hay figuras irreverentes como Shin-chan en la parrilla? Los que hemos crecido al mismo ritmo que la crisis inmobiliaria —la generación millennial— recordamos con cariño series como Bola de Dragón, Ranma o el mismo Schin-chan, producciones que hoy en día, por su trasfondo violento o sexual, probablemente no encajarían dentro de los marcos de las ventanas que se ofrecen a los niños. Según López, si los contenidos de la nostra ahora son más family-friendly es por dos motivos: en primer lugar, la inexistencia de un canal juvenil donde verter series más maduras, y en segundo, el filtro que las productoras se autoaplican con el fin de poder vender su material por todo el globo. "Las series se han globalizado y las las productoras quieren llegar a todo el mundo. Si acceden a Netflix o Disney, llegan a todo el planeta, de manera que se han universalizado y tienen un código común", dice. O dicho en otras palabras: la sensibilidad censuradora dominante —la de los Estados Unidos— a menudo establece los límites del que un niño debe o no debe ver.

"Además, antes los canales eran generalistas y ahora se han especializado. Sí que hay algunas series irreverentes, pero tendrías que disponer de un canal juvenil donde verterlas", añade López. En Catalunya, este espacio correspondía al 3XL, desaparecido en el 2012. Aunque la corporación se ha encargado de exteriorizar constantemente su deseo de crear uno nuevo formado para dar cabida a este tipo de material, lo cierto es que, 9 años después de la disolución de su canal juvenil por excelencia, no se ha producido ningún movimiento esperanzador.

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Dumbo, un inocente elefante que, en la película, está rodeado de cuervos xenófobos / Europa Press

Una cuestión de pantallas

La percepción del director del Super3, sin embargo, no la comparte la periodista y escritora Eva Millet, autora de libros como Hiperpaternidad, Hiperniños o Niños, adolescentes y ansiedad, quien defiende firmemente que la sobreprotección generalizada de las familias hacia los niños se ha trasladado a los medios. "Se ha frivolizado el concepto de trauma, parece que cualquier cosa puede traumatizar al niño. Se están menospreciando los niños y su capacidad crítica. Si nos tenemos que poner a censurar cualquier cosa, nos quedaremos sin contenidos", afirma. Y añade: "Nos pensamos que sobreproteger es querer, y no es así. Les estamos sacando herramientas para poder ejercer la capacidad crítica".

Para Millet, sin embargo, el hecho más preocupante es que, mientras los medios pecan de cautelosos, Internet cada vez gana más peso como fuente de entretenimiento —ilimitada en todos los sentidos— de los niños. "En los medios tradicionales impera la corrección política y en los informales reina la ley del salvaje oeste. Medidas como las de Disney sirven para entender nuestras contradicciones: censuramos Los Aristogatos por las connotaciones racistas que se desprenden de un gato siamés con rasgos asiáticos, pero en cambio un niño de 4 años puede ver pornografía o violencia en cualquier pantalla a través de Internet", dice. Si ponemos el foco sobre el caso de Disney, la experta determina que "está bien contextualizar los contenidos", pero avisa de los peligros de poner una venda en los ojos de los pequeños: "Si no dejas que vean según qué, después tienen ansia de transgredir". En este sentido, Millet comulga con la teoría de la universalización de los códigos de López: "En los Estados Unidos tienen una sociedad muy susceptible, propensa a ofenderse, y aquí estamos siguiendo su camino", asegura.

¿Y en las casas, mientras tanto, qué? Responde Mireia Marès, madre de una niña y un niño de 9 y 3 años, y maestra de educación primaria. "Como madre, te das cuenta de que sobreproteges a los niños, pero, a la vez, como docente ves que están demasiado sobreprotegidos. Hoy en día, por ejemplo, algunos padres no los dejan ir de excursión porque no les pase nada", dice. Y con respecto a la animación, pues ni una cosa ni la otra. "Doraemon es machista, en Bob Esponja se hacen bromas salidas de tono y El asombroso mundo de Gumball y otras series de Boing —el canal infantil de Mediaset— son difíciles de gestionar. Yo me había tragado todas las películas de Disney en que al principio de la trama muere la madre, y ahora eso es un escándalo. Así y todo, siempre que sea un contenido que puedas explicar a tu hijo, creo que no pasa nada", afirma. Como Millet, la maestra destaca las contradicciones del discurso censor —"mientras Disney veta, los niños de 6 años juegan al Fortnite (un shooter)"— y, en este caso, también apunta hacia los padres. Censurar es lo más cómodo. El problema es que las familias no hablan con sus hijos y no saben ni las cosas que miran por otros canales".

Volvemos al vídeo del Doraemon nacionalsocialista. El gato cósmico se toma unas pastillas que, a ojos de los nazis, lo convierten en el Führer. Y el soldado uniformado de su lado, como buen nazi, hace el saludo fascista para presentarle sus respetos. ¿Una escena demasiado violenta para un niño? Quizás sí, pero no lo es más que cualquiera de las imágenes que el pasado 12-O se emitieron a los telediarios del país, cuándo un grupo de nazis —y estos de carne y hueso— imitaron el gesto del soldado bajo la estatua de Colón.