El martes de la semana pasada fui a la Sala Beckett para ver la obra de teatro Tu em vas prometre una història d’amor, escrita por Helena Tornero y dirigida por Israel Solà. Era una de las apuestas del Griego, y no me decepcionó nada. Fui un martes, porque ese día dabvan la obra con subtítulos en inglés, y me acompañó mi novio extranjero. Fuera del recinto, antes de que empezara la función, oí italiano, inglés y rumano.
¿Se puede escribir una historia de amor sin más?
Vemos a cinco actores encima del escenario, sentados en una mesa como de oficina. Ester Cort, Fermí Delfa, el Roger Torns y Sandra Pujol. Quieren escribir una historia de amor, tienen el encargo. París, Roma, un chico y una chica, una chica y una chica, un chico y un chico. Sentada entre el público, la actriz Teresa Vallicrosa irrumpe en el escenario: es la madre muerta de la autora (Ester Cort), que quiere que su hija escriba una historia de amor con todas las letras, crítica social aparte. Lo que sigue son improvisaciones, una historia que se crea sobre la marcha. La obra incorpora canciones en vivo, y al final hay una sorpresa que rompe la barrera entre el teatro y la pantalla. La dirección puesta en escena de Israel Solana me ha parecido sensacional, por sencilla y eficiente. Fermí Delfa y Sandra Pujol son el chico y la chica de la historia de amor en cuestión, y están a la altura de las circunstancias: sus personajes crecen a medida que se construye el guion de su asunto. También lo está la madre, con la sabiduría boomer que la caracteriza y que crea el contrapunto a las manías de la hija milenial. La ironía da paso al cuento de hadas autoconsciente, un poco como la saga de las películas de Shrek, y la sonrisa del espectador se ensancha.
Volvemos al cliché romántico, ahora queridamente azucarado, porque la crítica al cliché ya hace tiempo que se ha convertido en cliché
Por su faceta metateatral, Tu em vas prometre una història d’amor está en un poco en consonancia con La tercera fuga que Victoria Szpunberg estrenó hace poco en el TNC: allí también vemos al alterego de Szpunberg mientras escribe la obra que estamos viendo, y también es una autora que se anticipa a lo que los otros pensarán sobre la obra que escribe, sobre los privilegios que tiene o deja de tener. En una línea similar, si bien menos intelectual, la obra de Helena Tornero incorpora la crítica al amor romántico, al capitalismo, a la Navidad, a la gentrificación, y acaba por asumir todo eso y ofrecernos una historia de amor clásico, la que querría oír la madre de la escritora de la Historia. La autora es incapaz de escribir sobre un amor, y la madre muerta interviene agresivamente en el proceso de creación. La madre somos nosotras, es el público que busca la historia que no ha vivido nunca de una manera tan perfecta como querría. "Al fin y al cabo, la vida es corta, es extraña y al final nos morimos" –eso es una frase que dice la madre ante las reticencias de la hija, y dicho esto ya lo hemos dicho todo; de hecho, con una verdad última como esta no solo cualquier romanticismo es superfluo, sino que cualquier crítica social también palidece. Por lo tanto, no tenemos alternativa: tenemos que hacer la historia de amor, aunque sea mentira.

La alegría de asumir el cliché
La obra me ha hecho pensar en la filmografía de Aki Kaurismaki, en su película Autumn Leaves. El cineasta finés siempre añade música en directo a sus películas desoladas, de ambientación casi soviética. Sabe que la música popular, que las letras, son emoción, Kaurismaki también entiende qué quiere al público, una historia tierna llena de imperfecciones, oscura, incluso, pero redonda y radicalmente tierna. Volvemos al cliché romántico, ahora queridamente azucarado, porque la crítica al cliché ya hace tiempo que se ha convertido en cliché. No sé si me explico: afirmar que "el amor apasionado es tóxico" o que "la monogamia heterosexual es patriarcal" ha pasado de moda. No le interesa a nadie. Curiosamente, lo que no ha pasado de moda son el amor apasionado y la monogamia heterosexual. Hay quien verá en todo eso un retroceso, un retorno al conservadurismo, y tienen razón, porque es evidente que el discurso ha cambiado. Pero este giro no está solo relacionado con el ascenso de la ultraderecha global, sino que viene en parte de un agotamiento argumental: ya sabemos que el amor apasionado puede ser tóxico y que la heterosexualidad monógama puede ser patriarcal (aunque a mí siempre me ha parecido que la heterosexualidad poliamorosa es mucho más patriarcal, inconveniente por las mujeres y muy conveniente por los hombres atractivos). La gracia de Tu em vas prometre una història d'amor es que estas cosas que ya sabemos no se obvian, se dicen, porque la autora es una millenial obsesionada en desmitificar las cosas y verles la parte opresiva. La crítica "de izquierdas" se incorpora, pero al final gana la posibilidad de contar una historia de amor. Me ha recordado una entrevista con la antropóloga y poeta Mari Luz Esteban. Es una vasca de izquierdas de una cierta edad. En su poemario La muerte de la madre me hizo más libre y a la entrevista que le hice, Esteban decía que podemos vivir el amor y jugar al romanticismo, incluso a los roles de género: "solo hace falta que sepáis que es un juego", me dijo. No he olvidado nunca aquella entrevista, la serenidad con la que hablaba. La sensación que tuve una vez hecha la entrevista fue parecida a la del otro día después de la función.
Beckett dice sí a la vida a pesar de la falta de sentido, a pesar de la extrañeza, a pesar de los finales felices que tenemos que inventarnos. Mi chico me comentó que todo aquello le recordaba un poco a nuestra historia
A la salida, Beckett nos observa en el restaurante que hay dentro del recinto del teatro. Las reformas del edificio lo han convertido en un sitio encantador, entre industrial y elegante. Beckett, el escritor existencialista y absurdo, el creador de personajes solitarios que buscan algo que no se cumplirá nunca. Beckett era amigo de Joyce, y como Joyce (paradójicamente, también), Beckett dice sí a la vida a pesar de la falta de sentido, a pesar de la extrañeza, a pesar de los finales felices que tenemos que inventarnos. Mi chico me comentó que todo aquello le recordaba un poco a nuestra historia. Se dio cuenta de que me parezco ridículamente a la protagonista de la historia de amor de Tornero, una escritora sentada en un tren que se pelea con un revisor polaco que le pone una multa. Escritora como yo, molesta como yo, extravagante como yo. Las naciones son aquello que solo reconocemos en los otros: es obvio que hay un abanico limitado de maneras de ser y que estas maneras de ser están bastante condicionadas por la cultura, que a su vez está bastante ligada al binomio de la clase y la nación. Todos somos un poco como la madre de la autora, y muchas catalanas somos un poco como Emma de Plats Bruts. Ahora mi novio ya sabe que soy un cliché, como las historias de amor clásicas que todavía queremos ver.