'Es uno de aquellos thrillers que no te puedes perder'. 'Mírala, mírala, mírala'. 'La nueva serie que seguro que te enganchará'. 'La obra de suspense que te seducirá desde el primer momento'. Detrás de sus ojos se ha convertido en la producción de moda de Netflix, una plataforma que en los últimos meses ha dado vida a otros fenómenos de masas como Gambito de Dama, The Crown o Lupin y que, por lo visto, ha encontrado una nueva gallina de los huevos de oro. La receta, eso sí, es la de siempre: intriga, acción y una gran revelación final. Nosotros estamos encantados de comernos la clara, el yema y la cáscara, si hace falta, pero ya se sabe qué dicen: no es oro todo lo que reluce. Detrás de sus ojos tiene puntos fuertes, pero también defectos importantes. Tal como hacen los jefes de pacotilla después de hacer un curso online de coaching intraempresarial, empezaremos por las virtudes y después nos centramos en la crítica más dura.

Lo primero que hay que decir sobre la producción de Steve Lightfoot –basada en la novela homónima de Sarah Pinboroug– es que, sin ningún tipo de duda, consigue aquello que se propone desde el minuto uno: despertar tu interés y atarte de manos y pies hasta que, sin quererlo, te das cuenta de que te has tragado seis capítulos de casi una hora durante un triste y solitario domingo de febrero. Sólo te falta engullir un envase entero de Nocilla para acabar de constatar que la vida puede ser muy decadente. Pero bien, eso es otro tema. No es culpa tuya, como decíamos antes, los magnates de Netflix son todo unos maestros en el arte de retenerte delante de la pantalla. ¿Pero, de qué va, la miniserie?

Detrás de sus ojos explica la historia de Louise (Simona Brown), una madre soltera que se lía con uno de los psiquiatras de la consulta donde trabaja, David (Tom Bateman). Entonces, sin embargo, entra en escena la mujer del doctor, Adele (interpretada por una espectacular Eve Hewson), quien construirá una amistad con el amante. Sí, tópico recurrente: triángulo amoroso, y esta vez bastante sórdido. El caso, sin embargo, es que la pareja esconde algo, un hecho que intuiremos desde el primer momento. Sexo, alcohol, fármacos, drogas y, por encima de todo, sueños lúcidos como eje vertebrador.

Puntos negativos: la certeza de que todo se podría haber resuelto con una película y no con una miniserie de 5 horas. Algunas escenas, como las de la amiga consejera y sobreprotectora o las de los terrores nocturnos de la protagonista son más inútiles que el cenicero de una moto. Tampoco ayuda a la parodia de comedia romántica inicial y el escenario que Louise diseña dentro de su cabeza cuando decide qué soñar. En teoría representa el jardín de casa a sus padres, pero lo cierto es que más bien parece el decorado de un anuncio de Ausonia. Así y todo, hay que decir que la miniserie se gana nuestra confianza en los cuatro primeros episodios. Queremos saber qué pasa. Desgraciadamente, sin embargo, pierde el rumbo –y el sentido– en las dos últimas entregas, cuando apuesta por el realismo mágico con el fin de justificar los acontecimientos anteriores que tanto nos habían cautivado.

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La trama se ha enredado de mala manera y cuesta adivinar qué giro permitirá que se resuelva la acción. No es para menos, cuesta adivinarlo porque el giro en cuestión no tiene ningún sentido. En un momento determinado del quinto capítulo, descubrimos que la malvada Adele tiene la capacidad de llevar a cabo viajes astrales: es decir, puede abandonar su cuerpo con el fin de observarse a sí misma mientras duerme, una dinámica que podemos tildar de realista –aunque las experiencias extracorporales no son más que disociaciones neurológicas– y verosímil. Pero la cosa no acaba aquí.

La habilidad de Adele no sólo le sirve para abandonar su cuerpo, sino que también le permite ocupar otros. A partir de aquí, todo es posible. Resulta que Adele nunca ha sido Adele, sino que sólo era el cuerpo de Adele habitado por el alma de uno de los amigos que hizo en el manicomio, Rob, quien, obsesionado con el atractivo novio de la joven, decidió expulsarla de sus entrañas –y matarla de facto- para disfrutar de su opulenta vida. En los últimos instantes, el aura de Rob deja el cuerpo de Adele y se introduce en el de Louise, hecho que le permite disfrutar del amor eterno de David, quién, a pesar de ser psiquiatra (!), es incapaz de percibir que las dos mujeres que más ha amado a su vida están poseídas por una especie de ionqui con poder extrasensoriales. ¿Suena ridículo, verdad? Pues así es como Sarah Pinboroug decidió rematar su novela.