Hay tradiciones que se pierden en el origen de los tiempos. Otras, que nos parecen muy antiguas, en realidad tienen un origen bastante reciente y han sido el entusiasmo popular y su idoneidad los que las han arraigado al imaginario popular. Si nos preguntamos cuándo empezamos a regalar libros por Sant Jordi, es probable que alguien piense que todo empezó con la leyenda del caballero y el dragón (que ocurrió en Montblanc, por si no lo sabíais), de cuya sangre brotó una rosa que fue ofrecida a la Princesa.

En realidad, justo hoy celebramos 90 años del primer Día del Libro que cayó en 23 de abril. Esta es la historia de una jugada maestra de la Historia que fundió cultura y catalanidad la primavera republicana de 1931, dejando atrás el tufo de patrioterismo español que respiraba la fiesta original.

Portada de La Opinión, día de Sant Jordi de 1932/Gabriel Casas

Portada del diario republicano L'Opinió del día de Sant Jordi de 1932. La fotografía de portada es del fotógrafo Gabriel Casas.

Todo empezó, sin embargo, con un objetivo bien diferente del Sant Jordi actual. De hecho, las primeras ediciones del Día del Libro se celebraron el 7 de octubre desde su establecimiento en 1926, en plena dictadura de Primo de Rivera y su política de exaltación pública de nacionalismo español, como Día del Libro Español, para conmemorar el nacimiento de Miguel de Cervantes, el autor más célebre de la literatura en castellano. Lo había impulsado el editor valenciano Vicent Clavel Andrés y a través de la Cámara Oficial del Libro de Barcelona llegó al gobierno del general Primo de Rivera, que la hizo oficial mediante un real decreto firmado por Alfonso XIII.

Comprar libros en catalán, un acto de oposición a la Dictadura

A pesar de este carácter oficial, en Barcelona la fiesta arraigó más que en ningún sitio y con un carácter bien diferente de lo que querían sus padrinos políticos. No se puede olvidar que, durante aquel régimen dictatorial avalado por la decadente monarquía borbónica, comprar libros en catalán se convirtió en un sencillo acto público de oposición al talante anticatalán del gobierno y en una forma de protesta y significación política. Con una especie de paralelismo actual, políticos actuales como Francesc Cambó o Antoni Rovira i Virgili o nombres bien presentes en la prensa, como Domènec de Bellmunt o Josep Maria de Sagarra, forman el grupo de los libros más vendidos como una protohistoria del libro mediático.

Uno de los editores barceloneses que sabe ver la oportunidad es Antoni López Llausàs, hijo y nieto de editores que se ha separado de la empresa familiar –la Libreria Española responsable de La Campana de Gràcia y La Esquella de la Torratxa– para fundar la librería y la editorial Catalònia. Llausàs es un auténtico visionario que sabe ver las posibilidades de la publicidad y las necesidades de la cultura de masas en catalán que se están creando en la víspera de la República, cuando el régimen va a la quiebra. Edita revistas como Imatges, D'ací, D'allà o El Be Negre, crea colecciones literarias como Univers, dirigida por el escritor e influencer avant-la-lettre Carles Soldevila, y pone en venta uno de sus grandes éxitos editoriales, el Diccionari de Pompeu Fabra. También es uno de los que se dan cuenta de que la fiesta del libro sería mucho más adecuada, por condiciones climáticas y por opciones de venta, si se celebrara en primavera.

Al fin y al cabo, Cervantes y Shakespeare habían muerto un 23 de abril. Un 23 de abril en que se celebra el día de Sant Jordi, Patrón de Catalunya desde que lo habían aprobado las Corts el año 1456, en una jornada en que el Palau de la Generalitat, donde se encuentra la capilla del santo y se conserva una reliquia, se llena de rosas en un ambiente rebosante de catalanidad.

Sant Jordi Portada de La Vanguardia. Foto Josep Maria Sagarra Plana

Portada del diario 'La Vanguardia' del 25 de abril de 1931, con una fotografía del fotógrafo Josep Maria Sagarra Plana.

La gloria del abril republicano

El año 1931 es el primer año en qué el Día del Libro –que en Catalunya pierde rápidamente el adjetivo "Español"– está previsto que se celebre el 23 de abril. Lo que nadie espera es que las elecciones del 12 de abril sean consideradas un plebiscito sobre la monarquía, que la victoria republicana conduzca al exilio al monarca. La gloria de aquel 14 de abril, en el que "todo el país olía a tomillo en flor, a suelo que sale de una larga invernada; y nosotros, tan jóvenes y tan libres, ¡con la sensación que no nos había hecho falta sino venir al mundo para hacerlo cambiar"!, según Joan Sales, tuvo la fortuna de poder celebrar una fiesta que aparejaba por primera vez libros y rosas, literatura y catalanismo, cultura y patriotismo.

Sant Jordi es una fiesta cívica, a pesar del trasfondo religioso, que va como anillo al dedo al espíritu del nuevo régimen y que, además, tiene su epicentro tradicional en el Palau desde donde Francesc Macià había proclamado la República Catalana, que tres días después sería reconvertida en la Generalitat de Catalunya provisional, que se abre al público y donde se reúnen las floristas, y su nuevo espacio en la Rambla, donde se había concentrado todo el entusiasmo de aquellos días y donde se plantan las paradas de libros. Acaba de nacer una tradición que sobrevivirá a la Guerra Civil, la dictadura franquista y que está bien viva hoy día.

Como aseguraba la crónica de Sant Jordi de 1932 de la revista Mirador, la costumbre de comprar libros aquel día había cuajado "como la de comprar panellets  por Todos los Santos, pavo  por Navidad y cocas por Sant Joan". Su director, Manuel Brunet, dos días antes aseguraba: "Sólo los pueblos muy civilizados consumen libros y flores. Y sólo un pueblo muy refinado puede aparejar las flores y los libros".

 

Foto de portada: Parada de la Librería Catalònia, de Antoni López Llausàs, la Diada de Sant Jordi de 1932/Gabriel Casas