Génova, 24 de abril de 1625. Hace 400 años. Las fuerzas navales de la monarquía hispánica impedían que los ejércitos del reino de Francia y del ducado independiente de Saboya conquistaran la República de Génova. La victoria hispánica prolongaría el control de Madrid sobre el "corredor español" —que conectaba, por tierra, Génova con los Países Bajos y que rodeaba Francia por el este— durante unos cuantos años más. Pero pondría de relieve un escenario económico ruinoso que ya no tenía ningún tipo de solución. Dos años más tarde (1627), el rey Felipe IV y su primer ministro Olivares decretaban la suspensión de pagos de la monarquía hispánica.

Retrato coetáneo de Olivares / Fuente: Museu del Hermitage. Sant Petesburg
Retrato coetáneo de Olivares / Fuente: Museo del Hermitage. Sant Petesburg

La suspensión de pagos de 1627 no era la primera. Desde la creación del edificio político hispánico (1479), la monarquía católica había decretado tres suspensiones de pagos (1557, 1575 y 1607) que habían acarreado otras potencias y que habían provocado la ruina de algunas estirpes importantes de banqueros. Pero la de 1627, por  su impacto internacional, sería la que marcaría el principio del fin de la monarquía hispánica como primera potencia mundial; y el inicio de la fabricación de una idea que, en ausencia de judíos y moriscos (expulsados en 1492 y en 1609), señalaría a los catalanes como los auténticos responsables de todos los males que carcomían el Imperio español.

La Unión de Armas

La Monarquía Hispánica era un edificio político de arquitectura foral. Aquello que contemporáneamente diríamos confederal. Y eso quería decir que la relación entre Catalunya y el poder central era bilateral. Las aportaciones fiscales y militar catalanas se negociaban en las cortes Catalunya-poder central (cada vez que se coronaba un nuevo rey hispánico) y, en situaciones de emergencia, las instituciones permanentes (Generalitat-cancillería real) pactaban aportaciones extraordinarias. Este modelo era extensible en el resto de países de aquel edificio político. Por lo tanto, cuando los actuales historiadores españoles defienden la idoneidad de la Unión de Armas que proponía Olivares —el proyecto de unificación tributaria y militar del edificio político hispánico—, aduciendo que la Corona castellanoleonesa asumía, casi en solitario, toda la carga, solo explican media verdad.

Retrato coetáneo de Felipe IV / Fuente: National Portrait Gallery. Londres
Retrato coetáneo de Felipe IV / Fuente: National Portrait Gallery. Londres

"A los catalanes hay que molerlos a palos"

El intento de Olivares generó una gran tensión. La arquitectura política hispánica solo contemplaba un 155 con una invasión miliar y, en Catalunya, Olivares fracasó estrepitosamente. Catalunya sería la tumba política del primer ministro hispánico y la de su "camarilla", la denominada "Junta Grande" y formada por elementos de la aristocracia latifundista castellanoandaluza, como Antonio Enríquez de Porres —censor de la Inquisición; o los militares García Álvarez de Toledo, y Pedro Fajardo de Zúñiga. Y si bien es cierto que, en aquella "Junta Grande" también había una facción más conciliadora (Spínola, Aragón y Avellaneda); se acabaría imponiendo la tesis de los violentos: "jamás me combendré en un ningún concierto con Cataluña (...) son una amenaza para todos los reynos de su Magestad (...) a los catalanes hay que molerlos a palos".

La propaganda de Olivares

El tiempo corría en contra de Olivares y su "camarilla". Los fracasos políticos, económicos y militares se sucedían vertiginosamente, y la casi certeza que el mundo de lujo y desenfreno de las clases extractivas cortesanas estaba seriamente amenazado impulsó a Olivares a crear una maquinaria propagandística que tenía el objetivo de desviar el foco hacia una figura hasta entonces ausente del alta política de Madrid, y que aparecía en escena como el "villano" de la tragedia: los catalanes. Olivares se sirvió de Quevedo, un escritor relativamente conocido, pero atenazado por las deudas y le ordenó fabricar la nueva imagen del catalán: un ser atrapado por su propia mezquindad que no merecía ningún tipo de confianza. Y Quevedo escribiría y divulgaría: "el catalán es la criatura más triste y miserable que Dios crió".

Retrato coetáneo de Quevedo / Fuente: Instituto de Valencia de Don Juan. Madrid
Retrato coetáneo de Quevedo / Fuente: Instituto de Valencia de Don Juan. Madrid

"Son los catalanes el ladrón de tres manos"

Pero Olivares y su "camarilla" no se detuvieron aquí. En plena brega política por la Unión de Armas (1626) el mismo Quevedo —el propagandista del régimen hispánico— intensificaría su labor de fabricación del catalán mezquino y proclamaría "son los catalanes aborto monstruoso de la política". I... ¡¡¡oh, sorpresa!!!, cuando Olivares asume que en Catalunya su proyecto ha fracasado y que no ha obtenido ni la más pequeña aportación extraordinaria (1627), el propagandista Quevedo salta, de nuevo, a la palestra y sentencia: "son los catalanes el ladrón de tres manos". Las tres afirmaciones de Quevedo no se crearon para morir en el olvido. En realidad, se estaba fabricando y alimentando una peligrosa analogía con el estereotipo del desaparecido judío peninsular, tradicionalmente considerado el culpable de los grandes males que afectaban a la sociedad.

Millones y centenas

La amenaza de colapso económico y, por la magnitud de aquella crisis, de hundimiento de las clases extractivas cortesanas era cada vez mayor. La negativa catalana a doblegarse al intento de espolio de Olivares, obligó —muy a disgusto— a la cancillería de Felipe IV a incrementar exponencialmente el impuesto de "Millones y Centenas" que la sociedad castellanoleonesa tributaba al poder central. Y aquí, en este punto, está donde radica la media verdad de los historiadores españoles en que mencionábamos anteriormente. La sociedad castellanoleonesa venía de una tradición impositiva medieval que sus estamentos de poder del siglo XVI (formación del edificio político hispánico) no habían podido renegociar (la derrota de los Comuneros, 1521 —las clases mercantiles urbanas castellanoleonesas— había sido devastadora).

Representación de la familia de Felipe IV, núcleo del poder hispanic / Fuente: Museo del Prado
Representación de la familia de Felipe IV, núcleo del poder hispánico / Fuente: Museo del Prado

Las embriagadas clases extractivas cortesanas

O sencillamente no lo habían querido renegociar. Porque desaparecidas las clases mercantiles, la aristocracia latifundista castellanoandaluza que en aquella crisis —la Revolución Comunera— se había puesto, interesadamente, del lado del rey Carlos de Gante, y lo cual, por lo tanto, resultaría vencedora, viviría durante el resto del siglo (1521-1607) embriagada por la entrada masiva de metal americano. Ahora bien, en tiempo de bonanza o de crisis, los "Millones y Centenas" los pagaba todo el mundo, y con la profunda crisis de 1627 y el crecimiento exponencial de su tipo impositivo, aquella carga fiscal se convirtió en la escenificación de una amenaza —no la más peligrosa, pero si la más visible— al estilo de vida lujurioso de aquellas clases extractivas cortesanas, que no tenían ningún tipo de cultura de trabajo y sí, en cambio, de gasto y desenfreno.

La guerra

En este punto, Olivares y su "camarilla", despliegan la segunda parte de su plan: desplazar el frente de guerra con Francia —hasta entonces en los Países Bajos hispánicos— en Catalunya; con el propósito de justificar la ocupación militar del Principat y la destitución y encarcelamiento de su clase dirigente (un 155 con música barroca). La cancillería de Felipe IV impone la obligación de alojar a 40.000 militares hispánicos en las casas particulares (1635). Y cuándo estallan las primeras protestas que, inevitablemente, conducirían a la Revolución de los Segadores y a la Guerra de Separación (1640), el propagandista Quevedo, de nuevo, proclama: "En tanto en Cataluña quedase un solo catalán y piedras en los campos desiertos, hemos de tener enemigos y guerra".

Representación de la Plaza Major de Madrid, espacio central del poder hispanic (siglo XVII). Fuente Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes (1)
Representación de la Plaza Major de Madrid, espacio central del poder hispanic (siglo XVII) / Fuente: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

El catalán, el enemigo de España... el enemigo a batir

Con la cuarta proclama de Quevedo, se había producido un salto significativo. El catalán ya no era, solo (?), el ser más triste y miserable que había creado Dios, el ladrón de tres manos y el aborto monstruoso de la política. Con esta cuarta proclama el catalán ganaba la categoría de enemigo de España, de enemigo a batir. Una categoría que, con las de mezquino, ladrón y aborto, han trascendido en el tiempo. Desde hace cuatro siglos, ninguna idea española, ni ilustrada, ni liberal, ni apostólica, ni republicana, ni socialista, ni comunista, ni constitucional, ha deconstruido la propaganda de Olivares. Pura y sencillamente para que al poder español, sea ilustrado, liberal, apostólico, republicano, socialista, o constitucional —y en ausencia del elemento judío o morisco— le va muy bien tener los catalanes. Solo nos tienen para eso. ¡¡¡Ah... y para expoliarnos!!!