He leído No prendràs el nom de Déu en va (Editorial Fragmenta) de Ignasi Moreta y puedo decir, a pesar de la distancia en todos los sentidos que aquí quiero explicar, que me ha dejado tranquila. El segundo mandamiento es el quinto librito de la serie de los diez mandamientos que pasa por mis manos y, junto con el de Jordi Graupera, es el libro en el que quien lo escribe ha hecho el trabajo. El trabajo de contextualizar históricamente y religiosamente el mandamiento, de intentar intuir qué significado se le dio entonces y cuál tiene ahora, no solo desde el punto de vista de su aceptación o rechazo social actual, sino también dentro de su tradición religiosa institucionalizada.
Ignasi Moreta no hace un libro de opinión en el que se relaciona con el mandamiento desde su prejuicio o desde la superficialidad que se le presupone, sino que va al fondo del mandamiento y al fondo de todas sus posibles
Ignasi Moreta no hace un libro de opinión en el que se relaciona con el mandamiento desde su prejuicio o desde la superficialidad que se le presupone, sino que va al fondo del mandamiento y al fondo de todas sus posibles interpretaciones para, sirviéndose de pensadores diversos, repensarlo y señalar aquellas interpretaciones que, en el fondo, van contra el propio mandamiento. Me ha dejado tranquila, entonces, porque con la colección dels deu manaments de Fragmenta a veces he tenido la sensación de que no todos los autores tratan el fondo del asunto siendo conscientes o sabedores de qué es la Ley de Dios. O de qué consecuencias personales y colectivas tiene cuando se instaura en el corazón de quien quiere seguirla. En No prendràs el nom de Déu en va, el mandamiento no es una excusa donde encajar ideas preconcebidas, sino que es el núcleo de toda la tesis. No es un punto de partida: es el centro en torno al cual orbitan las ideas.
Búsqueda e indagación
Con todo, leyendo a Ignasi Moreta, a veces he pensado que no siempre puede resistirse a ser aquello que quiere rebatir. De hecho, no sé si alguien puede resistirse nunca del todo. Es una sentencia un poco severa, así que me dispongo a desarrollarla con gusto. El autor explica que el segundo mandamiento es la religión advirtiéndonos de los peligros de la propia religión. Explica, por ejemplo, que es fuente de dogmatismos y que “todos los dogmatismos obedecen a la pereza de pensar y repensar, de entender la vida intelectual como una indagación constante”. También explica que determinadas luchas de poder en nombre del Evangelio constituyen una “traición” al cristianismo y que son acciones blasfemas. Asimismo, Moreta se sirve de la perspectiva de la teología negativa para apuntalar su posicionamiento y sentencia que “toda afirmación sobre Dios es, en último término, una blasfemia”.
Moreta se sirve de la perspectiva de la teología negativa para apuntalar su posicionamiento y sentencia que 'toda afirmación sobre Dios es, en último término, una blasfemia'
Lo que se necesita, entonces, es huir de las grandes verdades y sustituirlas por una actitud de búsqueda, de indagación, de tanteo. Pero dice el Evangelio de Mateo: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá; porque quien pide, recibe; quien busca, halla, y a quien llama, se le abre”. La actitud de búsqueda e indagación desde la fe implica, en algún momento, llegar a unos significados que creemos verdaderos, vivir de acuerdo con ellos —sin pereza— y, por tanto, considerar que hay otros que son falsos. No hace falta ser categórico de forma inamovible, pero la búsqueda implica hallazgo. En algún momento, la experiencia de Dios —o su exteriorización— demanda definiciones que, desde el marco del autor, podrían convertirse en blasfemias porque limitarían a Dios.

“Si reflexionamos sobre Dios y hablamos de Él proyectando nuestras obsesiones, el segundo mandamiento nos recuerda que nuestros discursos son blasfemos porque consisten en tomar el nombre de Dios en vano”. Pero “en vano” puede llenarse con tantos significados de la palabra “obsesión”... Entonces, ¿cuándo podemos hablar de Dios? Si nunca es necesario o siempre es en vano, ¿no es eso tan coercitivo como el sentido fundamentalista de la blasfemia? ¿Se puede sospechar del discurso religioso que se formula con afirmaciones rotundas y, a través de la sospecha y la búsqueda, terminar validándolas? ¿Puede haber un camino entre el fundamentalismo y el escepticismo que permita la búsqueda personal y no niegue aquello que se “encuentra”?
Si la espiritualidad es horizontal y la religiosidad es vertical, juntas forman una cruz que, al final, es la que define al cristiano común
Cuando escribo que el libro no siempre puede resistirse a aquello que critica, lo escribo porque a veces parece que el autor, al hablar de “traición” o de blasfemia, por ejemplo, se coloca en la misma posición de árbitro del buen uso y mal uso del nombre de Dios que en un inicio pretende rebatir. Es como si la base que sostiene el libro desautorizara al libro mismo. Me parece que ocurre porque está escrito contra un perfil concreto de persona religiosa que en realidad no existe del todo. O cuya presencia se magnifica. Incluso el cristiano más dogmático debe hacer una búsqueda personal, partiendo de la actitud de indagación de la que habla Moreta, para poder llegar a reconocer como cierto el dogma y vivirlo en consecuencia.
Si la espiritualidad es horizontal y la religiosidad es vertical, juntas forman una cruz que, al final, es la que define al cristiano común. Quizás sean esos huecos los que han hecho que No prendràs el nom de Déu en va, además de dejarme tranquila, me haya dejado con ganas de seguir leyendo y, precisamente, de seguir indagando.