He aparcado a 15 minutos del parque Ramon Barnils y me dirijo a un concierto del grupo revelación de nuestro panorama musical: El Pony Pisador. Su historia es bien atornillada: un grupo de virtuosos que se dedican a cantar canciones de taberna, hacen un disco de veinte minutos absolutamente absurdo que se llama Jaja salu2 y lo petan. Me consta que el ego de algún músico está herido porque han triunfado con un álbum hecho de manera rápida y casera en pleno confinamiento. No entienden que la música nunca se convierte en inmortal sólo por una cuestión puramente artística o técnica sino porque trasciende el individuo y se convierte en una experiencia colectiva.

Para quién no lo sepa, Jaja salu2 es su tercer y penúltimo disco -acaban de sacar el cuarto, que se llama It's Never Too Late for Sea Shanties- y estaba formado de canciones muy cortas con letras protagonizadas por animales con trabajos muy humanos, como Vera, la vaca viróloga o Kevin, el koala profesor. Además, contiene dos himnos despampanantes: 'La noble vila de Su', que ha resignificado el mítico exabrupto de Cristiano Ronaldo en la entrega de la pelota de oro 2019, y el 'El llom del diplodocus', una canción a cappella que habla de un dinosaurio que no se puede embadurnar de crema solar porque se ha quedado sin, pero Pere el parasaurolophus justo pasaba por allí con Olaf, el loftalmosaure y le ha dejado su ungüento.

Un perro en la chaqueta

Estas pequeñas historias, aparte de ser buenas canciones contienen ingredientes que han sido básicos para enamorar al palique: todas las piezas son en catalán y cautivan instantáneamente a pequeños y grandes de todos colores por su frescura y humor. En directo todos estos elementos estallan y propician un ambiente de hermandad y de fiesta que sumado al hecho de que, al menos de momento, ya se puede saltar, correr y bailar forman un cóctel explosivo.

Todo cambió cuando salieron 'los ponis' a escena y la alegría se apoderó de todo el mundo

La velada organizada por los Gausacs (los castellers santcugatenses) no empezó con buen pie, cuando menos para mí. Salí de casa que hacía un día precioso y llegué a Sant Cugat con el cielo y el corazón nublado y con aquella pequeña angustia que nos coge a veces cuando somos en su sitio, pero por lo que sea todavía no nos hemos acomodado. Todo cambió cuando después de los hallazgos y algunas desvirtualizaciones tuiteras, salieron 'los ponis' a escena y la alegría se apoderó de todo el mundo. Y es que otra característica de sus conciertos es que son un imán para las situaciones más absurdas. La que más me fascinó, de entrada, fue que a mi lado se puso un tipo muy alto. La altura no era el hecho absurdo. Que llevara un perro dentro de la chaqueta, sí.

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El Pony Pisador en concierto en Barcelona el pasado mes de febrero. Foto: Archivo Chispa Recuerdos

Laia y el chico-cohete

Pero eso sería sólo una minucia comparada con que nos venía encima. Cuando se disponían a tocar la canción 'Jetpack Jordi' subió al escenario un tal Jordi con el disfraz que los poneys utilizan en el videoclip del tema. Con él, Laia, una niña de 9 años que se sabía la canción de principio a fin. No sólo eso, sino que estaba dispuesta a cantarla. Fue entonces que estalló la histeria. La niña y el Quimo (un jovencito hacen del grupo que ha acabado siendo el encargado de la mesa|tabla del merchandising y que ahora también sube a cantar esta canción) se cascaron un dúo afinadísimo que supuso un punto de inflexión suavizáramos. Laia, por cierto, acabó subiendo a los hombros de Jordi, el noi-coetm recibiendo una ovación espectacular. A partir de aquí todo fue rodado: la gente bailaba, reía, cantaba y se sacudía las pulgas de la covid, la enajenación y el apocalipsis.

No lo sabíamos, pero eso de hoy era exactamente el qué necesitábamos

Mi amigo y huésped Nacho "Bardalet" lo resumió acertadamente cuando, justo antes de marcharse a cenar, a las 10 de la noche, pero con la sensación que eran las tres de la madrugada, dijo: 'no lo sabíamos, pero esto de hoy era exactamente lo que necesitábamos'.