La democracia española no fue fruto de una generosa concesión por parte de aquellos que estaban en el gobierno en los inicios de la transición, sino la consecuencia de fuertes presiones de la población, especialmente en la calle. Eso lo explican, aplicándolo al caso catalán, David Ballester y Manuel Vicente en su libro Corre, democràcia, corre. Manifestacions i repressió policial a la Catalunya de la transició (1975-1980), (editorial Base).

Historiadores contra medios de comunicación

Ballester y Vicente profundizan en los estudios históricos que apuntan que la fuerza de la calle fue determinante en la transición española. No están de acuerdo con la tesis difundida desde las instituciones (y algunos influyentes medios de comunicación) que argumenta que la transición estaba planificada antes de la muerte de Franco y que fue obra de la habilidad negociadora de las élites políticas del régimen franquista y de la oposición. Corre, democràcia, corre se alinia en la que hoy en día es la tendencia mayoritaria de los historiadores, y cuestiona que el mérito de la transición fuera de los Suárez, Carrillo, González y Tarradellas, como a menudo se nos ha dicho.

Renunciar para salvar

Los dos autores defienden que el régimen franquista se vio obligado a hacer concesiones por la presión de la calle. Los privilegiados del franquismo no habrían cedido poder de forma voluntaria, porque fueran conscientes de la justicia de las reivindicaciones de la oposición, sino por miedo a que si no negociaban un trato que les permitiera salvar su estatus y sus bienes, la calle podría imponer una dinámica revolucionaria en la que lo podrían perder todo. Y los autores resaltan que en la transición las élites del franquismo salvaron muchas cosas: garantizaron que no serían perseguidas, mantuvieron su riqueza (a veces, mal adquirida) y mantuvieron el control de algunos aparatos del estado sin depuraciones.

Plantar cara

Durante la transición el gobierno español intentó limitar el derecho de manifestación para parar la proliferación de movilizaciones. Muchas manifestaciones estaban prohibidas y la policía actuaba con gran brutalidad (aunque, en realidad, a veces también disolvían manifestaciones legales y pacíficas). Se optaba por la violencia delante del mínimo corte de tráfico. Las porras, las balas de goma, los cañones de agua y los botes de humo se usaban de forma sistemática. Los abusos de las fuerzas policiales eran habituales, porque los agentes sabían que contaban con plena impunidad. En algunas ocasiones, los policías rompieron las lunas de los coches que pitaban contra sus actuaciones. Y cuando la policía se sentía desbordada usaba incluso fuego real. A veces contaban con la complicidad de grupos ultras que atacaban a los manifestantes con el visto bueno de las autoridades. En aquel periodo incluso se va recurrir a la militarización de varios servicios públicos para evitar las protestas obreras. Aunque muchas de las movilizaciones fueron pacíficas, no faltaron actos contundentes por parte de los manifestantes: desde lanzamientos de cócteles molotov hasta roturas de escaparates y destrozos en vehículos y establecimientos. Los autores se preguntan quién había detrás de unos incidentes que se acabaron realizando de forma sistemática en las Ramblas, sin lograr una respuesta clara.

Panorama diverso

Los autores repasan una sociedad muy convulsa. La lucha sindical fue uno de los principales frentes de confrontación política, con manifestaciones sectoriales, grandes movilizaciones el 1 de mayo y huelgas continuas en diferentes sectores. En 1976 hubo centenares de huelgas que bloquearon por completo algunas zonas. Pero muchos otros colectivos se movilizaron. La Marxa de la Llibertat llevó la necesidad de cambio político por todo el territorio. Las manifestaciones de la Diada y el retorno de Tarradellas fueron grandes muestras masivas que mostraban que la sociedad catalana exigía autogobierno. El Día del Orgullo Gay se cerró con una brutal represión policial. Los ecologistas se oponían con virulencia a la central de Cubelles. Los vecinos de Ciutat Meridiana no paraban de cortar la Meridiana para reclamar escuelas. Los grupos radicales semanalmente se manifestaban con gran contundencia por las Ramblas. El feminismo empezó a salir a la calle de forma sistemática. Los campesinos muy a menudo sacaban los tractores a las carretera para denunciar la situación en el campo. Los objetores de conciencia reclamaban, con acciones de protesta, el fin del servicio militar obligatorio. Ante las prisiones se reivindicaba la amnistía. La CNT llegó a movilizar a 100.000 personas en las fuentes de Montjuïc y muchas más en el Parc Güell, en las llamadas Jornadas Libertarias. Incluso las victorias del Barça se transformaban en grandes actos de reivindicación política. Pero también salieron a la calle, con varias reivindicaciones masivas con un trasfondo político, los actores, los periodistas, los jubilados, los maestros...

El peso de la oposición

Las manifestaciones no eran tan masivas como las que hemos vivido en los últimos años. Muchas agrupaban tan sólo a unos millares de personas. Aunque el centro de agitación estaba en Barcelona y en las ciudades industriales del área metropolitana, hubo manifestaciones en todo el territorio. El conjunto de estas actuaciones provocaban un gran desconcierto a unas autoridades y a unas fuerzas represivas que no estaban acostumbradas a la movilización popular y que actuaban con gran brutalidad, lo que causaba un gran desgaste al régimen. En algunos casos, manifestaciones prohibidas agruparon a decenas de miles de manifestantes, y la policía se vio claramente superada por el número de los activistas, que no conseguía disolver. 1976 y 1977 fueron los años más álgidos de la movilización popular. En 1978 sufrió un cierto descenso, cuando la vida política parecía encauzarse.

Las víctimas de la transición

Los autores ponen de manifiesto la tremenda represión que se articuló durante este periodo. El número de muertes por violencia policial fue mucho más elevado en la transición que en los últimos años de franquismo. En Catalunya hubo 4 muertes por la actuación policial. Pero también hubo un gran número de heridos por la represión. Muchos fueron gravemente golpeados por el solo hecho de asistir a una manifestación (o por pasar cerca de ella). Las autoridades impusieron muchísimas multas, algunas de ellas elevadísimas, con el fin de intentar frenar las protestas populares. Y muchos activistas fueron detenidos; algunos de ellos serían torturados en las dependencias policiales. Los periodistas también fueron atacados. Las fuerzas represivas trataban de evitar que se hiciera visible la represión y bloqueaban su tarea. Muchos fueron golpeados, en otros se les velaron las fotografías, e incluso en algunos se les retiró el carné de prensa... Y algunos fueron atacados por grupos de policías de civil, que hacían el trabajo sucio que no se quería que se viera hacer a los antidisturbios.

Poner la transición sobre la mesa

El libro de Ballester y Vicente empieza con una cita del poeta Marcos Ana, que pasó 22 años en las prisiones franquistas: "Mucha gente dice que hay que pasar página, y yo digo, sí, pero después de haberla leído. No es posible que después de 40 años de dictadura arranquemos esa página de la historia para que se la lleve el viento del olvido". Y Corre, democràcia, corre radiografía con detalle aquel periodo y permite analizarlo con perspectiva. Los autores se ahorran calificativos y, a menudo, se dedican a describir la situación de forma minuciosa, incluyendo los diferentes escenarios. La primera parte del libro se centra en el análisis global de los hechos, y hace un repaso de sus causas, a partir de un exhaustivo vaciado de prensa local y extranjera, y de la consulta, sobre todo, de los archivos de la Delegación del Gobierno español. En este apartado, también hacen un estudio estadístico que permite entender la evolución de las protestas. En la segunda parte del libro hacen un análisis de las principales movilizaciones que tuvieron lugar en aquellos años. Un tercer bloque se centra en los aparatos represivos y analiza cómo las lógicas del franquismo perduraron en los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado durante la transición. No es extraño que los manifestantes reclamaran a menudo la disolución de los cuerpos represivos, una de las demandas de la transición que nunca se alcanzó. Y el apartado final del libro se centra en las víctimas mortales de estos hechos, y a pesar de todos sus esfuerzos, los dos historiadores autores de la obra en algunos casos no encuentran forma de aclarar qué pasó, porque se tienen que enfrentar a una operación de ocultación diseñada por las autoridades de la época. Pero, globalmente, consiguen lo que querían: dar voz a todos aquellos que se opusieron al mantenimiento del autoritarismo y que lucharon por nuestras libertades, y que demasiado a menudo han sido olvidados en los programas de televisión o en las memorias de los políticos. Corre, democràcia, corre es un trabajo que, desdichadamente, 40 años después de los hechos sigue siendo necesario, para entender nuestro pasado y para entender nuestro presente.