Catania (reino de Sicilia), 11 de abril de 1361. Hace 661 años. Constanza de Aragón y de Navarra, hija primogénita del conde-rey Pedro III de Barcelona y IV de Aragón y de su primera esposa María de Navarra, se casaba (o mejor dicho, era casada) con el rey Federico III de Sicilia, de la rama siciliana de los Bellónidas. Constanza era heredera de herederos (sus padres eran los primogénitos causales de sus respectivas casas); y Pedro III vio una gran oportunidad y la presentó, repetidamente, como su sucesora. Pero la traición de los estamentos nobiliarios aragonés y valenciano, que pretendían obtener una cuantiosa contrapartida a cambio de romper la tradición patriarcal del trono de Barcelona, impidió que Constanza se convirtiera en la heredera más poderosa de Europa. La reina que habría cambiado, para siempre, la historia de Catalunya.

Pedro III y Maria de Navarra. Font MNAC y Biblioteca Marciana de Venecia
Pedro III y María de Navarra / Fuente: MNAC y Biblioteca Marciana de Venecia

¿Quién era y de dónde venía Constanza?

Constanza (Poblet, 1343 – Catania, 1363) era la hija primogénita de la pareja formada por Pedro III y María de Navarra. Pedro III (1319-1387), hijo de Alfonso III de Barcelona y IV de Aragón y de su primera esposa Teresa de Entenza, no era el primogénito de su casa, pero ejercería como tal: lo precedían un chico, Alfonso, que murió prematuramente (1317), y una chica, Constanza, que fue rápidamente apartada de la sucesión por su condición de género. Y el caso de la madre, María (1330-1347), era similar. Hija de los reyes navarros Felipe y Juana, había ganado la primogenitura en el momento en que su hermana mayor, también Juana —como la madre— había profesado la carrera religiosa. Pero le había quedado en precario —cuando menos, los derechos sucesorios— cuando nació su hermano pequeño Carlos (1332-1387), que acabaría reinando en Pamplona como Carlos II.

¿Qué pretendía Pedro cuando la proclamó heredera al trono?

Pedro III siempre fue muy consciente de las oportunidades que le brindaba su matrimonio con María de Navarra, solo tenía que esperar que las circunstancias le fueran favorables para intervenir en Navarra y reclamar la corona para su esposa. Estas políticas eran frecuentes, y su antepasado Pedro II ya lo había puesto en práctica, precisamente, en Sicilia (1282), cuando los almogávares habían conquistado la isla para restaurar a la legítima reina, su esposa Constanza Hohenstaufen. Pero María murió prematuramente, con tan solo veinte años de edad, por las complicaciones derivadas de su cuarto embarazo y parto. Aquel luctuoso suceso se llevó a la madre y al bebé, Pedro (1347), el primero y único varón de la pareja. Y la figura de Constanza —que tan solo tenía cuatro años— se convirtió en una pieza relevante del tablero de ajedrez político.

Maria de Sicilia y Martí el Jove, hija y yerno postums de Constanza. Font Storia della Sicilia y MNAC
María de Sicilia y Martín el Joven, hija y yerno póstumos de Constanza / Fuente: Storia della Sicilia y MNAC

La ambición de Pedro III

Pedro III ambicionaba convertirse en el monarca más poderoso de la península Ibérica; pero, sobre todo, buscaba una salida al Atlántico. En aquel momento (mediados del siglo XIV) las rutas de navegación atlánticas (hacia el golfo de Guinea o hacia el mar del Norte) eran la partida en juego que tenía que decidir la primacía naval del mundo conocido. El reino de Navarra tenía una salida intermitente al mar (los puertos de Hondarribia y Donibane Lohitzune), que tan pronto tenía bajo control como había perdido en beneficio de Castilla o de Inglaterra. Sin embargo, en cualquier caso, tenía una balconada sobre la costa vasca (la Baja Navarra norpirinenca), que era una plataforma y un pretexto perfectos para acceder al Atlántico. Por razones evidentes, Pedro III intentó nombrar heredera a Constanza, hija primogénita de la hija primogénita —de facto— de los reyes de Navarra.

La traición aragonesa

Pedro III era consciente de que los Bellónidas eran una rama menor de la extinta familia carolingia. Y codició Navarra con el propósito de culminar la Marca Hispánica de Carlomagno (778-812) que, en su momento, había quedado frenada en la categoría de proyecto político. Pedro III ambicionaba construir un estado desde el Mediterráneo hasta el Atlántico, a ambos lados de los Pirineos, y surcado por los ríos Ebro y Garona (la memoria de un pasado que proponía la reunión de los mundos noribérico y protovasco de la antigüedad). Pero no fue posible, porque la nobleza aragonesa, resentida por el papel marginal que se habían reservado a sí mismos, exigieron una batería imposible de privilegios a cambio del apoyo a la proclamación de Constanza. Aquella tensión derivaría en una guerra, que Pedro III resolvería a su favor en Épila (21 de julio de 1348).

Fragmento de una mapa de la península Ibérica (siglo XV). Fuente Cartoteca de Catalunya
Fragmento de un mapa de la península Ibérica (siglo XV) / Fuente: Cartoteca de Catalunya

Pedro no gana ni pierde, pero Constanza pierde claramente

Pedro III resolvió la rebelión aragonesa y su réplica en el País Valencià. Pero su política exterior quedó muy tocada. No obstante, entre los documentos del conde-rey destacan dos hechos muy reveladores: en 1349 murió la abuela Juana de Navarra, y Pedro III ordenó a sus hijas que se vistieran de riguroso luto, en cambio, les prohibió viajar a Pamplona para asistir a la coronación de su tío Carlos II. Inexplicablemente, Pedro renunció a su proyecto. Se casó de nuevo tres veces, y engendró dos varones que lo sucedieron y que serían los últimos Bellónidas (Juan I y Martín I). Y la heredera que habría podido cambiar la historia de Catalunya y de Europa fue condenada a revivir la historia trágica de su madre: murió, también, a los veinte años, por las complicaciones de su primer embarazo y parto.

Imagen principal: Representación coetánea del funeral de Constanza. Fuente: Museu Nacional d'Art de Catalunya.