La escena no tiene desperdicio, créanme. Un plano secuencia de casi cinco minutazos que ríete tú del de Touch of Evil. De hecho, la película de Ignacio F. Iquino fue rodada mucho antes que la de Orson Welles, en 1941, cuando las bombas de la aviación italiana todavía humeaban entre los escombros de Barcelona. En una portuaria taberna del extinto barrio Chino (El Tritón), un personaje bogartiano y una suerte de Popeye arrabalero siguen los pasos, entre las mesas del local, de una cupletista que interpreta la canción Tatuaje. Durante el trayecto, en una atmósfera en la que se adivinan aromas de cazalla, tabaco y fuertes efluvios inguinales, vemos un batiburrillo racial y humano en el que abundan las camisetas de rayas, las pipas y las gorras de marinero, pero también currelas bebiendo a gatillo del porrón, grupos de chicas boyish fumando displicentes, parejas de homosexuales, parejas interraciales y un comportamiento en general licencioso, digamos, poco propio de una escena rodada a inicios del franquismo.

Evidentemente, este metraje de la película La culpa del otro fue rotundamente censurado. Quién sabe si impidiendo así que la intérprete, la ignota cantante catalana Nitta María, alcanzara la fama al estrenar la canción que poco después popularizaría otra cantante, valenciana para más señas, que gozaba ya de prestigio mundial: Concha Piquer. Doña Concha, ‘La Gran Señora de la Copla’. La cantante que siendo solo una niña conquistó Broadway y París, y volvió después a que le llenaran de flores los camerinos de los mayores teatros españoles. Y a pesar de ello, hoy, como Nitta María, como la copla misma, ha caído en el olvido. O así seria si no fuese por el talento de gente como la dibujante Carla Berrocal o la investigadora, escritora y activista Lidia García.

El tebeo es un sensacional retrato-homenajee de esta cantante, actriz y empresaria teatral, una mujer fuerte e independiente en una época y un país donde las mujeres no podían serlo

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Página interior de “Doña Concha”. Foto: Carla Berrocal/ Reservoir Books

Un cadáver flotando en el río Hudson

El tebeo Doña Concha: La rosa y la espina (Reservoir Books, 2021) es un sensacional retrato-homenaje de esta cantante, actriz y empresaria teatral, una mujer fuerte e independiente en una época y un país donde las mujeres no podían serlo. No es ni pretende ser una biografía exhaustiva, sino más bien una aproximación a algunos episodios vitales y rasgos temperamentales de la artista, contrastados con las entrevistas que mantuvo la autora con personas expertas en la materia: Martín de la Plaza (biógrafo no autorizado), Stephanie Sieburth, (hispanista y autora del inspiracional ensayo Coplas para sobrevivir) y Lidia García (investigadora y divulgadora de las acepciones más empoderadoras de la copla). Y a modo de separador entre capítulos, una historieta muda intercalada, en páginas salmón, en la cual se narra el intento de violación que sufrió la cupletista en su piso de Manhattan, y que se saldó con el cadáver del agresor flotando en el río Hudson… Así se las gastaba la Piquer..

Después está el uso que el régimen hace de la copla, porque se acababa de prohibir el eusquera, el catalán y el gallego. Quieren borrar toda esta música y reemplazarla por la andaluza para convertirla en música española

Habla Carla Berrocal, la autora: “Yo llego a Concha Piquer a través de mi abuela, y no porque mi abuela escuchara mucha copla, sino porque cuando adquirió una demencia senil y mi padre empezó a cuidar de ella en la residencia, decidimos en un momento dado ponerle música para ver si reaccionaba un poco. Y empezamos a ponerle tonadillas de su época: tangos, boleros y tal. Y también coplas, claro. La imagen que yo tenía de la copla, evidentemente, es la de, quizás ya cada vez menos, en su momento tenía mucha gente: la de una cosa hortera, de herencia franquista, en las antípodas de lo subversivo. Recuerdo que cuando le dije a mi padre que quería hacer un cómic sobre la Piquer él me dijo: ‘¿Pero esta no era muy facha?’. Siempre ha tenido esa imagen, sobre todo para la generación de mi padre. Pero a raíz de este contacto empecé a rascar un poco y me di cuenta que era posible darle otras lecturas. La copla es un género en el qué el lugar de enunciación es totalmente femenino: son historias de mujeres cantadas por mujeres y para mujeres. ¡Qué curiosidad también que este tipo de música haya sido silenciada! Fue un género tradicionalmente femenino, y, como todo lo femenino, se tiende a silenciar. Tradicionalmente, la izquierda renunció a la copla porque la identificó erróneamente con valores del franquismo (que sin duda intentó instrumentalizarla). Ahora ha pasado tiempo suficiente para que podamos aproximarnos a ella con una mirada mucho más desprejuiciada.”

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Concha Piquer en sus mozos tiempos de Broadway. Foto: Wikipedia.

Si no puedo llevar peineta, tu revolución no me interesa

El término 'cuplé' deriva del francés 'couplet', que, a su vez, se origina en el latín 'copulare' retozar, llevarse a alguien al huerto, echar un pistacho, mojar el churro, gratinar el mollete…) Follar, vaya. Una sana y alegre práctica —cuando se practica libremente, claro— que dista mucho de las actividades preconizadas por el nacionalcatolismo. Stephanie Sieburth lo explica de fábula en el tebeo: “(la copla) nace con la República y (…) hace pervivir algunos valores de la República en el fascismo (…). Después está el uso que el régimen hace de la copla, porque se acababan de prohibir el eusquera, el catalán y el gallego. Quieren borrar toda esta música y reemplazarla por la andaluza para convertirla en música española. Desde el poder se intenta instrumentalizarla, pero nunca funciona del todo, porque la gente de todos los signos políticos ama la copla. Lo que pasa es que después, en el tardofranquismo, se empieza a escuchar el rock internacional (…). Con el tiempo, la copla se convierte en un cliché, ya no es aquella cosa rebelde (…), los jóvenes la rechazan. Y después, además, está la izquierda y los comunistas que dicen rechazar la copla porque es una 'mierda franquista'. Pero digamos que hay algo de verdad ahí. Es cierto que se intenta usar la copla, pero por otro lado es un ejemplo de como la dictadura consigue falsificar el relato. Y lo consigue. La gente desconoce su historia."

Estamos hablando de amores muchas veces forzosamente clandestinos, de relaciones frustradas, de ostracismo social, de muchas cuestiones con las cuales la comunidad LGBTI podía sentirse representada

Lidia García es otra de las entendidas que aparece en el cómic de Berrocal. También conocida como ‘The Queer Cañí Bot’ es autora del libro ¡Ay, campaneras! Canciones para seguir adelante (Plan B, 2022) y del podcast homónimo, donde le dedicó un programa a Concha Piquer. “Fue una estrella la carrera de la cual coincide durante muchos años con el franquismo, lo cual no quiere decir que fuera una artista de Franco. De hecho, ella nunca presentó una adhesión particularmente entusiasta del régimen ni muchísimo menos”, me cuenta la divulgadora. Si bien es cierto que Concha Piquer tenía amistades y lazos laborales con destacados franquistas, en una ocasión le retiraron el pasaporte por declinar una invitación de Carmen Polo. Y mientras Lola Flores y Juanita Reina —su némesis empeinetada— acudieron muchas veces a actuar en las cacerías y recepciones de Franco, curiosamente, la Piquer solo fue en una ocasión. Y lo hizo para cantar Ojos verdes, canción nacida de una reunión en el café La Granja Oriente de Barcelona, en 1931, entre Rafael de León, Miguel de Molina y Federico García Lorca, los tres homosexuales, y que sufriría después la censura del régimen, llegando incluso a ser prohibida su radiodifusión. Cuando la artista se retiró a descansar a su camerino, el Jefe de la Casa Civil de Su Excelencia vino a decirle que el dictador quería que volviera a salir a cantar, a lo cual la indómita cupletista respondió: “Dígale que en este momento me dispongo a merendar, y que si quiere escucharme de nuevo le reservaré un palco en el teatro donde actúo.” Nunca más la invitaron. De hecho, el régimen la multó en más de una ocasión por hacer caso omiso a los dictados de la censura, pero ella prefería pagar multas a interpretar sus canciones deformadas por los censores.

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Canciones para salir adelante. Foto: Lidia García / Plan B.

Las cosas del 'queerer'

Volviendo a Ojos verdes, Miguel de Molina (antiguo amigo de la Piquer que tuvo que exiliarse a la Argentina tras la brutal paliza que le propinaron tres falangistas) declaró, años después, que durante la conversación que alumbró la canción los tres poetas hablaron, con ánimo exaltado, de los marineros de ojos verdes. “El vínculo entre la copla y lo LGBTI está presente desde los comienzos del género”, continúa explicándome Lidia. “El mundo del espectáculo siempre ha sido una especie de espacio de libertad vigilada, incluso en sociedades muy cerradas, en el cual, por su propia naturaleza, se permitía una apertura que no se daba en otros ámbitos. Además, la copla, por las historias que narra, despierta específicamente estos espacios de identificación también para el colectivo LGTBI. Al final estamos hablando de amores muchas veces forzosamente clandestinos, de relaciones frustradas, de ostracismo social, de muchas cuestiones con las cuales esta comunidad podía sentirse representada. Y respecto a la recepción del género, si bien su momento álgido fue el de una cultura absolutamente de masas, por y para todo el mundo, es cierto que gran parte de la pervivencia de la copla hasta la actualidad se debe al entusiasmo del público LGTBI.”

¿Porqué se importante reivindicar la copla y la figura de Concha Piquer, y porqué la historieta es una herramienta eficaz para hacerlo? “Yo soy una dibujante de cómics y me he acercado a esto desde lo artístico, no desde la academia”, dice Carla Berrocal. “La copla guarda ciertos paralelismos con el tebeo: tradicionalmente ambos lenguajes han sido denostados por considerarse ‘baja cultura’. Me hacía gracia que dos cosas que siempre han sido populares y mal vistas se unieran. Esto es lo más bonito de cuando haces un cómic, o un cómic periodístico, dar voz a cosas que quizás son un poco lejanas, o que no te habías planteado nunca, y hacerlo consumible para todo el mundo.” Lidia García clava la banderilla: “Además de la calidad poética y el legado artístico de muchas de las obras cumbre del género, también es parte de nuestra memoria sentimental y de nuestra historia cultural, y por tanto su reivindicación es absolutamente pertinente.”