En una entrevista a Toni Sala por la publicación de su última novela Escenaris, comentábamos que Rodoreda es tan clásica que no hace falta ni mencionarla: es decir, que quizá sea la última autora catalana en caer en el olvido impecable de la historia. Leí La plaça del diamant cuando era muy jovencita –y hay un peligro, en las lecturas de juventud, y es que no entendemos nada y más adelante debemos volver, para ir bien. Y yo hice justamente esto, volverme a leer La plaça del diamant.

Todo el mundo es socialista por sí mismo y capitalista por el resto: es decir, la seguridad (económica) la queremos por nosotros, pero no queremos pagar el precio de garantizarla a los demás

La escritora que no era feminista (pero)

Cuando le preguntaban, Rodoreda decía que no era feminista. La afirmación es ridícula pero muy significativa. Leí en alguna parte que todo el mundo es socialista por sí mismo y capitalista por el resto: es decir, la seguridad (económica) la queremos por nosotros, pero no queremos pagar el precio de garantizarla a los demás. Con la cuestión del feminismo ocurre lo mismo. Rodoreda era feminista para sí misma: una mujer que no es feminista no abandonaría a un hijo para centrarse en escribir, es evidente que solo haces esto si crees que eres igual que los hombres –e incluso superior a la mayoría de hombres, porque la mayoría no sabe escribir obras maestras. En cambio, lo que no quería Rodoreda era ser feminista confiesa de cara al público, porque la escritora sospechaba con acierto que no le convenía encasillarse con una literatura feminista, es decir, femenina, es decir, de segunda división. Pero la buena literatura es como un cáliz divino, o como una bola de cristal, que dice la verdad y omite las categorías, que pasa por encima de la lógica de las clasificaciones.

Es una crítica a la relaciones heteropatriarcales, La plaça del diamant? Sí y no

Cómo anular a una mujer cualquiera

Hago este preámbulo porque lo que más me gusta de La plaça del diamant es la sutileza con la que se nos muestra la cruz de la feminidad y la trampa impecable de los narcisistas como Quimet, el hombre que sólo conocerla ya le cambia el nombre. Cuando alguien cambia el nombre de las cosas, esté seguro de que está delante de un manipulador. De entrada te preguntas por qué se deja tratar así a Natalia, por qué se arrastra tan rápido. Después haces algo de introspección y no cuesta mucho entender, quien más quien menos, de joven, ha hecho el ridículo detrás de hombres que parecían seguros de sí mismos, como Quimet. ¿Es una crítica a las relaciones heteropatriarcales, La plaça del diamant? Sí y no. Es decir, sí, claro, no puede ser de otra forma si hablamos de las relaciones entre hombres y mujeres, aunque Rodoreda nunca lo habría dicho así. Y no, no es una 'crítica social', en el sentido de que el problema de Quimet no es que sea un hombre y que siga el patrón clásico del rol dominante, sino que además tiene la particularidad de ser un mal marido egoísta, solo centrado en sí mismo y dispuesto a cualquier tontería para anular a Natalia. Y eso que Colometa no es una mujer con un carácter fuerte, sino que es mansa, y por eso se deja cambiar el nombre, porque creció sin madre y está suficientemente desamparada para abusar de ella. El mismo nombre ya nos lo indica: las palomas no tienen muchas herramientas para defenderse y viven enjauladas en las azoteas de las ciudades. Yo no lo sabía, pero alguien me contó hace poco que si en todas las ciudades del mundo hay palomas es porque se lo pusimos nosotros como alternativa urbana y de subsistencia a las gallinas.

Natalia no se mete en política, pero como ocurre en estos casos la política se acaba metiendo con ella

Todas éramos Natàlia

Como también ocurre con las buenas novelas, La plaza del diamante tiene diferentes planos o capas de lectura. Una es la personal, la historia de Natalia-Colometa y de su marido y de la posterior liberación de ella. La otra es la del país, la de las mujeres y hombres de la época. Se encontraron con la guerra, participaron y la capearon como pudieron. Natalia no se mete en política, pero como ocurre en estos casos la política se acaba metiendo con ella, hasta el punto de que debe dejar el trabajo de criada en la casa de unos señores –saben que Quimet está con los republicanos, y como son ricos los señores no quieren enemistarse con el franquismo– y dedicarse a subsistir como puede ella. Natalia es de la edad de mis bisabuelas, y en este sentido para mí es un arquetipo, Colometa éramos (y en cierto sentido todavía somos, o podemos ser) todas.

Cuando la guerra hace tiempo que ha terminado y Colometa se ha acomodado a vivir con otro hombre, un 'esguerradet' que la trata como Dios manda, experimenta una epifanía en la misma plaza de Gràcia donde empezó todo. Si se fija, en la plaza del diamante de Gràcia hay una escultura en honor a la protagonista, ya este momento culminante de la novela. Colometa no puede dormirse, se levanta que todavía es de noche y sale a la calle empujada por una fuerza extraña. Se da cuenta de lo que ha vivido, de los errores y las penas, y así entierra el nombre postizo y la identidad forzada. Vuelve a ser Natalia, ahora una mujer madura. Si ese final es feminista o no, ya no tiene importancia.