Barcelona, 6 de julio de 1713. Hace 312 años. Última fase de la Guerra de Sucesión hispánica (1701-1714/15), denominada Guerra de los Catalanes (1713-1714/15). Las potencias de la alianza internacional austriacista habían evacuado a las últimas tropas estacionadas en la península y Catalunya y las Mallorcas quedaban solas contra el eje borbónico Francia-España. En aquel contexto de emergencia, la Conferencia de los Tres Comuns (el equivalente en el actual Parlament) reunió a los representantes políticos del país para dirimir la postura de Catalunya: resistencia a ultranza o capitulación honrosa. Después de una acaloradísima sesión la votación se inclinó a favor de la resistencia a ultranza. Al mismo tiempo, los partidarios de pactar con el enemigo (con el régimen borbónico) quedarían señalados y serían públicamente nombrados "botiflers".

¿Cuál era el origen de la palabra "botifler"?
Según la investigación historiográfica (profesores Albareda —de la UPF—, Torras —de la UB- y Solé y Sabaté-UAB-), la palabra "botifler" había surgido a finales del siglo anterior, durante la Revolta dels Barretines (1687-1689), una réplica de la crisis de los Segadores (1640) cerrada en falso. Según estos investigadores, la palabra "botifler" procedería, etimológicamente, de la palabra "botiró", que viene del verbo "botar" (hinchar) y ya se utilizaba para referirse a gente de clase privilegiada que no sufrían precariedades alimentarias. Con la Revolta dels Barretines, esta palabra adquiriría un nuevo significado: identificar a los nativos catalanes de clase privilegiada que, por interés personal (político y/o económico), simpatizaban con aquel poder hispánico que, después de la Guerra de Separación (1640-1652/59) había monitoreado las instituciones del país.
¿Cuándo se generaliza el uso de la palabra "botifler"?
En 1702, el nuevo rey Felipe V juraba las Constituciones de Catalunya. Pero los hechos demostrarían que, secretamente, la cancillería borbónica urdía el desguace del sistema constitucional catalán y la ruina del aparato productivo del país. No tardarían en producirse crisis entre Catalunya y el poder central (1702-1705); políticas y económicas, con el pintoresco virrey hispánico Fernández de Velasco como constante elemento de conflicto; y que, con el transcurso del tiempo, conducirían a la Revolución austriacista catalana (1705): el asalto al poder del clandestino partido austriacista catalán, la expulsión del aparato borbónico y el ingreso de Catalunya en la guerra sucesoria. La minoría borbónica —de clase privilegiada o no— contraria a los intereses del país —políticos y económicos— y sería señalada como "botiflers".

¿Quiénes fueron los primeros "botiflers"?
Los botiflers catalanes —los borbónicos— vivieron ocultos durante buena parte del conflicto sucesorio. Pero a medida que el ejército francocastellano de Felipe V ocupaba Catalunya (a partir de 1707), estos personajes emergían de la oscuridad. Y cuando el general Berwick completó la ocupación del país (1714) empezaron a desfilar como los caracoles después de un chaparrón. Los que adquirirían más celebridad serían Pere Veciana —primer "alcalde" borbónico de Valls y fundador del cuerpo de Mossos d'Esquadra creado para perseguir y asesinar la resistencia austriacista; y Josep Aparici —creador de la brutal tributación de guerra que el régimen borbónico impondría en Catalunya, a título de castigo, después de la ocupación del país. Veciana y Aparici son los que mejor representan el perfil de los botiflers catalanes emergidos después de la guerra.
Los botiflers del siglo XVIII
El régimen borbónico no confió nunca en los botiflers. Las cancillerías borbónicas de la posguerra de Sucesión siempre les miraron de reojo. Y la prueba de esta desconfianza es que, entre 1714 y 1800; de los treinta y nueve capitanes generales que el régimen nombró para Catalunya, no había ninguno de catalán. Este dato es muy revelador porque esta figura concentraba el poder político, militar y judicial en la "provincia". En cambio, les permitió ocupar por ejemplo, la devaluada alcaldía de Barcelona; y durante el XVIII encontramos los alcaldes Manuel Delàs, Jacinto Paloma Torcaz, Ramon d'Eva, o Ignasi Castells; colocados en dedo por el capitán general de turno; y que otro botifler, Josep Francesc Alòs —presidente de la Real Audiencia— los definiría como personajes incapaces de ganarse la vida en ningún tipo de actividad.

Los botiflers de principios del siglo XIX
Hasta las Cortes de Cádiz (1812) —el núcleo de la insurgencia contra el legítimo régimen bonapartista—, los botiflers catalanes no adquirirían cierta notoriedad. En aquel escenario encontramos a Ramon Llàtzer de Dou, primer presidente de aquellas cortes; y los pretendidos diputados Antoni de Campmany (que había escrito que había que dejar morir la lengua catalana con dignidad) o Felipe de Amado (sobrino del polémico virrey que había erradicado la corrupción funcionarial del Perú). Sin embargo, la sospecha no había desaparecido; y en Cádiz se producirían situaciones dantescas. Otro pretendido diputado catalán, Felipe de Fuera, dejaría escrito que el desprecio y la hostilidad hacia los catalanes era tan manifiesto que cada vez que intervenían desde el atril, la sala reventaba en burlas y carcajadas por el escaso dominio y la mala dicción del castellano que gastaban aquellos botiflers.
¿El general Prim, el gran botifler?
El 2 de octubre de 1868, días después de la llamada Revolución Gloriosa, el general Prim era nombrado presidente del gobierno de España. La reina Isabel II y la "camarilla del bolsillo secreto" se habían expatriado en Francia; y, en aquel especial contexto, Prim ejercería —hasta su asesinato (1870)— como el verdadero hombre fuerte de España. Prim ha sido el catalán más poderoso de la historia de España desde 1714. Pero nunca ejerció como catalán. En 1843 ordenaría tirar más de 5.000 bombas sobre Barcelona para masacrar la revolución popular, republicana y federalista de la Jamància. Y en 1868, después del triunfo de la Revolución Gloriosa, cuando Barcelona y Reus le exigirían proclamar una República federal se despacharía con la macabra cita "catalanes, queréis correr demasiado; no corráis tanto, que os podríais caer".

¿Quién acabó con el botifler más poderoso de la historia?
Prim era, básicamente, un nacionalista español que pretendía reformar España y conducirla, de nuevo, a la primera división de las potencias europeas. Pero era catalán. Y aunque no era, en absoluto, catalanista; tenía una visión muy catalana del mundo. Y eso marcó su destino. Ni los Borbones ni el poder español —político y económico— le perdonaron que negociara con los norteamericanos la venta de la colonia de Cuba por el importe del déficit público español. El pensamiento mercantil y catalán de Prim estaba en las antípodas de la hidalguía imperialista castellana ("España prefiere honra sin buques que buques sin honra"). Prim fue tiroteado a la salida de las Cortes (28 de diciembre de 1870) y, dos días después, cuando ya remontaba, moriría repentinamente. La policía nunca detuvo ni a los autores del asalto, ni nunca interrogó al personal de cámara.
Otros botiflers... otras glorias malogradas que Catalunya ha ofrendado en España
El general Prim; o Estanislau Figueres i Francesc Pi i Margall; primero y segundo presidente —respectivamente— de la Primera República española (1873) que aplastaron el movimiento cantonalista que pretendía transformar España en un estado confederal; son glorias malogradas que Catalunya ha ofrendado en España. Porque la España de fábrica borbónica y castellana —construida a partir de la derrota y destrucción de la idea catalana de España (1714)— se imagina "uniforme y puramente constitucional" (como reza el mapa político de 1850). En esta España, falsamente renombre "plurinacional", los catalanes, valencianos y baleares no son más que "la España incorporada o asimilada" (cómo dice el mismo mapa). No son fiables. Por muy botiflers que sean.
Como Prim, un nacionalista español que había sopesado la posibilidad de trasladar la capital de España a Barcelona, para castellanizar Catalunya y para catalanizar las clases extractivas castellanoandaluzas. ¡¡¡Qué pecado!!! La segunda parte, por descontado.