"Esto aquí no puede pasar", y vamos tirando. Cada día los telediarios nos traen un puñado de imágenes escalofriantes, que llegan de Gaza o de Mariúpol, con la misma distancia y curiosidad disfrazada de compasión de quien se cruza con un accidente en la autopista. Y seguimos confortablemente instalados en la confianza de que esto —las bombas y las matanzas indiscriminadas— aquí no puede ocurrir. Y vamos tirando, participando de una polarización ideológica extrema, siendo atónicos espectadores (y algunos, obvio, empujando fuerte desde dentro) del auge de una extrema derecha encantada con una sociedad idiotizada a golpe de red social.

El contexto está claro, también lo es el caldo de cultivo para que, antes o después, se encienda la mecha y todo salte por los aires. Dice Alex Garland que Civil War es una película política, y añadiríamos, si no lo ha añadido él mismo, que es un contundente aviso de que pisamos un camino de cabras. La nueva película del hombre que escribió, y describió, el apocalipsis en 28 días después (Danny Boyle, 2002) y en 28 semanas después (Juan Carlos Fresnadillo, 2007), comienza con un discurso del presidente de Estados Unidos. Enseguida sabremos que el político vive su tercer mandato, y que, entre otros momentos álgidos de su legado, la historia recordará que ordenó ataques indiscriminados contra su propia población civil y disolvió el FBI. También adivinaremos que ha sido un líder populista y, mucho más que previsiblemente, corrupto. Y descubriremos que su gobierno está a punto de colapsar, que el país está inmerso en una cruenta guerra civil, que hay algunos estados que se han levantado contra su gestión, y que los rebeldes van ganando y él está cada vez más acorralado.

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Poca información más nos ofrece el lúcido, y aterrador por verosímil, guión parido por Garland, con la probable voluntad de trascender las coyunturas para dibujar el paisaje entero. Aquí no importa ni cómo, ni cuándo, ni siquiera por qué motivo concreto, comenzó un conflicto que lleva un tiempo manchando de sangre esa América que quería ser grande otra vez. Tampoco hay buenos y malos, ni es trascendente quien defiende qué, cuál es el color o la línea de pensamiento de cada uno. Aquí lo verdaderamente relevante es la panorámica de un país que se desangra porque, en algún momento, no ha podido sustentar más una polarización ideológica que, fuera de la pantalla y de la ficción, nos resulta dolorosamente familiar.

La fotógrafa del pánico

Para realizar esta instantánea, nadie mejor que un grupo de profesionales de la prensa, y es que Civil War apuesta por que sean cuatro reporteros, en diferentes momentos vitales, quienes nos ofrecen su mirada al conflicto. En un trayecto en furgoneta de Nueva York a Washington, comparten espacio y carretera una legendaria fotógrafa (Kirsten Dunst) con experiencia en mil y una batallas por medio mundo, una ambiciosa y jovencísima recién llegada (Cailee Spaeny) que busca reflejarse en su veterana colega, un periodista (Wagner Moura) adicto a la adrenalina que supone tener constantemente la muerte a la vuelta de la esquina, y un veteranísimo columnista (Stephen McKinley Henderson) consciente de estar ante su última gran historia. Los cuatro cruzan un país partido por la mitad con la esperanza de conseguir la última entrevista de un presidente (Nick Offerman) que parece tener las horas contadas.

Más que una distopía, es un toque de atención, una alerta, un aviso, si no un pronóstico nada optimista (no están las cosas como para serlo) de un futuro inmediato

Estructurada como una road movie de manual, Civil War mezcla la relación de este póquer de personajes en plena transformación íntima con el impacto que supone ver a Estados Unidos sufriendo todo lo que hemos venido observando durante décadas en Oriente Medio, en África o en el este de Europa: cadáveres colgados de puentes, francotiradores, gasolineras convertidas en cámaras de tortura, explosiones, helicópteros caídos en aparcamientos de supermercados, facciones de hombres armados que provocan escalofríos en cada parón de la furgoneta. La película dosifica, qué acierto, los peligros del camino: recorrendo kilómetros y atravesando una América en llamas, nuestros protagonistas mostrarán sus debilidades y contradicciones, que son también las de una profesión, la periodística, que ahora mismo no viviría una salud de hierro, en medio de fake news, censuras y autocensuras, e intereses que muchas veces hacen inviable una información rigurosa y decente. Incluso en la relación entre las dos fotógrafas, la leyenda quemada con su trabajo que duda si alguna vez recuperará su conexión con la humanidad y la ambiciosa novata ansiosa por vampirizar todo lo que pueda de su ídolo, se adivina un guiño a la mítica Eva al desnudo (1950), del grandísimo Joseph L. Mankiewicz.

La Dimensión Desconocida

Y puestos a hacer gestos cómplices, tampoco cuesta mucho identificar un autoguiño, recordando el periplo por carretera que, en 28 días después, hacían cuatro personajes que huían de los zombis en un Reino Unido devastado. Y, como ocurría entonces, en medio del apocalipsis se encontraban zonas de aparente, y desconcertante, refugio. En Civil War, los periodistas en ruta tienen tiempo de detenerse en una pequeña ciudad que ha decidido vivir de espaldas a la caótica realidad. “Tratamos de mantenernos al margen”, explica la encargada de una tienda de ropa cuando nuestros antihéroes entran en su establecimiento, extrañados de la sensación de calma (tensísima, eso sí, casi salida de un episodio de La Dimensión Desconocida) que viven. No sabemos exactamente si son avestruces con la cabeza escondida bajo tierra, alimentando lo que decíamos (esto aquí no puede ocurrir) o si forman parte de alguna extraña estrategia para vete a saber qué, pero la dependienta, como la anciana que pasea por la calle o la madre que empuja un cochecito de bebé que vemos en el fondo del plano, resultan extremadamente perturbadoras.

La confusión puntual del escenario, el recuerdo del país que vivía en (relativa) paz, no es más que un espejismo, una pausa en la pesadilla constante. Hay un momento en el que Alex Garland pone toda la carne en el asador, y ya no la quitará hasta que no queden bistecs por cocinar: los pelos se nos ponen de punta cuando Jesse Plemons hace acto de presencia. Vestido de camuflaje, con unas gafas de sol ridículas, y una tonelada de cadáveres a su lado, el actor alimenta el terror que, en ocasiones, la narración nos ha hecho olvidar. La escena que protagoniza es tan brutal como lo que el film nos reserva a partir de ese momento, en la recta final de un viaje destinado a un magnífico clímax que nos deja sin uñas para devorar.

No hace falta buscar respuestas a ninguna de las preguntas que la extraordinaria Civil War plantea, o que nos obliga a plantearnos, porque Alex Garland nos trata como adultos y es cosa nuestra reflexionar sobre el mundo que nos acoge. Tampoco hay que ser muy espabilado para entender que la película, la más cara hasta la fecha de la influyente productora A24, más que una distopía, es un toque de atención, una alerta, un aviso, sino un pronóstico nada optimista (no están las cosas como para serlo) de un futuro inmediato. "¿Esto aquí no puede ocurrir?" Pues quizás sí...