Lo primero que piensas ante una serie como La canción es en la cantidad de equilibrios que hay que hacer para convertir la historia que cuenta —la victoria de Massiel en el Festival de Eurovisión de 1968— en una ficción con cara y ojos. Hay muchos frentes, y ninguno de ellos resulta fácil.

Equilibrismos bien resueltos

Primero, existía el peligro de convertirla en un producto de nicho, es decir, que estuviera estrictamente diseñada para gustar a los Eurofans y convertirse en una simple celebración de la efervescencia que despierta este festival. Después, que se sitúa en una época —los últimos años del franquismo— que no podía mostrarse desde la condescendencia. Tenía que haber, necesariamente, un retrato preciso de aquellos tiempos, más allá del espíritu festivo inherente al hecho cultural que muestra. Y por último, y no menos importante, estaba el muro de la credibilidad, porque no sería la primera vez que una serie española falla estrepitosamente a la hora de recrear el pasado con un mínimo de rigor. De estos tres retos, La canción sale más que airosa. Sí, generará fervor entre los fans, pero es lo bastante universal y ambiciosa como para convencer a quienes la miramos con cierto recelo. Sí, al empezar temes que la visión del régimen sea demasiado suave, pero a medida que avanza construye un relato muy eficaz sobre su decadencia y las primeras grietas de libertad; y sí, el diseño de producción resulta brillante y convincente, hasta el punto de hacerte sentir que estás allí, sufriendo por el resultado de las votaciones.

Generará fervor entre los Eurofans, pero es lo bastante universal y ambiciosa como para convencer a quienes la miramos con cierto recelo

La canción parte de las desventuras de Esteban, el joven ejecutivo de RTVE que asume el reto de ganar Eurovisión después de que a Franco se le meta en la cabeza que servirá para proyectar una imagen más moderna de España. Su principal aliado será Artur Kaps, realizador televisivo que conoce el medio como nadie. La serie hace un gran trabajo alternando la construcción de un imaginario con la lógica dependencia de la historia real. Hay lugar para las presiones políticas, la elección de la canción y, sobre todo, el caso de Joan Manuel Serrat, que llegó a ser el representante español en el festival, pero acabó renunciando por la negativa a dejarle cantar en catalán. Esta trama sirve como ejemplo de los equilibrios bien resueltos: quizá podría haber sido más contundente, pero está bien explicada y, lo más importante, nunca resulta tendenciosa. En cuanto al personaje de Massiel, tiene mucho mérito que no se limite a ser una recreación, sino un personaje con pleno derecho al que contribuye decisivamente la magnífica interpretación de Carolina Yuste. Lo mejor de La canción es el cuidado con el que humaniza a sus protagonistas (mención especial también para Patrick Criado, Àlex Brendemühl, Marcel Borràs y Laia Manzanares) y su discurso, muy actual, sobre la importancia de no dejarse utilizar por ideologías represivas. Eso sí, conviene advertir que después de verla tendréis el La, la, la en la cabeza durante varios días.