Antes de salir de casa me pongo la chaqueta con hombreras y repaso mis labios con un color magenta opaco. El volumen y la vibración cromática son dos recursos eficaces que me ayudan a realzar un conjunto básico de vaqueros y camiseta gris. Ahora ya encajo un poco más con el estilo sensual, luminoso, monumental y colorido de Fernando Botero, el famoso pintor y escultor colombiano a quien el Palau Martorell de Barcelona, donde me dirijo, le dedica hasta el 20 de julio la exposición monográfica Fernando Botero, un maestro universal. Un artista que, por su estilo sensorial e identificable, logra atraer a un público muy amplio de todo el mundo, pero que, precisamente por esa popularidad y por el placer visual como único objetivo (generalmente) de sus obras, puede ser fácilmente reducido a una estética para decorar tote bags, libretas y fondos de pantalla. Funcional, bello y reconocible, pero pasajero como mi look.
Cuerpos grandes y colores brillantes
El Palau Martorell acoge por primera vez en España la exposición más completa de Fernando Botero, tras su muerte en 2023. La muestra, comisariada por su hija Lina Botero y por Cristina Carrillo de Albornoz, reúne 110 piezas procedentes de colecciones privadas: óleos, esculturas, acuarelas, sanguinas, carboncillos y dibujos a lápiz que evidencian la proliferación y versatilidad técnica del artista. Un homenaje que presenta sin sorpresas lo que se espera de Botero: fascinación por los volúmenes, cuerpos redondeados y colores vivos inspirados en la pintura del Quattrocento. Lástima que ese no sea, precisamente, el primer impacto visual que los visitantes recibimos al entrar en la exposición. Porque al cruzar el umbral nos topamos con filas de sillas que miran hacia una proyección de entrevistas al artista. Es decir, nada más llegar, la disposición museográfica nos invita a ser espectadores pasivos en lo que parece un intento de justificación y control del relato y la imagen del artista. Como presentación, quizás habría sido más interesante escoger una pintura que funcionase como puerta de entrada literal y simbólica al universo Botero, y que justamente demostrara y jugara con la originalidad e identificación del “boterismo” como una de las metas que la exposición más reivindica a través de los vídeos y textos de sala.
Un homenaje que presenta sin sorpresas lo que se espera de Botero: fascinación por los volúmenes, cuerpos redondeados y colores vivos inspirados en la pintura del Quattrocento

El resto de la muestra se desglosa en tres plantas y se organiza por ámbitos temáticos y técnicos, otorgándonos a los visitantes, ahora sí, autonomía para trazar nuestro propio recorrido, para crear correspondencias entre las obras más allá del orden cronológico. Las dimensiones de las piezas, la disposición simétrica en las salas y la inmensidad y elegancia del palacio neogótico en el que nos encontramos, nos invitan a mirar pausadamente. Contemplando, descubro la diferencia entre la viveza del color y la tristeza contenida de los rostros de los personajes de Botero, o el vello de las axilas y el pubis de las mujeres corpulentas y carnosas, que escapan del canon de belleza. Me intriga el contraste entre los cuerpos abultados y sus diminutas extremidades con uñas pintadas, la ironía en la representación de los desnudos que lucen joyas o las mujeres desnudas que nos dan la espalda, indiferentes a nuestra mirada. Pero, pasado el piso principal, tengo la sensación de estar viendo lo mismo, un estilo bonito y evocador sin otra intención que hacernos disfrutar de la plasticidad. Ahora bien, ¿el arte debe tener una función específica? ¿O puede ser desinteresado? Estas son cuestiones que plantea infinitamente mejor el crítico cultural Joan Burdeus en su artículo publicado en Núvol: “¿Es Botero popular o populista?”.
Pasado el piso principal, tengo la sensación de estar viendo lo mismo, un estilo bonito y evocador sin otra intención que hacernos disfrutar de la plasticidad
Aun así, hay una serie de obras que sí van más allá de la estética. En las escenas cotidianas dedicadas a las raíces colombianas de Botero (llenas de calles, música y una naturaleza exuberante) podemos palpar conflictos. Los ojos y las bocas menudas de las caras redondas transmiten una inocencia que contrasta con las violencias representadas. Estas pinturas parecen situarnos en una realidad-fantasía alterada por el recuerdo y la nostalgia del artista, alejado de su tierra natal. También es sugerente la sala dedicada a la religión y al mito, donde se insinúa un erotismo oculto en los miembros de la Iglesia católica. Pero la temática de denuncia más explícita la encontramos en el sótano, en una sala que recoge las torturas perpetradas por soldados estadounidenses en la prisión de Abu Ghraib, en Irak. Ahora los cuerpos gruesos están heridos, desmembrados, ensangrentados. Aun así, estos documentos de memoria histórica pierden contundencia al estar ubicados entre salas de temática festiva, al margen del discurso físico trazado, presentando esta faceta del artista como algo anecdótico y aislado que los visitantes olvidamos con facilidad.

Imagen de la exposición Fernando Botero, un maestro universal
Del goce plástico al entretenimiento efectista
Botero llegó con veinte años a España y desembarcó en Barcelona. Pero fueron artistas como Picasso, Velázquez o Goya quienes más lo inspiraron, y el Museo del Prado el espacio artístico del territorio que más lo cautivó. De hecho, la exposición no presenta ninguna vinculación con Cataluña, ni siquiera se mencionan las dos esculturas del artista en la ciudad condal. Es decir, se trata de una propuesta generalista que podría encajar en cualquier otra ciudad italiana o española. La experiencia multisensorial de la sala final, con proyecciones de las obras alegres del artista, un juego de reflejos con espejos y el acompañamiento de una guitarra española punteada, tampoco ayuda. Como todas las exposiciones de arte inmersivo, la propuesta es superficialmente cautivadora, pero no aporta ningún significado a la muestra; de hecho, contribuye a reducir la obra de Botero al efectismo. En definitiva, Fernando Botero, un maestro universal es una exposición complaciente que ayuda a conocer la obra del artista e invita al goce plástico. Pero que, por su ausencia de discurso y esa ligera confusión entre la experiencia artística y el entretenimiento, deja la sensación de tener un cierto interés económico y turístico. Antes de marcharme paso por la tienda y compro dos postales que, seguro, me darán luz y color al dormitorio.