La catastrófica derrota de Muret (1213) había significado la decapitación de las clases militares catalanoaragonesas y había puesto ese edificio político en una situación de indefensión absoluta. En ese momento crítico, Espárago de la Barca se fijó como objetivo coronar al pequeño Jaime —huérfano de padre y de madre— porque era un modo de recuperar la piedra angular del régimen (la Corona, en su papel de estamento central que le asignaba el régimen feudal) y garantizar la continuidad del edificio político catalanoaragonés a través del heredero legítimo del difunto rey.