Después de pasarnos tres días seguidos poniendo las botas a base de galets, canalones y turrones, toca ponernos nuestras mejores galas – pero a la 1 en casa -, ropa interior roja y escribir en una libreta que seguramente perderemos, aquellos propósitos de año nuevo, esperando un año más, que este sea el año en que empezamos a ir en el gimnasio, nos toque la lotería, salvemos el catalán o se acabe de una vez por todas el coronavirus. Es bien sabido que tanto el día 1 como el 2 de enero no existen más allá de tu cama, por eso el día 3 es el momento perfecto para hacer aquello que poco hacemos el resto del año, pararnos un momento y pensar sobre nuestra existencia, preguntarnos si somos felices, que es lo que queremos cambiar o conservar en este año nuevo y que esperamos de él.

Al margen de parecer un ritual trascendental, es cierto que para nosotros el año nuevo, marca un final y un inicio a una nueva etapa, es por eso, que es el momento idílico para repensarnos y hacer autocrítica sobre los últimos 365 días. Y cuando lo hacemos, nos salen muchos propósitos a cumplir el resto del año. Quizás porque somos unos inconformistas y siempre aspiramos a más o porque vivimos la vida a largo plazo y creemos que más adelante tendremos tiempo para hacer lo que realmente queremos y nunca lo acabamos haciendo o simplemente porque somos pobres y vivimos en un sistema capitalista que nos hace desear una vida con grandes lujos que nunca conseguiremos.

Vivimos la vida a largo plazo y creemos que más adelante tendremos tiempo para hacer lo que realmente queremos

En cualquier caso, aspiramos a mejorar nuestras condiciones de vida o avanzar en algún ámbito de esta, y está bien, en la vida se tiene que progresar para no sentirnos estancados. Lo que no está tan bien, es la sensación que se nos crea al ver que no lo hacemos, que nuestros propósitos son los mismos que el año anterior y no los hemos cumplido en su mayoría, y de hecho, al hacer la lista ya sabíamos que eso acabaría siendo así.

Pero un año más, volvemos a rellenar la lista con la esperanza de que este año sea diferente y es que quizás, esta misma es la esencia de los propósitos de año nuevo. Al fin y al cabo, seguimos jugando a la lotería sabiendo que únicamente hay un 0,0001667% de posibilidades que nos toque. Fantaseamos con una vida que nunca tendremos porque nos gusta tener aspiraciones utópicas - incluso frustradas -, para vivir sobre un inconformismo constante que nos permita el lujo de tener sueños, aunque sepamos de entrada que se quedarán simplemente en eso, sueños.