Hace meses que pienso en aquella noticia sobre una pareja que supo gracias a Google Maps que, antes de conocerse, había coincidido treinta y tres veces. Seguro que si la leísteis pensasteis automáticamente cuántas veces debisteis haber coincidido con aquel alguien. Si en un paso de cebra os aguantasteis la mirada, si olvidasteis su rostro entre tantos que te cruzas cada día.

Todos alguna vez hemos cruzado el abismo intentando descifrarlo

Hoy quiero hablar de las casualidades. De cuándo hacen tanta filigrana que, aunque sabemos que no existe el universo conspirando para decirnos alguna cosa, todos alguna vez hemos cruzado el abismo intentando descifrarlo. Pensad en la casualidad más bestia que recordáis: en medio de la avenida de no sé qué ciudad desmesurada, en una montaña en el culo del mundo, en la butaca de un teatro. Como cuándo sueñas con alguien que hace años que no ves y al día siguiente te lo cruzas por la calle que coges cada día. Evitar desastres, unir personas o chocar con la mala suerte que un minuto más tarde habrías esquivado si no fuera por esta fuerza sobrehumana. La misma que en Match Point hace que el anillo no caiga al río y exculpa al protagonista. Atención con esta: 1958, un tren descarrila en el puente de Newark y cae a la bahía. La imagen del último vagón, el 932, que sacaban en grúa, llenó los diarios del día siguiente. El número salió premiado en la lotería y hubo tantos ganadores que las casas de apuestas quedaron en quiebra. Pienso, ahora, si la enfermera de Tiktok maldice el azar que hizo que alguien que no tocaba viera su vídeo.

Pienso, ahora, si la enfermera de Tiktok maldice el azar que hizo que alguien que no tocaba viera su vídeo

Hay casualidades impensables que han condicionado la historia y la ciencia. La crónica del mundo podría ser otra si no hubiera estallado la Primera Guerra Mundial, desencadenada por el asesinato del heredero de la corona austro-húngara. Su cochero se perdió por Sarajevo y en una de las maniobras para encontrar el camino correcto topó, por azar, con un jovencísimo integrante del grupo terrorista Mano Negra, que aprovechó la oportunidad. O el descubrimiento de la penicilina, después de que Fleming se dejara durante las vacaciones una placa de pétreo abierta y se instalara un hongo. Hay muchas: la Coca-Cola, el microondas, los post-its, la aspirina y la heroína, de la mano del mismo científico.

A la vida le permitimos casualidades increíbles, que no aceptaríamos nunca en las novelas o en las películas

Es cierto que a la vida le permitamos casualidades increíbles, que no aceptaríamos nunca en las novelas o en las películas. Porque a la ficción le exigimos, por encima de todo, verosimilitud. Y aquel encuentro fortuito que escapa de todo cálculo de probabilidades no nos parece más que un truco barato de guion para salvar la trama. En la vida, a veces, las casualidades asustan. Como si alguna cosa nos recordara que estos que decidimos, planificamos y organizamos el mundo, también somos unos muñequitos que hacen mover desde ves a saber donde tronchándose de risa en cada boca abierta por una coincidencia azarosa. Al mismo tiempo algunos ven, justamente, la expresión de un orden, de unas fuerzas que sacan la cabeza y justifican conspiraciones y existencias ocultas. Einstein decía que Dios no juega a los dados. Ahora, calcular esta casualidad es posible gracias al móvil que durante años recorre nuestra ruta y sabe con quién nos hemos cruzado. Quizás el miedo, pues, no viene de la casualidad de un dios sobrehumano, sino de un diablo escrutador.