La primera temporada de Andor se erigió como la mejor serie que se ha hecho a partir de Star Wars, pero de algún modo lo normalizamos porque el material de partida ya era la mejor película (con el permiso de El Imperio contraataca) que se había hecho dentro de este universo: Rogue One. Si ese filme acertaba de lleno al convertir las aventuras de los rebeldes que robaban los planos de la Estrella de la Muerte en una relectura de Doce del patíbulo, Andor preservaba y expandía sus virtudes documentando el inicio de la Rebelión en una actualización de las historias clásicas de espías. Todo ello, además, profundizando con rigor en la construcción de personajes y creando un crescendo dramático que cristalizaba en un lema: fight the empire, que ya es historia del género

🚀Catalunya se cuela en Star Wars: este es el lugar mágico donde se ha grabado la temporada 2 de Andor

Una serie de culto

La segunda y última temporada tenía el reto de estar a la altura de su predecesora y también de aportar algo más que una simple transición hacia los acontecimientos de Rogue One. Y una vez más, su creador, Tony Gilroy, da una lección de cómo engrandecer este universo con una genialidad de doce episodios que consigue, incluso, tener una identidad propia. La segunda temporada de Andor no solo es mejor que la primera, sino que es tan buena que debería ser el manual que guiara los caminos de la saga. Sigue siendo el producto que mejor recupera la esencia de la trilogía cinematográfica original, es el que más arriesga en términos argumentales (hay un intento de violación que entra en terrenos absolutamente inéditos en la saga) y, al final, se revela como el más ambicioso desde el punto de vista estructural. Dicho de otro modo: es un gran Star Wars, pero aunque no lo fuera, seguiría siendo igual de brillante.

La segunda temporada de Andor no solo es mejor que la primera, sino que es tan buena que debería ser el manual que guiara los caminos de la saga

Lo más sorprendente de la segunda temporada de Andor es que abandona rápidamente la tentación de ser continuista. Es igual de profunda a la hora de abordar las tensiones y evoluciones de los personajes, pero lo cambia casi todo: desde la mencionada estructura, que se divide en bloques temporales sin que la narrativa se resienta, hasta el tono, que adopta un estilo más aventurero sin perder esa aureola de fatalismo que ya irradiaban Rogue One y la primera temporada. El resultado es un viaje conmovedor lleno de ideas visuales realmente espléndidas, momentos íntimos que logran generar empatía con los personajes, incursiones desarmantes en la intriga palaciega (con un uso inesperado pero muy efectivo de la banda sonora) y algunas guiños a los incondicionales de la saga. Una vez más, la intensidad va en aumento hasta que acabas absolutamente rendido a una historia en la que los (excelentes) efectos visuales nunca se imponen sobre las emociones que transmite. Y en medio de todo eso, un Diego Luna que ofrece la mejor interpretación de su carrera. La echaremos mucho de menos, pero haberla terminado a tiempo será clave para verla como la serie de culto que ya es.