Una de las claves de la normalización de las identidades y las orientaciones sexuales en la pantalla es que trasciendan las etiquetas y esta sensación (que en tiempos pasados quizás era inevitable, pero se ha vuelto definitivamente lesiva) que la ficción que habla vaya dirigida, sobre todo, a aquellas espectadoras y espectadores que se sienten interpelados por el tema. Lo importante, al fin y al cabo, es explicar una buena historia de amor, de la condición que sea, sin caer en aquello tan molesto de suponer que el público necesita una lección de contexto para entenderla.

El romanticismo no es sectorial

El romanticismo no es sectorial ni corresponde a una manera concreta de amar, sino que es (o tendría que ser) universal. Lo que hacía de Heartstopper una de las grandes sorpresas del año pasado es que aunque no rehuía las tensiones propias de la asunción o descubrimiento de la sexualidad en la adolescencia, evitaba caer en los clichés dramáticos de la ficción que lo ha tratado con aires trágicos. La serie explica, como cualquier comedia romántica que sabe abordar los mecanismos del género, una buena historia de amor. Deliciosa, empática, luminosa; un recorrido que no está exento de sufrimientos y problemas, pero que al final lanza un mensaje positivo, esperanzador y muy nítido: la lucha contra los prejuicios, la homofobia y la intolerancia es cosa de todas y todos, porque la certeza de haber encontrado a la persona indicada, de estar viviendo en una nube, no entiende de categorías ni reduccionismos.

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Netflix ha estrenado la segunda temporada de Heartstopper

Lo que hacía de Heartstopper una de las grandes sorpresas del año pasado es que aunque no rehuía las tensiones propias de la asunción o descubrimiento de la sexualidad a la adolescencia, evitaba caer en los clichés dramáticos de la ficción que lo ha tratado con aires trágicos

La primera temporada de Heartstopper era tan encantadora que incluso llegabas a desear que no la renovaran. No sería la primera vez que Netflix se estrella queriendo estirar el chiclé. Pero afortunadamente, la segunda mantiene el listón gracias a su inteligente manera de expandir la relación entre personajes (superadas las dudas y las inquietudes, ahora el tema es cómo vivirla y en qué momento hacerla evidente), a que sabe insistir con sus hallazgos visuales (una vez más el origen de la historia, una novela gráfica, es fundamental en el estilo visual fresco e inventivo de la narración) y a la persistencia de su discurso a favor de explorar las sexualidades sin manías ni autocensuras.

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Heartstopper, el mundo en el que te quedarías a vivir

Heartstopper tiene el don de dibujarnos un mundo con tanta vitalidad y ternura que no dudarías ni un segundo a quedarte a vivir

Es, de nuevo, una celebración del amor más genuino, el que no va exento de incógnitas y contradicciones, el que se pone a prueba cuándo sale de la zona de confort (aquí en la forma de un viaje académico a París) y el que choca con las inseguridades, los recelos y las fijaciones de la familia y los amigos. La según temporada tiene tiempo de hacernos reír y emocionarnos, de profundizar en los matices de la pareja protagonista (qué gran trabajo, el de Joe Locke y Kit Connor) e incluso dar más sustancia y relato a los personajes secundarios, dignos de figurar en las antologías del género. Heartstopper tiene el don de dibujarnos un mundo con tanta vitalidad y ternura que no dudarías ni un segundo en quedarte a vivir.