El éxito es una cosa bien curiosa. Es un fenómeno que a veces parece tener una cierta lógica, pero muchas otras no. ¿Por qué hay artistas que triunfan y otros con más talento no ven ni un duro? ¿Por qué las películas de Marvel son las más vistas si no son las mejores? Y es que el éxito de una pieza cultural suele tener más que ver con los fenómenos sociales que con la calidad de la pieza en sí. No tenemos que confundir, por lo tanto, ser la serie más vista con ser la mejor, porque estaremos de acuerdo que el top 3 de Netflix - El juego del calamar, Los Bridgerton y La casa de papel - no son su top 3 con respecto a calidad. Y es sólo una vez tenemos clara esta diferenciación que podemos entender como una serie con la misma receta que el calamar, Alice in Borderland, no llegó ni a la mitad del éxito que el fenómeno del año.

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La receta del calamar

Inspirada en un manga de Haro Aso, Alice in Borderland explica la historia de tres jóvenes sin trabajo que, de repente, se encuentran en una Tokyo vacía donde tendrán que jugar a una serie de juegos de creciente dificultad. Como ya os podéis imaginar, perder uno de los juegos es sinónimo de perder la vida.

Y si la premisa ya es similar a la de El juego del calamar, también lo es una vez empiezan los juegos. Los protagonistas harán nuevas amistades que en algún momento tendrán que decidir si sacrificar, las antiguas amistades se resquebrajarán ante la posibilidad de sobrevivir y las alianzas y traiciones entre personajes serán constantes. Además, el tono es exageradamente dramático y tiene muchas pinceladas de gore, sin miedo a explorar la parte más sádica del ser humano y con una elevada ratio de muertes por capítulo. La misma receta, pues, que el famoso calamar.

Pero Alice in Borderland ya estaba en Netflix antes de que lo hiciera la serie de moda. Por su parte, la serie de Hwang Dong-hyuk hacía años que esperaba guardada en un cajón que alguien la comprara, de manera que aquí nadie ha copiado a nadie. Simplemente es un subgénero que parece tener mucha tirada en la cultura oriental, inspirado sobre todo en los cómics y la película de Battle Royale.

Ingredientes que las diferencian

Y así como la obra japonesa dirigida por Shinsuke Sato comparte muchos ingredientes con El juego del calamar, también es verdad que hay alguno que los diferencia. Es el caso de los propios juegos, mucho más enfocados al mundo de los videojuegos en Alice in Borderland - campo en que es experto su protagonista, Ryohei Arisu (Kento Yamazaki) - que no en juegos infantiles (exceptuando el "pilla-pilla", que ojalá hubieran jugado también en la serie coreana).

Con respecto al estilo visual, tampoco es el mismo el de Shinsuke Sato que el de Hwang Dong-hyuk. Aunque ambos directores cuentan con una gran producción y presentan planes muy interesantes, el director coreano busca más el impacto a través del juego de colores y formas que permite crear imágenes que se quedan más grabadas en la retina del espectador.

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Y quién sabe si este estilo visual es una de las claves para haber conseguido su desorbitado éxito. Lo que está claro es que la clave principal no tiene nada que ver con las series en sí, porque ya hemos visto que son muy similares, sino en la transmisión boca a oreja que se ha producido con El juego del calamar.

De conversaciones de bar en trending topic a Twitter hasta llegar a los medios convencionales, todo el mundo ha oído hablar de la serie y, al final, por presión social, la acabas mirando. Con Alice in Borderland esta transmisión no ha llegado. Es la absurdidad del éxito: con algunas paso y con otros no tanto. No es culpa de la serie. Porque, al fin y al cabo, no es una ficción inferior a la del calamar.