Este tipo de shows, sea para justificar el precio del ticket o para mostrar dominio con la competencia, son faraónicos. Casi tres horas de música y una gran coreografía, a lo Taylor Swift el pasado año con su gira mastodóntica. Es algo que va mucho más allá del baile: pantallas, realización, movimiento. Mucho movimiento.
La cantante destacaba estas semanas la intensa preparación física que le había supuesto el arranque de la gira. Entre tanta preparación cuesta a veces encontrar lo genuino. Pero la catalana estaba nerviosa este sábado. Nerviosa de veras.
Aunque Aitana está cerca de la década de carrera, todo empezó tras su paso por Operación Triunfo (2017), y ha lanzado discos como Spoiler (2019), 11 Razones (2020) o discazos como Alpha (2023), y el recientemente estrenado Cuarto azul (2025), lo de hoy era otra cosa: la reválida del torero.
En 2024 preparó lo que habría sido su primer concierto en el Santiago Bernabéu de Madrid, programado originalmente para el 28 de diciembre de ese año como parte del Alpha Tour, pero el club merengue se vio obligado a cancelar los shows por quejas de ruido vecinal, aplazándolos para el 27 y 28 de junio de 2025. Finalmente, esas fechas se volvieron a cancelar y se reubicaron en el Metropolitano para el 30 y 31 de julio de 2025 como parte de su gira Metamorfosis Season. La primera parada de la accidentada gira tenía lugar en casa, en Barcelona en un Estadi Olímpic Lluís Companys lleno como los Barça-Madrid de esta temporada de alquiler culé. Más lleno de auténticos aficionados que cualquiera de esos partidos.

Aitana en el Estadi Olímpic de Barcelona / Foto: Andreu Dalmau / EFE
Del luz y de color
Este sábado no había ni un curioso en Montjuic. Ni un guiri despistado. Algún padre malhumorado por hacer cola al sol desde las cinco de la tarde, sí. Pero en cuanto acabó el hilo musical, un tema de Julieta, que también debía abrir el show y a la que Aitana felicitó en catalán, las cejas se desfruncieron. ¿Cómo no estar contento por ver, al fin, a Aitana? ¿Por ver al menos como tu peque disfruta de Aitana? Y ya de paso su primer gran concierto de masas. De los de luz, color… y Endesa contenta.
Entre los guiños a lo mejor del pop de estadio de los últimos años hubo, claro, pulseritas de color a lo Coldplay. En el centro del escenario se construía una plataforma con una enorme mariposa, cuyas alas también simulaban una guitarra y que se encendía más que los ventiladores de techo estos días. También se jugó con los contrastes. Escenario muy limpio (con dos plataformas escondidas que subían y bajaban), pantallas con fondos contrastados, nada cansino, y un porrón, eso sí, pero un porrón, una veintena de bailarines, que sostuvieron las coreos de la catalana. Arrancaron todos de blanco inmaculado. Hicieron de todo: geometría experta.
Todas sus ‘eras’ (y sorpresas)
El concierto tuvo un poco de todo. Para el padre enfadón, los hits radiofónicos (Teléfono cayó de primeras), y músicos en directo (cuatro y dos vocalistas), para los muy fans, un algo de cada disco, para nostálgicos de OT, Ana Guerra se cantó con ella Malo (¡siete años hacía que no la cantaban!), y para la prensa, las baladas espectacularmente bien cantadas (Con la miel en los labios). La cantante no desentonó desde la inicial 6 de febrero hasta el final. Preciosísima la versión con Josep Montero (Oques Grasses) de La gent que estimo, en su versión original con Rita Payés. “Mi canción favorita del mundo ahora mismo”, agitó Aitana. Más forzada la versión de Girlfriend de Avril Lavigne. No se puede saber de todo.
Hacia mitad de bolo salió una banda entera de rock (sus habituales desde hace años, anunció ella después) que dejó atrás los ritmos caribeños y el pop y ayudó a ennegrecer la noche (y a que la artista pudiese cambiar de atuendo). Quién hubiese dicho que habría emocore en un bolo de Aitana. Con ellos sobre las tablas interpretó la teen y furiosa 11 razones. Algo más desnudas lucieron hacia el final del bolo 24 rosas o Cuando hables con él o la que se marcó con Pep Sala, fin de fiesta (él muuuchos problemas a la voz ante un estadio), Boig per tu.
“Intentaremos pasar por todas las eras”, destacó ella misma, adueñándose del vocabulario swiftie. Muchas de esas eras las consumió en trepidantes mashups de sus temas. Inmediatamente después, tuvo un momento para la pausa, y dejó ir un comentario que, pese a los pantallotes y la producción, se escuchó sincero. “Gracias. No pensaba que podría hacer esto. He pasado tantas veces por aquí… Estoy intentando mantener la compostura. ¿Para qué, si ya me conocéis?”. La comunicación, esa extraña amistad que se puede establecer con un artista, aunque sea redes mediante, es clave para entender el fenómeno.
La mariposa es el símbolo de este tour. De la metamorfosis que puso sobre la mesa el confesional documental de nombre homónimo.

Mariposas en el estómago
En el documental Aitana: Metamorfosis, estrenado este mismo año en Netflix, Aitana habla abiertamente del impacto emocional que supuso la cancelación de sus conciertos en el Bernabéu —reflejando frustración, decepción, llanto y una confrontación profunda con su identidad—, incluyendo diagnóstico de depresión.
El documental explora esa tensión entre la estrella pública y la persona privada, revelando cómo, pese al sufrimiento que implican aquellos conciertos imposibles, ella intenta transformar el dolor en un proceso de autodescubrimiento y metamorfosis.
Resurgir de las cenizas
La músico es la mesías. Lo más cercano a Jesucrista Superstar, con perdón de Rigoberta Bandini (ha hecho suyo el concepto, de otra forma, para su último disco). Es un tótem para sus fans, de variada edad pero mayoría jóvenes (mucha calcomanía de, adivinen, mariposas, y alguna familia también había echado el día en el punto habilitado para tunear camisetas, muy swiftie también la jugada). Aunque también para su generación: búsqueda del porqué, del propósito, de la vocación. Caída.
Más allá de sus álbumes, y como el disco de 1970 de Tim Rice, el argumento de su vida, documental y declaraciones a prensa inclusives, se ha centrado en esos fastidiosos últimos días (en su caso meses), comenzando con los preparativos de llegada a su Jerusalén particular y finalizando con la crucifixión. En el musical conceptual original no está incluida la resurrección de manera intencionada para evitar cualquier referencia a la divinidad del protagonista; pero Aitana sí que ha encontrado su propio renacer.
En Cuarto azul tirando de la infancia, de la zona de confort, y arremetiendo también contra las vilezas del amor. Tuvo su espacio esa misma reflexión en el bolo, desde buen inicio con Superestrella, cantada a pulmón por el público (como todas, a decir verdad). Como ella dice, no es fácil ser una “superestrella”.
Los conciertos en el Bernabéu no se llevaron ni se llevarán a cabo, ni en diciembre de 2024 ni en junio de 2025 (finalmente se reubicaron en el estadio del Atlético de Madrid). Y qué. Lo importante era el camino. Convertir, de nuevo, esa cruz en algo artístico, universal. En algo cantante y bailable. Que falta nos hace.
Cielo pop
Esta mañana de sábado, la reacción de Aitana al ver por primera vez el escenario de su gira, lo decía todo: “No os lo imagináis”, anunciaba en redes, poniendo cara de entre miedo y expectación. Estaría admirando la pedazo de mariposa; no debe ser fácil ni barato montar algo así. Aitana se ha convertido en referente de salud mental tras anunciar el colapso que le llevó a la depresión.
Después de estos conciertos, bajará la medicación, anunciaba en Vogue. Hay que ser sobrehumano para aguantar algo así a las espaldas. Tal vez era lo que le faltaba para alcanzar la primera división pop a la que decía no pertenecer, la de Rosalía y demás: autoexigencia justa, resiliencia y alguna que otra caída. Lo demás, verdad, canciones, voz, emoción y espectáculo, ya lo tenía. Para crecer, hija mía, hay que cambiar, le imploraba de pequeña su madre. Pues sí, aunque duela.