El año pasado la concesión del Premio Nobel se tuvo que suspender a causa de un escándalo de abusos sexuales protagonizado por el fotógrafo Jean-Claude Arnault, marido de la académica Katarina Frostenson. La Academia Sueca postpuso la entrega del Nobel de 2018 a 2019 para rediseñar el premio y el jurado. Ampliaron el comité de preselección y cambiaron al jurado, incorporando cinco "especialistas" de fuera de la academia. Y prometieron una visión más abierta del mundo y de la literatura. No parecen haber conseguido sus objetivos.

Este año ya estaba previsto que como mínimo uno de los dos premios recayera en una mujer (a lo largo de la historia sólo 14 mujeres habían ganado el Nobel de Literatura). No ha extrañado, pues, que premiaran a Olga Tokarczuk, que figuraba en las quinielas en puesto destacado, ya que al hecho de ser mujer se unía su militancia ecologista y su posición en contra del endurecimiento del control fronterizo. Pero había la esperanza de que la Academia diera el premio a dos mujeres, para recuperar el déficit histórico del premio. Sonaba con fuerza el nombre de la canadiense Margaret Atwood, la autora de El cuento de la sirvienta. Pero sin duda la preferida era la autora de Guadalupe Maryse Condé, que el año pasado ya ganó el simbólico Nobel alternativo el año pasado.

Era menos previsible que le dieran el premio a Peter Handke, que a pesar de tener un prestigio literario muy consolidado, tenía un perfil más controvertido. Algunos lo han presentado como un autor "políticamente incorrecto". En realidad, su apoyo a la dictadura de Milosevic y a la limpieza étnica en Bosnia practicada por Radovan Karadzic podría ser alguna cosa más que ser "políticamente incorrecto". Ha habido críticas al premio desde el gobierno kosovar, y el Pen Club de Estados Unidos ha condenado la decisión de la Academia Sueca.

Pero la principal crítica al jurado es haber dado dos premios a dos autores europeos, blancos, de dos países vecinos: Austria y Polonia. Los Nobel se han quedado muy cerca de Suecia. La visión eurocentrista del jurado ha decepcionado mucho en el continente americano, pero también en el mundo de la literatura asiática y africana. Se esperaba que alguno de los dos premios, como mínimo, recayera sobre un autor extraeuropeo (como Condé). Algunos apostaban por el japonés Haruki Murakami, que acumula éxitos de ventas por todo el mundo, aunque mucho creen que el eterno candidato al Nobel no ganará nunca el premio. También muchos creían que era un deber ofrecer el premio al escritor keniata Ngũgĩ wa Thiong'o, que ya tiene 81 años, y que no sólo es un gran novelista, sino también un destacado defensor de las lenguas minoritarias y un agudo pensador, muy crítico con el colonialismo.

Había quien esperaba que los académicos hicieran el gesto de premiar a un autor que llegara mucho al gran público, rompiendo con el elitismo de la alta literatura. Y en este sentido no había opción más clara que George R.R. Martin, el autor de Una canción de hielo y fuego, la serie de novelas que fue adaptada en la televisión como Juego de tronos. Pero parece ser que finalmente esta también ha sido una apuesta demasiado arriesgada para el jurado, especialmente tras la polémica generada en el 2017 por la entrega del Nobel a Bob Dylan, a quien algunos consideraron "poco literario".

En la prensa, y también en las redes sociales, la decisión de la Academia Sueca ha abierto nuevos interrogantes sobre el premio. ¿Es normal que sea la Academia Sueca la que dé lo que en teoría es el premio más importante de la literatura mundial? ¿Es posible premiar a un literato sobre todos los demás? ¿Se puede prescindir de consideraciones morales al premiar a un autor? ¿Se debe ir equilibrando los territorios a la hora de escoger a los galardonados? La concesión de los premios de 2018 y 2019 no ha hecho más que agravar la crisis de la Academia Sueca y del propio Nobel de Literatura.