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Javier Herrera soñaba con convertirse en bombero desde que era un niño. En un héroe que consagra su vida a ayudar a los demás. Y lo consiguió. Pero al poco tiempo de cumplirlo, la sombra de una enfermedad mental empezó a acechar sus ilusiones y, finalmente, le obligó a renunciar a su sueño y cambiar de rumbo. Gracias a la asociación AFES Salud Mental, que fomenta la igualdad de oportunidades de las personas con problemas de salud mental, y al programa Incorpora de la Fundación ”la Caixa”, ha podido recuperar una vida ilusionante, estable y feliz. 

Javier ha querido ser bombero desde que tiene uso de razón. Esa meta le llevó a los 22 años a dejar de lado la natación, un deporte que le apasionaba y en el que había participado en campeonatos estatales. A partir de entonces dedicó todo su tiempo y esfuerzo a preparar las oposiciones para bombero. No había pasado mucho tiempo cuando consiguió trabajo como interino en el aeropuerto de Tenerife Norte, y siete años más tarde obtuvo la plaza fija. 

Sin embargo, todo este esfuerzo, junto al estrés emocional que supuso la muerte de su padre, le pasó factura. A los dos años de tener la plaza fija en su puesto de bombero, despertó la primera crisis: estaba convencido de que podía hacer daño a la gente con su pensamiento. Eso le llevó a aislarse, por el miedo a herir a las personas a las que quería. 

A partir de ese momento, empezó un período muy duro. No solo tenía que lidiar con las dificultades de su enfermedad mental, sino que también vivió la pérdida de aquello que le hacía soñar cuando era pequeño y por lo que había luchado tantos y tantos años: una vez diagnosticado, no pudo seguir trabajando en el Cuerpo de Bomberos y le dieron la invalidez total. 

Tras ese duro golpe, sintió que la vida perdió su sentido. Y en lugar de seguir luchando, como siempre había hecho, adoptó una actitud de autocompasión y tiró la toalla. Perdió el rumbo. Ya no sabía a dónde dirigir el barco de su vida ni encontraba puerto que le pareciera suficientemente atractivo y esperanzador. Todo ello derivó en una tristeza profunda, en una depresión, que culminó con un intento de suicidio. 

Había tocado fondo. Había sentido la tierra bajo sus pies, sumergido en el océano de su tristeza. Sin embargo, el hecho de rozar con las yemas de los dedos el final de su vida, hizo que abriera los ojos. Y que reaccionara. Y empezó a nadar hacia la superficie. 

Así, decidió comenzar un trabajo personal profundo. El apoyo de su madre, así como de sus compañeros de terapia en el Hospital Universitario de Candelaria (Tenerife), fueron fundamentales, pero su empeño por recorrer el camino del autoconocimiento fue determinante. 

Un buen día, una amiga le recordó que su enfermedad le impedía ejercer de bombero, pero no trabajar de cualquier otra cosa, y eso le abrió una ventana de esperanza. Y se puso manos a la obra. Fue entonces cuando entró en contacto con Carlos Estévez, de AFES Salud Mental, una asociación que fomenta la igualdad de oportunidades de las personas con problemas de salud mental y colaboradora del programa Incorpora de la Fundación ”la Caixa”. 

Juntos pusieron en valor la experiencia de Javier, y así consiguió una entrevista de trabajo en la fábrica de aluminio Cortizo. Cuando le ofrecieron un contrato de seis meses sintió que recuperaba la alegría que había perdido. Y es que, después de tres años hundido en el sillón, autocompadeciéndose y sin querer salir de casa, había ganado mucho peso y perdido la confianza en sí mismo. Pero, de nuevo, tuvo la oportunidad de volver a tener algo por lo que luchar, se esforzó al máximo y una vez terminado ese contrato, consiguió que lo volvieran a contratar. 

Su historia es una historia de esperanza. Y no le importa hablar de ello, de las dificultades, de su enfermedad mental. Al contrario, piensa que no tiene por qué esconderse y, además, cree que ya es hora de luchar contra la estigmatización que sufren las personas con enfermedades mentales. Ha pasado por un proceso muy duro, pero también ha tenido la oportunidad de conocer a gente maravillosa durante el recorrido hacia una vida plena, con ilusiones por cumplir. De hecho, ahora está en la sección de embalajes y se siente orgulloso porque su jefe, Raúl, le ha dado la oportunidad de asumir más responsabilidad. 

Ahora, mira el futuro con optimismo. Gracias a su férrea fuerza de voluntad y al apoyo que ha recibido (y que él ha sabido aprovechar), Javier ha encontrado un trabajo donde se siente cómodo, puede poner en práctica sus capacidades y, lo más importante, recuperar la felicidad.