'Se procurará que en las capitales y poblaciones donde se conserve todavía el uso de algunos dialectos, se reduzcan todos los nombres de las callas á lengua castellana'. Este es el texto de un artículo incluido en la Real Orden firmada por la reina de España, Isabel II, el 24 de febrero de 1860 y publicada en la Gazeta de Madrid -precedente del actual BOE- el 28 de aquel mismo mes, que imponía una regulación de la manera de rotular las calles y numerar las casas de todos los pueblos y ciudades, incorporando normativas sobre como se tenían que contar los números, clasificaciones por tipo de vía y otros detalles de ordenamiento.

De hecho, este artículo, en concreto, el número 47, es el único que hace referencia al idioma en el cual se tenían que escribir los nombres de las calles y refleja, por una parte, que la costumbre de rotular las calles era previa a la regularización, y por la otra, que había lugares donde aparentemente nadie consideró pertinente escribirlos en castellano. La tercera derivada es el secular desprecio del Estado español y su brazo ejecutor, la monarquía borbónica, contra todas las lenguas que no fueran la castellana, al considerarlas como dialectos -y una cuarta, por cierto, es la misma denominación de la lengua como castellana-.

En todo caso, el 'se procurará' se tiene que entender como una obligación emanada desde Madrid dirigida a aquellas poblaciones que podrían haber optado por letreros escritos en otras lenguas. En Barcelona, según recoge Pere Dalmases en el libro Barcelona pas a pas (Editorial Base, 2021), los nombres de las calles provenían de la cultura popular y "cambiaban a menudo según los acontecimientos y costumbres vecinales". De hecho, el autor recoge que la plaza de Sant Josep Oriol fue la primera vía de Barcelona con un nombre oficial, y recoge una anécdota muy barcelonesa sobre la cuestión de la rotulación que tiene que ver con el general Espartero, insigne bombardero de la ciudad.

 

Hete aquí que después de bombardear Barcelona en 1842, para continuar con el escarmiento, se impusieron multas que se pagarían según el censo, pero los empleados de una chocolatería de la calle de Sant Onofre "con más valentía que juicio, salieron la noche antes del cobro de la multa, saltándose el toque de queda, para tapar con pintura los nombres de las calles y los números de las casas". Según el relato de Dalmases, al día siguiente fue imposible identificar los que tenían que pagar las multas y los cobradores tampoco encontraron a nadie que los ayudara, de manera que "el general desistió de cobrar la vergonzosa multa".

El llano de la Boqueria, kilómetro cero

Más allá de la veracidad de los hechos, queda la cuestión en que entonces las calles ya tenían nombre, fuera oficial o popular, aunque no se especifica si este estaba en lengua catalana o castellana, pero todo ello comportó que a partir del año 1856 en Barcelona se empezara la rotulación sistemática "con placas de mármol con las letras de los nombres rebajadas y rellenadas con plomo". Y con una característica que todavía se puede observar hoy: "Se decidió numerar las calles tomando como centro de la ciudad el llano de la Boqueria, y numerarlos radialmente desde allí". El llano de la Boqueria fue escogido, pues, como kilómetro cero de Barcelona.

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El llano de la Boqueria se convirtió en la referencia para asignar los números de calle / Foto: Vicente Zambrano González - AjBCN

El caso es que la obligación de rotular en castellano para dejar atrás los "dialectos" que, según la reina y su gobierno, todavía se conservaban en varios lugares de España ocasionó los típicos desbarajustes de las traducciones hechas desde la ignorancia y la distancia. Tal como recoge el libro citado, "el resultado fue catastrófico y en algunos casos las traducciones fueron de lo más sorprendentes, como la calle del Pas de l'Ensenyança traducido por 'Paz de la Enseñanza' o Gignàs por 'Gimnasio', entre muchas otras barbaridades". Como se ve, el desprecio por el catalán y por las costumbres que nos son propias no son cosas del siglo XXI, ni del siglo XX, sino que se remontan más atrás.

Represión del catalán durante el siglo XIX

Y es que la represión de la lengua catalana ha sido una constante a lo largo de los siglos por parte de los que han intentado articular una nación española de raíz castellana. Así, a lo largo del siglo XIX y al lado de la obligación de rotular las calles en castellano y nada más, se promulgaron leyes y normativas contra el catalán en los más diversos ámbitos. Algunos ejemplos: 1801, uso exclusivo del castellano en obras de teatro; 1825, uso exclusivo del castellano al sistema escolar; 1837, castigos infamantes a los niños que hablan catalán a la escuela vía edicto real; 1838, prohibición de escribir epitafios en catalán; 1846, obligación de hacer las recetas médicas en castellano o latín; 1862, prohibición de las escrituras públicas en catalán; 1896, prohibición de hablar en catalán por teléfono. Y suma y sigue...