Desde hace meses, el silencio en torno a la maternidad de Tamara Falcó se ha vuelto ensordecedor. La marquesa de Griñón, que lleva más de dos años intentando quedar embarazada, ha puesto en pausa su tratamiento de fertilidad. Y aunque la versión oficial habla de "un descanso necesario", la realidad que se esconde tras esta decisión tiene nombre y apellido: Isabel Preysler.
Fuentes cercanas a la marquesa de Griñón aseguran que fue la propia Preysler quien aconsejó a su hija detener el proceso, no por razones médicas, sino emocionales. Según se comenta en los círculos más íntimos, Isabel habría sido tajante: "Un matrimonio se puede terminar con un divorcio, pero un hijo es para toda la vida". Una frase que ha resonado como un eco frío y calculador en medio de la creciente incertidumbre que envuelve la vida de pareja de Tamara e Íñigo.
Dudas sobre Íñigo Onieva y un matrimonio bajo la lupa mediática
La figura de Íñigo Onieva ha sido fuente de polémica desde antes del “sí, quiero”. Su historial de escándalos y la sombra de infidelidades pasadas mantienen alerta a la familia Preysler, y especialmente a una madre que no está dispuesta a ver a su hija atrapada en un matrimonio con fisuras. El aparente “descanso” en la búsqueda de un bebé no sería más que una estrategia para poner a prueba la solidez del vínculo conyugal.
Y mientras tanto, los rumores no cesan. La presión social y mediática que cae sobre Tamara Falcó —a punto de cumplir 44 años— no es menor. Cada aparición pública, cada entrevista y cada gesto son analizados con lupa por una prensa rosa que no deja pasar una sola pista. En lugar de noticias felices, lo que llegan son señales de un malestar que se ha vuelto imposible de ocultar.
Una fe que la condiciona y un reloj biológico que no se detiene
Tampoco ayuda el peso de las convicciones religiosas que Tamara ha defendido con firmeza. El rechazo a la fecundación in vitro, por considerarla incompatible con sus creencias católicas, ha limitado las alternativas. El resultado: un camino emocionalmente desgastante, donde la ilusión de ser madre se convierte en una espada de Damocles permanente, como ella misma ha reconocido.
Expertos en salud mental advierten que esta etapa puede convertirse en un auténtico "duelo eterno y crónico" si finalmente no logra convertirse en madre. La psicóloga Lara Ferreiro ha sido clara: vivir bajo esa presión podría "destruirla como mujer", y las consecuencias no serían solo individuales, sino también conyugales. Cuando el deseo de ser madre no se cumple, el 60% de las parejas terminan rompiendo, según estadísticas a las que ha tenido acceso la profesional.
La pausa en el tratamiento podría ser una tabla de salvación emocional. Pero también podría representar el primer paso hacia una ruptura más profunda, sobre todo si Tamara empieza a preguntarse si Íñigo fue la elección correcta. La línea entre la tranquilidad y la desilusión es delgada, y todo apunta a que Isabel Preysler prefiere prevenir antes que lamentar. ¿Está Tamara preparada para asumir que la maternidad tal vez no llegue? ¿O terminará cediendo ante las presiones internas y externas para salvar su imagen de “mujer completa”? La respuesta, de momento, permanece en el aire. Lo que es seguro es que Isabel Preysler no está dispuesta a permitir que su hija traiga un hijo al mundo si hay una mínima duda sobre el padre.