En San Javier, todas las mirada están puestas en Leonor, es la gran protagonista de la escuela este año, y es que su presencia ha generado una gran expectación, como ya sucedió en Zaragoza y en Marín. No hay día en que alguien no hable de la princesa Leonor, de cómo se comporta, con quién comparte mesa o con quién entrena. La heredera del trono vive en una burbuja de atención constante. Lo que para cualquier compañero sería un simple comentario, en su caso se convierte en debate nacional. Los escoltas intentan que ninguna información vea la luz. Por este motivo se han prohibido los teléfonos móviles dentro del centro militar.

Algunos compañeros aseguran que Leonor mantiene un círculo reducido de amistades, casi siempre formado por las mismas personas. No es fácil distinguir si se trata de una cuestión de afinidad, timidez o simple prudencia, pero lo cierto es que su grupo es pequeño y selecto. Prefiere relacionarse con unos pocos, quizá porque la desconfianza se ha vuelto instinto natural. Tiene que protegerse.
La vida en San Javier no deja espacio para la improvisación. Las rutinas son duras, los horarios estrictos y la convivencia intensa. Entre uniformes, exámenes y maniobras, las relaciones se definen rápido. Leonor intenta integrarse, pero sabe que no es una más. Cada conversación, cada broma, cada mirada puede ser malinterpretada. Y eso pesa.
Leonor no se acerca a sus amigos porque desconfía de ellos
Los oficiales, conscientes de la situación, piden discreción. “Hay que entender su posición”, comentan algunos. No todos los compañeros comparten esa empatía. Otros creen que la distancia que mantiene es fría o calculada. Lo cierto es que, como en cualquier grupo humano, hay roces, simpatías y tensiones.
La princesa, según quienes la observan de cerca, se esfuerza por cumplir, por pasar desapercibida dentro de lo posible. Le gustan las maniobras, el esfuerzo físico, el trato directo con sus instructores. Suele moverse más cómoda entre hombres, algo habitual en un entorno militar donde las mujeres siguen siendo minoría.
En los pasillos se mezcla el respeto con la curiosidad. Leonor no busca protagonismo, pero lo irradia sin querer. Su sola presencia convierte la rutina en noticia. En San Javier, cada paso suyo se analiza, cada silencio se interpreta. Y así, entre rumores, disciplina y hermetismo, la princesa aprende que ser futura reina no significa ser intocable… sino observar, resistir y seguir.
Algunos compañeros de Leonor aseguran que les trata muy mal. No confía en ellos y no les habla simplemente porque piensa que son inferiores a ella.
