El exilio del rey emérito Juan Carlos I en Abu Dabi desde agosto de 2020 no ha hecho más que profundizar el deterioro personal del exmonarca. Más allá de los evidentes problemas de movilidad, que le obligan a usar silla de ruedas de forma constante, lo que preocupa a su entorno más cercano es el declive cognitivo que empieza a hacerse notar. Las señales son claras: desorientación frecuente, olvidos constantes y episodios en los que no logra reconocer ni siquiera a personas de su más absoluta confianza.

Según quienes han tenido contacto con él en los últimos meses, Juan Carlos I pierde el hilo de las conversaciones, repite temas sin recordar que ya los ha tratado e incluso muestra dificultades para identificar rostros familiares. Todo apunta a que esta situación está profundamente agravada por un sentimiento de soledad que acompaña a Juan Carlos desde su salida de España.

Joan Carles I a Sanxenxo / GTRES
Joan Carles I en Sanxenxo / Gtres

Juan Carlos I se siente solo en Abu Dabi

Aunque cuenta con el respaldo de varios miembros de su familia, su distanciamiento con Felipe VI es evidente. El emérito se siente apartado y, en cierto modo, repudiado por su propio hijo. Una situación que no ha sabido digerir y que, según fuentes próximas, ha motivado su reciente estrategia de presión emocional.

En los últimos meses, Juan Carlos I ha recurrido a acciones que buscan claramente llamar la atención. Una de ellas ha sido su decisión de reabrir frentes judiciales. Las demandas contra figuras como Miguel Ángel Revilla o Corinna Larsen no parecen tener otra motivación que generar ruido mediático y, de forma indirecta, hacer sentir su presencia y relevancia. Y ojo, porque ha amenazado en círculos privados con interponer más demandas si con ello consigue generar revuelo.

Miguel Ángel Revilla i Joan Carles I
Miguel Ángel Revilla y Joan Carles I

Desafío a Felipe VI

Pero quizás el movimiento más simbólico y estratégico ha sido su intento de establecer una nueva residencia en Portugal, concretamente en la localidad de Cascais. Esta zona costera, de fuerte tradición aristocrática, se encuentra a tan solo una hora de Madrid en avión privado y cerca de la frontera española, lo que le permitiría mantenerse muy cerca del país sin instalarse directamente en él.

Esta maniobra, interpretada por algunos como un gesto de nostalgia, tiene otras intenciones. Juan Carlos I quiere estar más cerca de su entorno, pero también enviar un mensaje: no piensa desaparecer sin más. Estar en Cascais le permitiría asistir con mayor facilidad a actos familiares o, quizás, forzar algún tipo de reconciliación institucional con su hijo.