El glamour de la realeza se desvaneció brevemente durante los Juegos Olímpicos de París 2024, cuando el príncipe Alberto de Mónaco apareció ante las cámaras con un semblante inusualmente demacrado. La fatiga evidente en su expresión, los gestos rígidos y una movilidad que distaba mucho de su habitual prestancia, encendieron las alarmas entre los asistentes. No era el rostro saludable del representante de una monarquía, sino la imagen de un hombre que, a sus 67 años, podría estar librando una nueva batalla médica.
Pocos días después, durante la solemne ceremonia por el 80º aniversario del desembarco de Provenza, las miradas ya no se centraban en los discursos o los homenajes, sino en el rostro del príncipe monegasco. Lo que debía ser un tributo al pasado se transformó en una imagen inquietante del presente: siete manchas rojizas resaltaban en su frente, señales silenciosas de una posible afección que la familia real insiste en minimizar.
Las huellas en su piel coinciden con intervenciones anteriores: ¿vuelve el cáncer?
Aunque los portavoces oficiales han negado categóricamente cualquier diagnóstico grave, las imágenes no mienten. Las manchas visibles en su frente, nariz y nuca coinciden exactamente con zonas tratadas en 2014 y 2021, cuando el príncipe Alberto II fue intervenido por lesiones cutáneas. En aquel entonces, se habló de extirpaciones quirúrgicas que la Casa Grimaldi intentó ocultar con discursos vagos sobre "cuidados dermatológicos preventivos".
Hoy, los rumores resurgen con fuerza. Hace poco más de una década, la prensa alemana y francesa, encabezadas por medios como ‘Bunte’ e ‘Ici Paris’, revelaron que el monarca había sido diagnosticado con cáncer de piel, en concreto, un sarcoma de tipo 1, una enfermedad que suele requerir atención especializada y seguimiento riguroso. Ahora, fuentes cercanas al Palacio Grimaldi insinúan que el príncipe habría sufrido una recaída. Esta información ha sido reforzada por la modificación repentina y silenciosa de su agenda oficial, que algunos justifican con “agotamiento estacional”, pero que otros ven como una coartada para ocultar tratamientos médicos urgentes.
El silencio de Charlene y la sombra de una crisis institucional
Mientras los rumores crecen, Charlene de Mónaco mantiene un silencio que solo profundiza el misterio. Con antecedentes de salud propios y una relación con altibajos junto a Alberto, su silencio ante estos rumores ha generado especulaciones sobre una posible crisis familiar que se entrelaza con el deterioro físico del príncipe.
Y es que lo que está en juego no es solo la salud de un monarca, sino la estabilidad de toda la monarquía monegasca. La figura de Alberto ha sido el pilar de la continuidad dinástica tras la era de Rainiero, y su debilidad física deja un vacío que aún no tiene sucesor preparado. Los expertos en casas reales alertan que el debilitamiento del príncipe podría desencadenar una tormenta institucional de consecuencias imprevisibles.
Las respuestas oficiales no bastan para sofocar la inquietud creciente. La versión de Laetitia Pierrat, jefa de gabinete de la Casa Real en 2014, que calificó los rumores de diagnóstico cáncer como “completamente falsos”, se enfrenta ahora a evidencias visuales, antecedentes médicos y testimonios cercanos que parecen indicar lo contrario. Médicos consultados por medios franceses han analizado las imágenes recientes y coinciden en que las lesiones visibles no se corresponden con afecciones menores ni con simples alergias, sino con manifestaciones compatibles con afecciones dermatológicas graves.
Los movimientos dentro del Palacio Grimaldi, el incremento en las visitas médicas privadas y la progresiva desaparición del príncipe de actos públicos solo refuerzan la hipótesis de que el cáncer habría regresado. Esta vez, con más fuerza, más visibilidad y más riesgo.