Si no fuera porque el Estado es una cosa tan seria que, en el extremo, te puede matar -Weber nos enseña que el Estado ejerce el monopolio legítimo (o no) de la violencia-, diría que el Estado español es un Estado de patio de colegio. El Estado español de ahora me recuerda a los quinquis, aquellos (temidos) chulillos típicos y tópicos de cada escuela que, en los años setenta -transición política, crisis económica, inmigración española y catalanismo capado, guerra fría, etc, no querría aburrirles- podían amenazarte con una navaja o navajita a la salida de clase básicamente para que quedara claro quién mandaba, en el patio del colegio.

En el mundo globalizado hay estados depredadores y estados fallidos. Y otros que responden a categorías digamos, más vintage. Últimamente, el Estado español se comporta como un Estado quinqui. Y que me perdonen los fans de las películas del Vaquilla y el Torete, joyas del pop de extrarradio y retratos de una época que explica muchas de las cosas que nos pasan ahora.

El independentismo tiene problemas -cómo no podía ser de otra manera- pero me da la impresión que a) o bien el Estado cree realmente que esto se ha acabado, lo cual constituye un gravísimo error de cálculo con independencia o sin independencia de Catalunya o b) que como ya sabe que ha perdido, con independencia o sin independencia, se dedica a hacer al quinqui. A acojonar al personal en medio del patio.

Como si se tratara del quinqui que te ha pillado fumando u hojeando una revista porno en el lavabo de la escuela, a ti, que nunca te metes donde no te llaman, el Estado y sus terminales mediáticas se han dedicado estos últimos días a recopilar y exhibir vídeos de Lluís Llach sobre las leyes de desconexión y su cumplimiento por parte de los funcionarios y, como prueba definitiva de la perversidad intrínseca del independentismo, a blandir una foto de Maduro con estelada como si, de repente, hubiera descubierto quién mató Kennedy. Ya lo han adivinado: un independentista (catalán). Si un Mercader mató Trotsky, también podía haber matado a Kennedy.

Es patética la escena de un número dos de Interior blandiendo la foto de Maduro con la estelada para tapar la corrupción del PP

Es obvio que la inmensa mayoría de los catalanes nunca se harían una foto con Maduro y una estelada. A muchos nos parece una imagen patética. Pero lo es bastante menos que la escena de patio de colegio de todo un número dos del ministerio del Interior, José Antonio Nieto, blandiéndola en una comparecencia parlamentaria para tapar las amistades peligrosas con el círculo de corrupción del PP. Es lo que le pasa al quinqui, cuando, en medio del patio de la escuela, alguien rompe las reglas del juego y empieza a plantarle cara: que te amenaza y enseña los dientes, los dientes podridos.

Operación Lezo, las aguas putrefactas del Canal de Isabel II. Estos días se está viendo hasta qué punto el Estado quinqui español está podrido hasta las cachas y no es sólo el PP. ¿De verdad que el único recambio que tiene España para Mariano Rajoy, dicho sea sin ningún prejuicio, por si las moscas, es Susana Díaz? ¿De verdad que el futuro que ha escogido el PSOE es hacerle de guardaespaldas a "la derecha"? "La izquierda, al fondo a la derecha", subraya la moción de censura-trampa de Pablo Iglesias y las confluencias. Bofetón a la lideresa andaluza y caramelo envenenado para Pedro Sánchez. 

Al Gobierno de Puigdemont y Junqueras le queda mucho trabajo por hacer para que el tránsito entre el relato de la independencia y la independencia de hecho genere realidades tangibles: de entrada, el referéndum y/o la declaración unilateral, con todo lo que comportan; y, de salida, el reconocimiento internacional. Cuando menos, el reconocimiento internacional de la demanda catalana. Como el Estado lo sabe, que el independentismo no lo tiene fácil, hace al quinqui y el unionismo se pone las botas en las redes sociales: que si Llach saca la estaca contra los funcionarios, que si finalmente un jefe de estado da apoyo a la independencia... Y, entre el chiste malo de patio de escuela, y la tragedia, la justicia del Estado quinqui amenaza con llevar a Pujol (padre), a la prisión. Como el primogénito, que se compara ante el juez con Josep Sazatornil, Saza, en el inolvidable papel del viajante catalán en las Españas del tardofranquismo de La escopeta nacional, otra (gran) peli de los setenta.

Entre el chiste de patio de escuela y la tragedia, la justicia del Estado quinqui amenaza con llevar a Pujol (padre) a la prisión

El relato es imprescindible en política. Y en la vida. Pero no todo se puede fiar al discurso. Si el decalaje entre las palabras y los hechos es demasiado pronunciado, tarde o temprano, el discurso, y quien lo sustenta, se hunden. Es cierto que el lenguaje es un agente que produce realidad, ya sea para crearla o para violentarla -las palabras, tanto honran como hieren-. El independentismo haría bien en seguir el consejo de los sociólogos y aplicarse la máxima de no dar nada por descontado, y mucho menos todavía la capacidad de aplicar su programa, es decir, de poder hacer cumplir la ley a los funcionarios. Ahora bien: si el Estado español tiene que ir enseñando los vídeos de Llach o la foto del sátrapa venezolano con una estelada para desarmar el independentismo, o llamar al amigo marroquí para que nadie reciba al president Puigdemont, obligándole a suspender el viaje oficial, entonces es que quizás el quinqui empieza a tener miedo en medio del patio de la escuela.