La política es el mundo del blablablá. Ningún político consigue zafarse de él. La verdad es que la retórica y la política son dos inventos de los griegos perfectamente ligados y complementarios. La habilidad de quien habla para convencer a sus oyentes es el fundamento de la democracia. Quien habla de forma confusa, quizás es que no tiene claro qué quiere decir. O sí, como pasa con Mariano Rajoy, de quien se burlan sus adversarios porque a menudo construye frases incomprensibles, pero que resulta que es un bobo que los electores votan reiteradamente por afinidad ideológica o por lo que sea.

La cuestión es que la virtud retórica que ha caracterizado a los políticos desde los tiempos de los griegos y los romanos, ahora se ha convertido en una tortura. Sólo basta escuchar los debates electorales de los últimos años para darse cuenta de ello. Hay que tener mucha paciencia para prestarles atención sin sentir vergüenza ajena. La mayoría de las veces cuesta encontrar una frase que tenga un poco de sentido, más allá de la épica que viene condicionada por la capacidad oratoria de quien habla. Porque también es cierto que el estilo puede suplir la carencia de contenido o dar apariencia de novedad a lo que al fin y al cabo es una mera reiteración.

La virtud retórica que ha caracterizado a los políticos desde los tiempos de los griegos y los romanos, ahora se ha convertido en una tortura

El mitin de Pedro Sánchez con el que ayer clausuró el 39º Congreso del PSOE es de este tipo de discursos. Mucho ruido y pocas nueces, hablar por hablar, porque ante el mayor problema que tiene planteado España hoy en día, que no es otro que la decisión de la mayoría parlamentaria soberanista de Cataluña de convocar un referéndum de autodeterminación, Pedro Sánchez no ofreció nada nuevo, aparte de reiterar que el PSOE estaría junto al PP y Cs para oponerse a dicha convocatoria.

Pero es que, además, Pedro Sánchez mintió por lo menos dos veces en su discurso, que empezó al ritmo de una canción Guns and Roses —metáfora de lo que es hoy el PSOE— y concluyó coreando La Internacional, puño en alto, como cuando Alfonso Guerra vestía con la pana del antifranquismo, antes de convertirse en el encubridor de su hermano Juan, protagonista de uno de los primeros casos de corrupción de la restaurada democracia. Qué cosas, ¿verdad?

Que un defensor acérrimo de la Constitución del 1978 diga que las lenguas nacionales vasca, gallega y catalana están reconocidas por la Constitución es no haberla leído. Si así fuera, otro gallo cantaría y el catalán no tendría que sobrevivir bajo la protección única de la Generalitat contra los ataques constantes de los unionistas. España no es Suiza y legalmente sólo protege el español. España tiene una política lingüística —sin que algo así dependa de ningún ministerio en concreto— que parece inspirada, por ejemplo, en las prácticas de asimilación que los rusos practican con las minorías colindantes.

Que un defensor acérrimo de la Constitución del 1978 como Sánchez diga que las lenguas nacionales vasca, gallega y catalana están reconocidas por la Constitución es no haberla leído

La otra gran mentira que soltó Pedro Sánchez en el pabellón de Ifema es que en Madrid y en Barcelona gobiernan partidos salpicados por la corrupción. Por lo que se refiere a Madrid es realmente cierto. El PP de ahora sigue siendo el PP de Bárcenas, Rato, Camps y compañía. Además, el mismo Mariano Rajoy tendrá que declarar como testigo en un juicio que está intentando aclarar la corrupción de su partido. En Barcelona, en cambio, ni el Govern ni los partidos que le apoyan están vinculados a casos de corrupción. El blablablá político a menudo sirve para desprestigiar la política con la difusión de mentiras por parte de los mismos políticos. El único diputado de la mayoría que se ha visto implicado en un caso de corrupción es Germà Gordó, y al día siguiente el PDeCAT le rebanó el pescuezo.

Pedro Sánchez ha recuperado el poder en el PSOE porque las bases socialistas se rebelaron contra el conservadurismo de la vieja guardia socialista. Sin esa determinación, hoy nadie daría un duro por un señor que quiere hacer compatible la aproximación a Podemos con su “no es no” a Rajoy y el “no es no” compartido con Rajoy contra el referéndum catalán. La coalición nacional convierte en aliados a los que a priori se combaten ideológicamente. Y esto pasa en Madrid y, también, en Barcelona. La condición de clase es modificable, la identidad es casi un tinte permanente.

Menospreciar a la gente fue letal para Susana Díaz y los jerarcas del viejo PSOE, que conspiraron con periodistas para facilitar la investidura del PP. Menospreciar la voluntad del Govern de convocar el referéndum a pesar de las amenazas judiciales y refugiarse en una reforma constitucional que, como mucho, se podría producir después de una victoria electoral del PSOE el 2020, sencillamente es un engaño. El blablablá político de toda la vida. Eso es lo que ha convertido en irrelevante al PSC, destruido por los efectos de las bombas lanzadas contra él por el PSOE desde 1978.