Jill Lepore explica en uno de los artículos incluidos en el especial de The New Yorker con motivo del 4 de julio de este año, que la Constitución de EEUU es una de las constituciones escritas más antiguas del mundo y la primera que fue sometida a la aprobación del pueblo mediante las convenciones correspondientes con el conocido lema “We the People ...”. Y eso es tan cierto como que la Constitución de Cádiz de 1812 fue la primera Constitución liberal escrita en Europa. Y sin embargo, tal como señala Lapore, según James Madison, cuarto presidente norteamericano y uno de sus “padres fundadores”, la Constitución “no tiene más consecuencias que el papel con el que está escrita, a menos de que haya sido sellada con la aprobación de los destinatarios ... O sea las mismas personas”.

La España del fundamentalismo constitucional debería leer en inglés y aprender de la tradición liberal norteamericana

Desde hace años, sin embargo, la extrema derecha norteamericana vocifera su enfado con el reformismo al grito de: “¡No rompáis nuestra Constitución!” Es una denuncia desgarrada contra los grandes cambios que se han producido en EEUU desde aquel 1787 y que no les gustan. Siempre hay fundamentalistas de la letra impresa que no entienden que cuando una Constitución deviene un corsé lo mejor es romper el pergamino donde está escrita o bien convertirlo en un souvenir que compran los turistas que hacen la ruta del constitucionalismo norteamericano, que comienza en Filadelfia , donde tuvo lugar la Convención.

La España del fundamentalismo constitucional debería leer en inglés y aprender de la tradición liberal norteamericana, bastante más dúctil y eficiente que el constitucionalismo español, que últimamente está en manos de magistrados con un pasado tan franquista como el de Rodolfo Martín Villa. Debe de ser por eso que las Cortes españolas le rinden homenaje mientras la presidenta del Congreso de los Diputados se niega a que un presidente, por muy autonómico que sea, pueda explicar razonadamente, democráticamente, qué piensa hacer el 1 de octubre, que es cuando la mayoría parlamentaria en Cataluña ha decidido que tendrá lugar un referéndum de autodeterminación.

La mayoría absoluta es la legitimidad del soberanismo. Esa es la legitimidad para haber iniciado el proceso de autodeterminación

En la sociedad de los píxeles y la red, donde todo puede ser almacenado en una nube que se amplía pagando unos cuantos euros, aferrarse al pergamino es, sencillamente, un acto de desesperación. Los políticos españoles se aferran a la Constitución porque saben, consciente o inconscientemente, que España solo existe en tanto que es un Estado. La nación de los catalanes, como la de los vascos, no ha sido nunca la España construida a base de mamporros y guerras civiles. El País Valenciano, las Islas Baleares, Navarra y Galicia tampoco han sido nunca nacionalmente españolas, pero el españolismo allí ha penetrado más.

Mañana, 4 de julio, tendrá lugar en el Parlament de Cataluña una comparecencia conjunta de los dos grupos parlamentarios que apoyan el referéndum del 1 de octubre para explicar cómo se llevará a cabo. También es un acto simbólico, para “desmentir” los rumores que esparcen los unionistas sobre las discrepancias en el seno del bloque soberanista. Las relaciones entre la CUP y Junts pel Sí no han sido fácil desde el 27-S de 2015, cuando la suma de los dos grupos obtuvo la mayoría absoluta. Una vez desactivada la CUP, ahora el unionismo se inventa unas supuestas discrepancias entre el PDeCAT y ERC. No paran, ¿verdad? Les puede la excitación del deseo.

La mayoría absoluta es la legitimidad del soberanismo. Esa es la legitimidad para haber iniciado el proceso de autodeterminación. Incluso las encuestas encargadas por los diarios unionistas no pueden evitar mostrar que la gran mayoría de los catalanes son partidarios de resolver el conflicto con España mediante un referéndum y que la mayoría soberanista del 27-S se repetiría, incluso con más votos, aunque con un equilibrio partidista diferente. El acto de mañana será un acto patriótico y los patriotas, si lo son de verdad, no se miran de reojo, en especial cuando quien los amenaza olvida aquel “Nosotros el pueblo ...”, imprescindible para aspirar al consenso.