El presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, se dio una vuelta este martes por el programa de Carlos Herrera, en la cadena de los obispos, justo cuando empiezan a surgir las primeras críticas (y los primeros miedos) porque la aplicación del artículo 155, el desmantelamiento absoluto de cualquier brizna de poder de la Generalitat y su transformación en un ente puramente administrativo, la expulsión del poder del Govern legítimo de Catalunya y la entrada en prisión de una parte de sus miembros o el exilio en Bruselas del president y otros consellers, no aplaste de una manera definitiva al independentismo el próximo 21 de diciembre. Lejos de suceder esto, el unionismo demuestra su techo electoral en Catalunya en las primeras encuestas conocidas, publicadas y guardadas en los cajones. Y PSC, PP y Ciudadanos parecen haber olvidado aquella manifestación conjunta de hace unas pocas semanas y empiezan a propinarse algo más que rasguños. En casa del pobre —en número de escaños— la alegría es pasajera y las penas duran más.

Rajoy busca salvar su legado después de una política nefasta en Catalunya y de una represión desconocida el pasado 1 de octubre con motivo del referéndum. También, justificar la supresión de la autonomía, porque de hecho en eso ha consistido el 155. Y que esta decisión sin duda desproporcionada le permita sacar pecho y enfrentarse a las críticas que ya se avecinan desde la derecha extrema que, obviamente, quería más. De ahí sus manifestaciones luchando contra las acusaciones de timorato que recibe en el tema catalán. O sus explicaciones de que había destituido a los miembros del Govern de la Generalitat, "algo que no se hacía desde la Segunda Guerra Mundial". ¿No será que si no se había hecho en tantas décadas era porque no se tenía que hacer? Nuestro colaborador Anton Losada, excelente conocedor del político gallego, ofreció a los pocos minutos un magnífico resumen del paso por la Cadena Cope de Mariano Rajoy. Rajoy ya no da entrevistas: hace apariciones, "Apariciones Mariano".

La imagen bélica de la Segunda Guerra Mundial, la no política, la justicia, la Fiscalía. Todo forma parte de la negación del problema. Pero, como se ha visto, eso no lleva a la solución. Y a medida que se acerca el 21-D y se visualiza un reagrupamiento del independentismo y un realineamiento en candidaturas diferentes pero con objetivos compartidos de las tres listas que se dibujan en el horizonte, Madrid frunce el ceño. Y mira sobre la marcha de corregir el error y la injusticia de los diez presos políticos cuando faltan una veintena de días para el inicio de campaña. Y, bajo mano, les pide renuncias para salir de la prisión. O sea: ¿que sí que era un tema ideológico? Y en medio de todo, Puigdemont. ¿Quien para a Puigdemont? Y en Madrid se escucha: ¿pero no puede dejar de hablar este hombre? Y el puente aéreo político hoy no es entre Madrid y Barcelona, sino entre Barcelona y Bruselas. Recuerda los viajes de catalanes a Saint Martin-le-Beau con Tarradellas, pero transmitidos al instante. Pero no va a callar, se vuelve a oír. Y una simple reunión entre Puigdemont y Marta Rovira se abre paso en todos los informativos. Y, un pensante, al que nadie hace caso, concluye: Para eso, mejor que unos estuvieran libres y los otros en casa. Acabarán siendo unos mártires. Pero nadie le escucha.