Todos de niños, ¡e incluso de mayores!, hemos jugado alguna vez al teléfono averiado. Aquel juego donde alguien dice algo a mucha velocidad y con poca vocalización al oído de la persona que tiene a su lado. Esta repite lo que a buenas ha entendido a la siguiente en el corro. Y esta hace lo propio. La frase se va alterando y deformando hasta llegar a la última. Cuando reproduce lo que buenamente ha comprendido, la primera desvela lo que en realidad dijo. Y todos se asombran de cómo, en pocos eslabones, puede deformarse una realidad.

Pues bien, los mercados poseen toda una serie de sistemas de información que son esenciales para un buen funcionamiento de los mismos. Más allá de la información que se publica o se comparte y más allá de los indicadores macroeconómicos, está la información que proporcionan las que, bajo mi punto de vista, son las dos variables clave de transmisión de un mercado: los pedidos y los precios.

Las cantidades que se solicitan en un pedido de un cliente a su proveedor revelan mucha información. ¿Está subiendo la demanda? ¿Está simplemente reponiendo para mantener los niveles de stock? ¿Una reducción es síntoma de que un producto está empezando a dejar de funcionar?

Y, por otro lado, los precios. Los precios son el barómetro esencial de todo mercado. Indican y revelan la fuerza de la oferta y la demanda y, sobre todo, los posibles desequilibrios que entre ambas fuerzas se producen.

Bien, esto no va de teoría comercial. Esta introducción y la analogía del teléfono averiado me sirven para describir el problema de comunicación que en el mundo de la logística y las operaciones está habiendo desde que empezó la crisis de la covid.

Recordemos que el mundo se paró de la noche a la mañana. Nos confinaron a medio planeta en nuestros hogares y únicamente los servicios esenciales se mantuvieron activos. ¿Saben ustedes lo que eso significa y supone en términos de la cadena de información de los mercados, precio y volumen? Toda cadena de suministro lleva aparejado su sistema de información a través de precios y pedidos. Cuando la cadena de suministro del mundo se detuvo, también lo hizo la cadena de información que la acompaña. Como cuando de pronto nos quedamos sin cobertura y ya no escuchamos nada. El teléfono no emitía información errónea. Sencillamente, no emitía información alguna. Todo parado.

Claro, durante los dos últimos años, los confinamientos y permisos para volver a hacer vida normal han sido intermitentes, tanto en el tiempo como en las distintas geografías. De pronto, los teléfonos volvían a emitir información, pero… ¿qué pasó?

China ha crecido un 3%. EE.UU., un 2%. No, la economía no estaba disparada. Sencillamente, los teléfonos estaban averiados

Pues que había cobertura, pero, ahora sí, la información que se iba trasladando a cada eslabón de la cadena emitía señales equívocas que han producido una cantidad de desfases en el mundo terribles. Un retailer solicita un determinado producto, pero el pedido es enorme porque se le había acabado el anterior. Multipliquen esto por miles de detallistas. Los almacenistas reciben una información (a través de los pedidos) de que la demanda de ese producto se ha disparado. Por lo tanto, para no quedarse sin stock, realizan un pedido todavía mayor a los fabricantes. Estos interpretan que la demanda se ha puesto en marcha de una manera fulgurante cuando, en realidad, lo que sucede es que se está rellenando un pipeline que se quedó vacío. Ese tirón de demanda hace que falte materia prima y esta se dispara de precio. La explosión de precios de materias primas envía otra señal a los mercados: escasez. La escasez alimenta todavía más el miedo al desabastecimiento y produce un todavía mayor deseo de almacenamiento de seguridad. Se dijo que no había semiconductores ni microchips porque la demanda en Asia y, especialmente, en China estaba disparada. Lo mismo el aluminio, cobre, etc. No podemos obviar que el coste del transporte y la energía, disparados, se sumaron a este desmán de pedidos extraordinarios, erráticos y, a momentos, histéricos.

Acaba el año y sabemos que China ha crecido un 3%, la cifra más baja de casi el último medio siglo. Y Estados Unidos, creció un 2%. No, la economía no estaba disparada. Sencillamente, los teléfonos estaban averiados.

Es alucinante que, en el siglo de la información, la telecomunicación y la digitalización el juego del teléfono averiado pueda producirse. Pero así es. Los mercados envían información veraz, pero la situación era atípica. Lo que se ha vivido en estos tres últimos años jamás se había vivido en la historia de la economía. Ha habido guerras. E incluso guerras mundiales. Pero someter a la cadena de suministro globalizada del mundo a tal cantidad de arranques y paradas, nunca había sucedido. Ni en guerra una cadena de suministro se altera tanto.

¿Qué podría haberse hecho? Apelar a John Nash. El equilibrio de Nash habría predicho el problema y recomendado la colaboración entre los participantes del juego. Y, así, el juego del teléfono averiado habría sido reemplazado por la Teoría de Juegos. Hay veces en que demanda y oferta no funcionan y los agentes económicos deben pactar.

Pactar precios y pactar entregas.

La inflación habría sido otra.

Necesitaremos aún todo un año para que el flujo de información de las cadenas de suministro se normalice.