Hace alrededor de 15 años, durante una conversación con un empresario de gran reputación y un par de generaciones más sostuve, ante su escepticismo, que el entonces totalmente incipiente ecosistema emprendedor —léase también por tecnológico, en una acepción que los de mi generación mantenemos cuando los jóvenes no nos ven- iba a ser un sector relevante de la economía (la global, y, aún más escéptico el ilustre interlocutor, la española).

Pues resultó que sí, que tras poco más de una década el sector tech, o emprendedor, o digital, o de alto crecimiento; es decir, el de las start-ups y scale-ups; la economía de la disrupción, ha pasado a ser un factor competitivo, de futuro y relevante en nuestra estructura económica. Entre 2016 y 2022 más de 10.000M€ en inversión generada -según datos de Fundación Bankinter y otras fuentes-, decenas de miles de nuevas empresas creadas, aunque los datos sobre start-ups en España difieren según la fuente, el sector TIC ha crecido a ratios cercanos al 20% durante años, supera el 3% en peso del PIB, y claramente el entorno start-up forma parte de esta ebullición.

Es un sector además, lo ratifican diversos estudios recientes, con índices de creación y mantenimiento de empleo altos, y en general empleo de calidad con un peso relevante de alta cualificación. Es un sector que internacionaliza rápidamente y que tiene índices de resiliencia superiores a otros, entre muchos otros atributos. Verbigracia, economía del talento y el conocimiento parte de una receta indiscutible para una estructura económica innovadora, sólida y con mirada al futuro.

La eclosión del sector, además, ha cambiado radicalmente la concepción sobre el hecho de ser empresario en la sociedad. En los 90 el joven emprendedor era una categoría objeto de promoción, hoy es una alternativa laboral casi natural, interesante, atractiva, para jóvenes y para directivos de carrera madura, forma parte del menú profesional habitual. Los amantes de la autoflagelación, que en España son legión, dirán que no lideramos, que en Suecia hacen más unicornios, que en el índice X estamos los quintos en lugar de los terceros... Y ciertamente, como en casi todo, tenemos espacios de mejora: mayores recursos financieros, más ambición para hacer grandes compañías de base española, que la nueva ley de start-ups tiene puntos mejorables o que Portugal, con gobierno también socialdemócrata, se ha puesto las pilas y está atrayendo talento y Lisboa y Oporto compiten con Madrid y Barcelona.

 Sí, todo esto es cierto. Pero uno puede ver el vaso medio lleno o medio vacío. Reducir el número de cenizos sería una reforma estructural de primer orden para España —de hecho recientemente una encuesta europea nos ha hecho ver que nos quejamos demasiado-. Si vemos lo que ha pasado en nuestro ecosistema desde esa conversación en la que me aventuré a prever más por convicción apasionada que por dato alguno, podemos estar satisfechos, sin dejar de autoexigirnos más.

De entrada hay un ecosistema completo, un mercado, donde antes no había nada: empresas por supuesto, pero también inversores, privados e institucionales, locales e internacionales; instrumentos públicos sofisticados; y eventos y organizaciones de gran mérito en Barcelona y en Madrid (South Summit, 4YFN o Tech Barcelona). La economía de alto crecimiento crece y se especializa (se desarrollan nichos en salud, en impacto, en deep tech...). Tenemos unicornios – menos que los franceses, pero avanzamos-, y aparte del liderazgo de Barcelona y Madrid, empiezan a destacar entornos como Valencia, Bilbao o Málaga...ya nos gustaría tanto equilibrio territorial en otros sectores.

Siguiendo con el vaso medio lleno, en lugar de leer Start up nation (Dan Senor & Saul Singer) que está muy bien pero habla de un país que no se parece en nada al nuestro –por suerte, porque admiro profundamente lo que son capaces de hacer en Israel, pero prefiero no compartir las circunstancias que les configuran-, mucho mejor leer a Mar Galtés y su Barcelona Start-up que explica mejor la fuerza del cambio cercano.

Hay mucha literatura sobre start-ups, incluso buenas series, y algunos libros o autores ya son “clásicos” (Ries, Thiel, Wasserman, Fried...), o el reciente Los secretos de Silicon Valley de Scott Kupor en su versión española con prólogo de Didac Lee y Marcel Rafart...Por suerte, sin embargo, los leeremos de mayores, mientras jóvenes brillantes y emprendedores españoles y de todo el mundo construyen un proyecto empresarial disruptivo y de alto crecimiento desde algún sitio más divertido e interesante para trabajar que en el que empezó cualquiera de mi generación su período laboral. Bienvenida sea la disrupción.

Un último apunte a favor de nuestro ecosistema emprendedor, con el que me invito para otra reflexión en otro momento. La alta calidad del talento emprendedor nacional, a veces faltado de convicción. Cuando se ha trabajado mucho con ingleses, franceses, americanos, alemanes o suecos, uno se da cuenta que a pesar de lo mucho que podemos aprender y admirar de ellos, la actitud de aprendizaje y humildad siempre por delante, la verdad es que competimos bien con todos. Un emprendedor —o directivo— español es igual de bueno o más que cualquier equivalente del primer mundo.