Por primera vez, la explicación de una crisis bancaria creo se puede entender de manera relativamente sencilla (la del Banco del Silicon Valley, SVB), y así tal vez sacaremos mejores lecciones.

Las empresas de allá, de la California tecnológica, en plena etapa de beneficios colocaron sus excedentes en depósitos al SVB de manera mayoritaria. Contra estos depósitos, el banco no dio relativamente más créditos (una fuente de negocio) sino que los invirtió en renta fija pensando que los tipos de interés bajos continuarían. Son los activos contrapartida de aquellos depósitos. Pasivos a corto reclamables, de rendimiento bajo, con activos de más plazo y así sin demasiada liquidez a primeras de cambio. Las previsiones del banco no se cumplen. Suben los tipos de interés y los depósitos se retiran buscando alternativas de más rentabilidad. Imaginen, como si en nuestros bancos la gente vaciara las cuentas, ahora tan poco retribuidas, e hicieran cola en el Banco de España para comprar letras del tesoro. Y todo esto al por mayor, ¡como el Valle del Silicio!

Los aspectos técnicos: el problema más grave es el de las carteras de renta fija y su tratamiento contable. SVB tenía al cierre de 2022 una cartera de renta fija (básicamente apoyada en MBS, CMO, CMBS, todos títulos emitidos con la garantía de préstamos hipotecarios) de más de 90.000 millones de dólares, con unas pérdidas latentes de más de 15.000 millones. Pero como que los títulos estaban contabilizados a coste amortizado (Held to Maturity, HtM, se dice) no se tenían que contabilizar las pérdidas. Todo esto funciona mientras se mantengan los depósitos; si estos huyen, la situación se hace insostenible: se tienen que vender los títulos y emergen las pérdidas escondidas. Hasta ahora todo el mundo se tragaba la norma contable. Ahora, después de esta sacudida, ya veremos. Las agencias de rating, de hecho, suelen sobrerreaccionar en estas situaciones.

Sorprende que su ‘Banco Central’ no aportara liquidez con la garantía de aquellos títulos hipotecarios, lo cual recuerda en casa nuestra la crisis del Popular, y el hecho de no haber dado valor a las garantías que aportaba el Popular de cara a recibir liquidez. Esta vez, las pérdidas de la cartera de renta fija vienen de la subida de tipos, no del deterioro de las garantías de los bonos hipotecarios. No es, por lo tanto, causada por la morosidad del sector real. Es el coste de oportunidad de la subida de tipo de interés, y la comodidad de anotar aquellos activos al valor de fecha de amortización, lo que lo explican. Aceptamos en todo caso, por otro lado, que si todas las carteras se tuvieran que contabilizar alternativamente a los precios de mercado de cada momento, se introduciría mucha volatilidad en los balances. Esto, de momento, tiene difícil solución.

En general, las crisis por el riesgo de crédito se ven venir mejor, mientras las de liquidez son muy difíciles de prever, y más difíciles todavía de gestionar, como lo muestra el caso comentado. Todo esto da mucho mérito al Sabadell, que supo gestionar muy bien la retirada de depósitos, y después una OPA poco clara del BBVA.

En cuanto a la contaminación potencial de la crisis del SVB a Europa, no creo que este sea el caso. Si bien justo es decir que los bancos europeos van cargados de deuda pública que se ha desvalorizado con la subida de tipos, muchos financiados con las TLTROS y clasificados también HtM, no parece que la onda expansiva tenga que llegar. Pero cuando alguien corre, a veces todos corren sin saber demasiado la razón. Ayer los bancos españoles caían entre el 7 y el 11 por ciento con mucho nerviosismo, ¡por el animal spirit! De momento, pero, dos aspectos positivos para los ciudadanos pueden emerger: los bancos tienen que retribuir el ahorro si no quieren estampidas, y los bancos centrales tienen que medir mejor la subida del tipo de interés, teniendo en cuenta los daños colaterales (¡sistémicos!) que pueden provocar. Es un aviso.

Dicho esto, se ve que desde el segundo trimestre del año pasado el SVB iba perdiendo importes significativos de depósitos (probablemente las tecnológicas necesitaban dinero para sus planes de reestructuración), y hasta el 8 de marzo el Banco no presentó un plan de contingencia; ya demasiado tarde, y la ampliación de capital propuesta como último recurso lo ponía de manifiesto. Siempre el regulador tiene el eterno problema de cuándo intervenir: ni demasiado pronto, ni demasiado tarde. Si demasiado pronto, provoca sospechas que pueden provocar estampidas; si retrasa la acción, a menudo ya no llega a tiempo.

Por último, estamos todavía bajo los estragos de la regulación trumpista más liberal: poca interferencia en las entidades, y ninguna compasión si fracasan. Hay que tener mucho estómago para tanta insensibilidad cuando las cosas van mal y alguien lo tiene que perder todo (como la crisis de Savings & Loans). Pero ahora, en etapa Biden, las salvaguardias han apaciguado los antídotos, con consecuencias que pueden ser malas: favorecer el abuso moral y la negligencia de los accionistas a la hora de custodiar la marcha de las entidades. 

Reflexión final: ¿tiene sentido que los bancos inviertan en grandes carteras soberanas o hipotecarias? Esto me hace venir a la memoria la crisis de Savings and Loans de mi etapa californiana. Parece de entrada que aquella fue más una función de los fondos de inversión y de los fondos de pensiones, que invierten a largo plazo y las oscilaciones las asumen los fondistas. Hacerlo añade mucha volatilidad a los balances bancarios, al ser muy sensibles a los tipos de interés. Además, se exige muy poco capital por este tipo de inversiones, con el peligro de que se transmitan las crisis soberanas y del mercado inmobiliario a los balances de los bancos.