Apunta National Geographic que en el mundo hay unas 7.700.000 especies animales y vegetales y que alrededor del 25% de las mismas están en peligro de extinción en las próximas décadas, buena parte de ellas debido a la acción directa o indirecta del ser humano sobre los ecosistemas en los que habitan. 

Cuando uno lee este tipo de noticias, tiene la tentación de pensar que nos encontramos ante un hecho preocupante, más bien propio de determinado tipo de documentales televisivos que uno visualiza sin descanso en una de esas anodinas tardes de Netflix, pero que está alejado de las problemáticas económicas o de los aspectos clave de la gestión empresarial. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. En una de las últimas reuniones del World Economic Forum en Davos, Suiza, en 2020, se puso un énfasis especial en la biodiversidad y en la dependencia entre determinados sectores económicos y la naturaleza. Al leer algunos de los datos y evidencias reflejados en ese informe de Davos, se entiende mejor la enorme dependencia entre naturaleza y actividad económica. Alrededor del 50% del PIB mundial depende alta o moderadamente de una naturaleza equilibrada y de los “servicios” que esta presta al conjunto de ecosistemas del planeta, aunque otras fuentes cifran esa dependencia en cerca del 100%. Grandes equilibrios planetarios, como el derivado de la polinización, el ciclo y la calidad del agua, la estabilidad del clima, el control de plagas o la calidad de los suelos, dependen de los equilibrios naturales. Y muchos de estos equilibrios están vinculados con nuestra capacidad de producir. Sectores económicos como el de la construcción, química y materiales, agricultura, alimentación y bebidas, turismo, transporte, minería y otros muchos, tienen una alta dependencia de esos equilibrios de la naturaleza

Si pensamos en esa tozuda realidad con una mentalidad de empresario, incluso de aquel empresario comprometido con el manido paradigma de la sostenibilidad, empezamos a entender que, hoy en día, ese concepto de sostenibilidad es una condición necesaria pero no suficiente. Los datos de los que disponemos nos obligan a aplicar modelos de negocio diferentes que superen el concepto de “recursos naturales”, entendiendo a la naturaleza como algo pasivo de lo que disponemos para nuestro consumo y para alimentar nuestros procesos productivos, al concepto de “capital natural” que reconoce a la naturaleza y sus equilibrios como productora de bienes y servicios ecosistémicos esenciales para la vida en la Tierra y, por lo tanto, para la propia existencia del ser humano. 

Efectivamente, hay que considerar a la naturaleza como capital, no como un recurso. Y, en dirección y administración de empresas, sabemos que cuando hablamos de recursos hablamos de utilización eficiente de los mismos, mientras que cuando hablamos de capital, hablamos de algo distinto. Hablamos de incrementar el capital, de protegerlo, de incrementar la resiliencia de nuestro negocio mediante una estrategia de capitalización a largo plazo. El diálogo cambia, el diálogo no es el mismo. Y los modelos de gestión tampoco. 

Cuando entendemos que la naturaleza es “capital”, como empresarios, nuestra relación con el entorno debe cambiar sustantivamente y, puesto que las últimas décadas están evidenciando un deterioro sin precedentes de ese capital natural, ello tiene que llevarnos a hacer con este lo mismo que haríamos con el capital económico de nuestra empresa si hubiéramos atravesado una etapa de crisis y de deterioro del mismo, proteger el capital que nos queda e intentar incrementarlo a medio y largo plazo para restituirlo a los niveles adecuados. En una palabra, “regenerar” el capital natural. 

Los equilibrios naturales y la capacidad de la naturaleza de proveer al planeta de sus servicios ecosistémicos, se basa en la diversidad; biodiversidad cuando hablamos de los seres vivos. Las actividades económicas de los seres humanos, muy en especial las actividades productivas de las empresas, no solo tienen que respetar esa biodiversidad, tienen que protegerla y, allá donde haya sufrido deterioro, tienen que diseñar sus cadenas de valor de forma tal que no solo protejan esa biodiversidad, sino que contribuyan a su paulatina regeneración. 

Por otro lado, la necesidad de regeneración del capital natural es una enorme oportunidad de negocio. Ayudar a la naturaleza, que nuestras empresas se hagan simbióticas con ella, diseñando actividades económicas y productivas que además ayuden a regenerar nuestros bosques, nuestros acuíferos, la calidad de nuestros suelos o nuestras costas, es no solo lo correcto, sino también, una enorme fuente de riqueza. 

La iniciativa colectiva global Science Based Targets Network, acaba de lanzar su primer conjunto de recomendaciones para ayudar a empresas y negocios de todo el mundo a fijar y desarrollar sus objetivos en relación con la naturaleza. Utilicemos ese u otros marcos de referencia, pero, lo que es más importante, redefinamos el propósito de nuestras compañías y su modelo de negocio. Es imprescindible practicar la economía regenerativa para preservar y regenerar el capital natural.