Lula y Trump están en guerra y el campo de batalla real no es Brasil–Estados Unidos, sino la soja que China compra cada año. Trump ya subió aranceles al 50% a un abanico de productos brasileños, aunque concedió centenares de excepciones, incluyendo aeronaves de Embraer y jugo de naranja. Esto amortigua el golpe y le permite a Lula posar desafiante en casa. Sin embargo, el equilibrio es frágil.

Si Trump retira esas excepciones, el daño a la industria aeronáutica y alimentaria de Brasil será inmediato. Y si además logra que Pekín reoriente compras agrícolas hacia Estados Unidos como condición de una nueva tregua comercial, el costo político para Lula se dispara.

La palanca existe, Trump ya instó a China a “comprar muchas más” sojas estadounidenses y ató esa exigencia a negociaciones comerciales que, si fracasan, reactivan una batería arancelaria de alto nivel. En 2024, China compró más de 12.000 millones de dólares en soja estadounidense, pero la primera mitad de 2025 mostró una caída que la Casa Blanca revertirá con presión política y amenaza arancelaria. Washington quiere volver a usar compromisos de compra como en la “Fase Uno” de 2020: menos déficit y más embarques desde el Midwest.

Para Brasil, el riesgo es asimétrico porque su dependencia de China en soja es estructural: en los últimos años, cerca del 73% de sus exportaciones terminaron en puertos chinos; en valor, 2024 cerró con unos 31.500 millones de dólares en ventas de soja brasileña a China. Esa concentración dejó al país sudamericano como el proveedor dominante del mercado chino en 2025, con volúmenes récord en el primer semestre y proyecciones alentadoras. La fortaleza, en un giro brusco de la política comercial, se vuelve vulnerabilidad: si China traslada una porción de esas compras a Estados Unidos para destrabar un acuerdo con Washington, Brasil enfrenta un excedente inmediato, caída de precios internos y congestión logística en plena ventana de embarque.

Si la soja queda atrapada entre un acuerdo EE. UU.–China priorizando granos estadounidenses, Brasil quedará sin su comprador clave

El mecanismo de transmisión será rápido. Con navieras y traders ya comprometidos en la ruta Brasil–China, un cambio de destino implica renegociar slots, reasignar buques y aceptar descuentos para colocar la mercadería en mercados secundarios con menor profundidad, como Europa, Medio Oriente o el sudeste asiático. Estos no absorben con la misma elasticidad volúmenes de decenas de millones de toneladas. Los márgenes de crushing locales contienen parte del shock, aunque la capacidad instalada no alcanza para absorber un desvío grande en una sola campaña. El real tendería a depreciarse por el deterioro de términos de intercambio y por la cobertura de exportadores, aliviando a industriales, pero golpeando el ingreso rural y la recaudación de estados agrícolas. En paralelo, el “lobby del agro” presionará al Congreso y a un vicepresidente promercado para forzar una desescalada con Washington, porque el corazón del superávit comercial de Brasil depende de la cadena sojera.

Trump, además, conserva cartas adicionales. Puede remover excepciones sectoriales y escalar sanciones personales como ya hizo contra figuras del Poder Judicial brasileño. Y tiene todavía la más contundente de todas: incluir a Brasil en la lista de países vetados para acceder a la inteligencia artificial, hardware avanzado y componentes críticos. Esa medida, que Estados Unidos ya aplica a China, Irán y Rusia, es letal en un mundo donde sin esta tecnología no hay competitividad futura. China, a pesar de su tamaño, ya siente el impacto y sabe que el tiempo corre; Irán y Rusia también lo entienden.

Brasil, con su industria tecnológica aún en desarrollo, quedará fuera de juego de inmediato, sin acceso a las herramientas que definen la próxima década. Si la soja queda atrapada entre un acuerdo EE. UU.–China priorizando granos estadounidenses y una Casa Blanca dispuesta a cerrar el grifo de excepciones y de tecnología, el desenlace es previsible: Brasil quedará sin su comprador clave en el margen y Lula capitulará y aceptará su lugar natural, como otro país vasallo de EE. UU., y así evitar que el frente económico y el tecnológico se le desmoronen al mismo tiempo.

Las cosas como son.