Revolución tecnológica e impacto en el empleo (y II)
- Pau Hortal
- Barcelona. Sábado, 1 de noviembre de 2025. 05:30
- Tiempo de lectura: 3 minutos
En el primero de los artículos de esta serie os indicaba que quería reflexionar sobre esta temática desde una doble perspectiva. La primera u “optimista” (a la que dediqué las consideraciones precedentes), basada en los argumentos que Xavier Sala i Martín formula en su libro De la sabana a Marte. La segunda (a la que llamaré “pesimista”, si bien el término no me convence) está fundamentada en los criterios formulados por Nick Srnicek y Alex Williams en Inventar el futuro (2015), Mariana Mazzucato en El valor de las cosas (2018) y Aaron Benanav en La automatización y el futuro del trabajo (2020).
El verdadero desafío no radica tanto en que desaparezcan empleos, sino en que el trabajo pierda su significado como experiencia colectiva. Durante siglos, el empleo ha sido mucho más que una fuente de ingresos: ha sido fuente de identidad, pertenencia, reconocimiento y derechos. En torno a él se ha organizado la vida, esto es, el tiempo, el estatus, las relaciones, el acceso a la vivienda o la salud. Aunque no sepamos todavía muy bien a donde vamos hoy, este esquema está empezando a cambiar. Ahora, el problema no es tanto que muchas personas no puedan acceder al empleo, sino lo que su carencia supone en términos de irrelevancia social.
Es posible que entremos en una nueva era donde la primera fuente de desigualdad se produzca por el hecho de que solo un determinado porcentaje de personas sea capaz de participar, de ser útil, mientras que el resto quedan relegadas a formar parte de los colectivos que, por no poder acceder al empleo, deban estar vinculados a recibir, de forma más o menos permanente, subsidios o prestaciones (RMU o SMV).
Durante décadas, se nos ha repetido una promesa revestida de certeza científica: cada revolución tecnológica acaba creando más empleo del que destruye. Lo afirman los que, como Xavier Sala i Martín, ven la automatización, la inteligencia artificial o la robótica como una oportunidad para liberar a los humanos de las tareas tediosas y abrir nuevas posibilidades de trabajo "más creativo, más humano".
El verdadero desafío no radica tanto en que desaparezcan empleos, sino en que el trabajo pierda su significado como experiencia colectiva
Aunque no sea posible dudar del hecho de que las anteriores revoluciones han comportado nuevas oportunidades y, en consecuencia, la posibilidad de que los seres humanos accedan a desarrollar un empleo que les permita recibir las compensaciones que les garanticen su supervivencia, no hay ninguna certeza que nos obligue a considerar que este proceso seguirá produciéndose en el futuro. ¿Y si esta vez fuera diferente? ¿Y si estuviéramos frente a una transformación que no solo pone en riesgo determinados empleos, sino el rol mismo del trabajo/empleo como eje de la vida social?
Es cierto que con cada avance técnico se generan nuevos tipos de necesidades humanas. En el siglo XIX desaparecieron los tejedores manuales y surgieron los operadores de máquinas. Hoy se esfuman los cajeros y surgen los desarrolladores de software. Pero la pregunta clave no solo debe de formularse desde una perspectiva cuantitativa (número de empleos) sino también cualitativa. En otras palabras, qué tipo de actividades vamos a desarrollar y cómo van a ser compensadas/retribuidas.
Gran parte de las que hoy son actividades emergentes se caracterizan por ser intermitentes y de poco valor añadido. Y por tanto, se desarrollan en condiciones de precariedad y falta de derechos laborales. Son empleos con alta rotación, poca protección social y escasa capacidad de representación colectiva. La famosa “gig economy” (o economía bajo demanda) ha reemplazado al empleo estable por otro dividido en microtareas a menudo mal remuneradas y algoritmizadas. Incluso en los sectores de más futuro –como es el caso de los vinculados a los propios procesos de transformación digital– la narrativa del talento puede esconder claramente una realidad dual: detrás de cada nuevo sistema hay trabajadores invisibles etiquetando datos en plataformas remotas con bajas contraprestaciones, sin estabilidad ni reconocimiento.
Las máquinas ya no solo reemplazan tareas y roles repetitivos y que tradicionalmente conceptualizaríamos de poco o nulo valor
Otro de los mantras habituales es la hipótesis que plantea que la solución está en la formación y en el aprendizaje. Es decir, que este problema se resolverá en el momento que seamos capaces de adquirir las competencias que necesita la nueva economía y que las personas tenemos que readaptarnos y ocuparnos de la propia empleabilidad. Pero esta lógica puede esconder desde el incremento real y objetivo del desempleo de carácter estructural, hasta una visión del aprendizaje que podríamos definir como elitista. Además, es posible que no todas las personas puedan, quieran o sepan cómo reciclarse profesionalmente. La transición es y será muy dura y no todas podrán acceder a una reinvención que parece imprescindible para continuar siendo empleables.
Existen factores estructurales que dificultan esa reconversión: edad, nivel educativo, acceso digital, barreras culturales, salud mental, responsabilidades familiares y desigualdad territorial, entre otras. La inclusividad no está integrada per se en los procesos de transformación, ya que está diseñada para personas que ya tienen alguna ventaja competitiva. Mientras tanto, amplias capas de la población corren el riesgo de quedar atrapadas en el limbo y hasta es posible que nos encontremos con amplios colectivos integrados por personas que formalmente puedan estar incluso demasiado cualificadas para desarrollar muchas de las nuevas actividades laborales, pero desplazadas para los empleos del futuro.
Hasta hace poco, el consenso era que los robots sustituirían tareas físicas, mientras que las de naturaleza cognitiva quedarían bajo control humano. Pero la inteligencia artificial ha roto ese acuerdo implícito. Hoy usamos sistemas que redactan informes, diagnostican enfermedades, analizan contratos, generan imágenes y responden consultas jurídicas o médicas con una rapidez que ni siquiera los profesionales mejor entrenados pueden igualar. Las máquinas ya no solo reemplazan tareas y roles repetitivos y que tradicionalmente conceptualizaríamos de poco o nulo valor. Hemos de estar atentos a lo que nos depara el futuro.