El mercado inmobiliario acostumbra a ser un barómetro fiable para evaluar la salud económica de un país. Tras un año marcado por la incertidumbre, la pos-pandemia y la volatilidad del entorno socioeconómico, el sector se enfrenta ahora a un futuro incierto, lleno de desafíos y oportunidades a partes iguales.

Tras un final de año que presagiaba brotes de optimismo, el breve inicio del presente año ha vuelto a generar un jarro de agua fría a todas esas esperanzas. El mercado inmobiliario se perfila como un escenario lleno de contrastes e incertidumbres, donde la demanda y la oferta siguen en un fuerte desequilibrio, a la vez que la Administración gestiona un problema que se está convirtiendo en estructural mediante políticas coyunturales y de base puramente ideológica.

En este contexto, el sector inmobiliario, pese a las subidas de precios y los problemas intrínsecos que lo orbitan, sigue siendo uno de los mercados más atractivos en un entorno de incertidumbre. La profesionalización del sector, el aprendizaje de crisis anteriores y una tecnología cada vez más penetrante están ayudando a la modernización del sector y optimizar su capacidad de agilización.

Ahora, sí debemos destacar por encima del resto un factor troncal a la hora de analizar la actual situación, ese es la inflación. Este fenómeno económico, tan en boca en la actualidad mediática que afecta directamente a nuestro mercado inmobiliario y resulta crucial para llevar a cabo cualquier tipo de lectura o previsión, tanto a corto como a largo plazo. 

En este sentido, es necesario tener en cuenta que la subida de precios acumulada en los últimos dos años ha sido del 13%, mientras que los salarios apenas han aumentado un 2,8%. Esta situación ha llevado a una pérdida evidente de poder adquisitivo por parte de las familias españolas, quienes una vez agotado el ahorro generado durante la pandemia han tenido que recurrir a créditos y ahorros para mantener su nivel habitual de consumo, mostrando así, tal y como recogen las diferentes encuestas sobre el nivel de confianza de los hogares. Esta situación no se daba desde el año 2014.

Todas estas fuentes de financiación, sin embargo, se están agotando o como mínimo, están estableciendo criterios menos laxos. ¿Y qué consecuencias tiene este cúmulo de situaciones? La constitución de una demanda interna cada vez más vulnerable. De hecho, los últimos indicadores económicos ya apuntan a una debilidad en el consumo de los hogares, que cayó un 1,8% en el último trimestre de 2022.

Por otro lado, la inflación subyacente sigue en aumento, y ya alcanzó el 7,7% en febrero, mientras que la inflación general parece empezar a ajustar su escalada, situándose en el 6,1%. A pesar de que se trata de una situación mejor de lo previsto, no deja de ser un dato anormalmente alto y que si no viene acompañado de crecimiento económico las consecuencias podrían ser desastrosas.

Analizando estos primeros meses del año, podría dar la sensación de que 2023 no será un buen año para la economía y el sector inmobiliario español, no obstante, he de decir que existe una pequeña luz al final del túnel. Aún con la insetabilidad económica y financiera actual, el año 2023 presenta elementos de optimismo para que el frenazo no sea tan brusco siempre que se mantengan las circunstancias actuales.

Por un lado, no nos cansamos de decir que el uso y gestión adecuada de los fondos europeos Next Generation pueden dar un impulso importante a la economía española y, por ende, al mercado inmobiliario. Estos fondos están destinados a la modernización de la economía y la transición ecológica, lo que ayudaría a crear nuevos puestos de trabajo, fomentar la inversión en el sector de la construcción y, en última instancia, estimular la demanda de viviendas.

También es digna de mención la recuperación del sector turístico, que siempre es una gran noticia para el mercado inmobiliario. En los últimos años el turismo ha sido un pilar importante para la economía de nuestro país, pero la pandemia lo ha golpeado duramente. No obstante, se espera una recuperación gradual y, por tanto, un mayor número de turistas que puedan generar una mayor demanda de alojamiento y vivienda en zonas turísticas.

En definitiva, aunque el mercado inmobiliario español se enfrenta a una situación económica y financiera complicada, hay algunas (pequeñas) razones para ser optimistas en el devenir del año. La gestión adecuada de los fondos europeos Next Generation y la recuperación del sector turístico pueden ser dos motores clave que impulsen el crecimiento económico y la demanda de viviendas. No obstante, el impacto de una financiación más dura y cara, las consecuencias psicológicas de ver cómo el número de compraventas decrece, unos costes de construcción muy superiores a nivel pre-pandemia y un crecimiento de la oferta por debajo de la creación neta de hogares siguen siendo losas de difícil carga y mucho peso a un lado de la balanza.

Por lo que va a ser importante mantener la prudencia en las decisiones de inversión y estar atentos a la evolución de la inflación y otros indicadores económicos relevantes. La situación puede cambiar rápidamente y es necesario estar preparados para adaptarse a las condiciones del mercado en todo momento.