La puesta en marcha del embargo a los productos derivados del petróleo procedentes de Rusia y el establecimiento de un sistema de precios máximos para su transporte a terceros países hace temer un repunte de los precios del gasóleo de automoción a medida que la oferta de carburante se vea restringida. Incluso se escuchan algunas voces advirtiendo de crisis de suministro en un futuro no muy lejano. Las señales de alerta se han activado, aunque los datos de inflación parezcan haber tocado techo y la excepción ibérica en el precio de la electricidad haya hecho que el punto de preocupación principal pase del mercado de la energía al de alimentos y a los aumentos de costes industriales.

Argumentos para el colapso no faltan, porque en los últimos años Rusia ha suministrado más del 40% del gasóleo importado por la Unión Europea (UE). Pero, ciertamente, mucho antes del embargo aprobado, las economías europeas han ido cortando la relación de dependencia, buscando proveedores alternativos y consiguiendo que las importaciones de diésel ruso fueran un tercio inferiores a los niveles anteriores al estallido del conflicto bélico en Ucrania. Ahora bien, a finales de enero, todavía se importaba casi medio millón de barriles al día de las refinerías rusas, una cuarta parte de las importaciones de la UE. No es poca cosa.

Todo un reto, porque el gasóleo sigue proporcionando energía a más del 40% del parque móvil europeo, con una presencia muy elevada en el transporte de mercancías por carretera, el transporte público urbano e interurbano o la maquinaria agrícola, sin olvidar su uso alternativo como combustible de calefacción, en sustitución del gas natural o el carbón. A pesar de los esfuerzos en la electrificación de la movilidad y ahorro energético, la demanda de gasóleo no parece que quiera reducirse de manera notable durante el primer semestre del año en Europa.

Por la parte de la oferta también se detectan algunas señales preocupantes. El gasóleo es un hidrocarburo líquido, derivado del petróleo, con un proceso de refinado más complejo. Es un combustible más denso y con un poder energético mayor porque incorpora una mayor presencia de petróleo en comparación con la gasolina. De esta manera, es más sensible a cuál sea la evolución del precio del petróleo en los mercados internacionales. También lo es del comportamiento del precio del gas natural, que se utiliza como materia prima en el proceso de refinado. De manera que si durante mucho tiempo el precio de la gasolina ha sido superior al del gasóleo, solo ha sido a causa de una mayor carga tributaria en el impuesto especial sobre hidrocarburos.

De esta manera, cuando desde el verano del 2022 el diésel ha hecho el sorpasso de precios es porque se encarece el precio de este derivado del petróleo en los mercados internacionales. Las mayores expectativas de alza de precios se han trasladado a los mercados donde se negocian los contratos de futuro. El litro de diésel es hoy en el conjunto de la UE un 15% más caro que al inicio de la invasión. Y aquí nos hemos mantenido por diferentes motivos. Primero, porque la UE también tiene un déficit considerable de refinerías generadoras de gasóleo. El 20% del consumo interno de gasóleo es abastecido desde el exterior y la guerra de Ucrania no ha sido estímulo suficiente para ampliar la capacidad de producción interna. En estas circunstancias, han sido Arabia Saudí, los Emiratos, la India y, sobre todo, los Estados Unidos quienes han sacado más provecho del desvío de flujos comerciales. Incluso los proveedores chinos han visto la oportunidad de negocio de entregar parte de su producción al mercado europeo. De manera que hay gasóleo disponible, pero para quien pueda satisfacer los costes más altos de transportar el combustible desde distancias más lejanas.

Segundo, porque las inversiones en nuevas refinerías están a la orden del día en Kuwait, Arabia Saudí y Omán, pero este aumento de oferta no estará disponible hasta después del verano y sigue dejando el consumo de energía en la UE en manos de unos socios comerciales con escaso bagaje democrático. Y tercero porque el cambio en la política covid en China y las previsiones de reactivación económica más altas pueden hacer reducir los permisos de exportación a Europa y desviar el suministro de derivados de petróleo hacia el mercado interno.

Todos estos factores conjuntamente pueden contribuir a elevar temporalmente el precio del gasóleo pero el escenario de falta de suministro o de escalada de precios por encima de los niveles históricos alcanzados el verano del 2022 no se perciben como plausibles. Básicamente, porque, en sentido contrario al temor de desabastecimiento, hay que tener en cuenta la presencia de stocks elevados en la UE, los efectos depresivos de la desaceleración económica en la movilidad y las estrategias emprendidas por la misma Rusia con el fin de eludir el impacto económico del embargo, utilizando terceros países para el suministro de petróleo ruso refinado en el exterior. De hecho, ya se detecta que uno de los efectos del embargo es un proceso de reorientación global de los flujos comerciales desde Rusia hacia mercados alternativos pero también en favor de países que exportan diésel en la UE. Es un negocio lucrativo porque el tope establecido a los 100$ por barril está muy por encima del precio en el mercado internacional, lo que facilita la utilización interesada de países intermediarios.

Muy probablemente, los mercados de la energía sigan siendo terreno abonado para el juego de los intereses económicos y geoestratégicos globales y el precio del diésel, la gasolina y otros derivados del petróleo seguirán sufriendo las consecuencias, para bien o para mal. Solo se puede afirmar que ceteris paribus, si se mantienen estables los parámetros actuales, el suministro de gasóleo no parece correr peligro. Pero si el sistema de precios máximos deja de ser tan generoso con Rusia, China restringe la actividad de exportación o toca techo la capacidad de suministro por parte de los proveedores alternativos, la volatilidad de precios estará al orden del día.

No habrá mejor protección ante esta incertidumbre que reducir la dependencia. Y esta tiene la cara y los ojos de un imprescindible ahorro energético que requiere la atención urgente de las políticas fiscales, de inversión pública y de regulación de los mercados. Hablar de frugalidad en época de grandes proyectos tecnológicos parece poca cosa, pero hay que tener presente que un pequeño agujero puede hundir un barco entero.