¿Qué pasará con el precio de los alimentos los próximos meses? Esta es la pregunta que me han hecho en los últimos días varios periodistas, que se extrañaron cuando no obtuvieron una respuesta rápida y sencilla.

Hay un dicho popular entre los analistas de los mercados agrarios: “High prices cure high prices” (“Los precios altos curan los precios altos”). Con ello queremos decir que, en condiciones normales, los años con precios agrarios altos provocan un aumento de la cosecha en los años siguientes, una intensificación de los cultivos y un aumento de las siembras, que incide bajando los precios en las campañas siguientes. 

De facto, estamos observando este proceso hoy en los mercados. Según las estimaciones de la FAO de este mismo mes de marzo, la producción mundial de trigo de 2023/2024 podría situarse en 784 millones de toneladas. Sería la segunda cosecha más alta registrada, aunque inferior a la de la campaña 2022/2023.

En los Estados Unidos y Canadá, los agricultores han incrementado la superficie cultivada en respuesta a los elevados precios de los cereales. En los países del hemisferio sur, y por las mismas razones, las siembras (estamos hablando de la producción que llegaría al mercado al principio del año 2024) deberían también aumentar. Por ejemplo, se espera un récord de siembras de maíz en Brasil.

Es verdad que las perspectivas en Europa son menos optimistas y apuntan a una caída general de la producción de trigo. En Rusia, la producción debería ser inferior al nivel máximo alcanzado en esta campaña 2022/2023, “lo cual refleja unas condiciones meteorológicas más secas que la media en las regiones meridionales y una reducción de las siembras de invierno en un contexto de precios internos más bajos”, indica la FAO. En Ucrania, las graves limitaciones financieras, los daños a la infraestructura y la obstrucción del acceso a los campos en algunas partes del país han tenido como resultado una reducción interanual estimada del 40% de la superficie sembrada con trigo de invierno correspondiente a 2023/2024.

Por lo tanto, y si solo tenemos en cuenta los fundamentos del mercado, los precios de los cereales y de toda la alimentación para el ganado, deberían evolucionar a la baja después del verano, evolución que se confirmaría con el inicio del año 2024.

¿Pero, estamos en condiciones normales?

La pregunta del millón no es si estamos en “condiciones normales”, que no lo estamos, sino las consecuencias que esta anormalidad va a tener sobre el precio de los alimentos. Vamos a intentar a continuación explicitar cuales son los principales factores de incertidumbre.

El primero, es la climatología. La cosecha hemisferio Sur que se está comercializando en estas semanas ha sufrido las consecuencias de la sequía. Ya hemos aludido a los problemas en Rusia, que se extienden a otros países europeos, incluido Francia. En España, las recientes lluvias han dado un respiro para los cereales y el olivar, pero el adelanto en la floración de los árboles, por el invierno tan suave que hemos tenido, hace temer el impacto de unas posibles heladas tardías.

El segundo son las consecuencias de la guerra en Ucrania. Ya hemos visto que el boicot a Rusia está desacoplando los precios interiores rusos de los precios mundiales, pero la producción de este país es necesario para el equilibrio de los mercados. Además, el protocolo que permite la exportación por mar del cereal ucraniano puede ser puesto en entredicho en cualquier momento.

Es verdad que los precios de la energía se han moderado. Si no hay nuevas tensiones en estos mercados, debería redundar en una disminución de los costes de producción tanto directos (la energía) como indirectos (los abonos y la logística). Pero la cosecha de cereales que se espera en el hemisferio norte este verano, y las producciones actuales de carne y leche, se han obtenido con los precios de los insumos altos. Esto quiere decir que, en el mejor de los casos, se reflejarían en los costes de los productos de origen animal en la segunda parte del año.

Otro factor para tener en cuanta es la evolución de la demanda asiática y, en primer lugar, de China. Cuando China tose, los mercados mundiales de productos alimentarios se acataran. La producción china de carne de cerdo sigue recuperándose después del drástico recorte que sufrió con la Peste Porcina Africana. Ello tensara al alza el mercado de los alimentos para el ganado (maíz y soja principalmente) y a la baja el precio de la carne de cerdo de los países (en primer lugar, España) que han desarrollado su producción para exportar allí.

Nadie en su sano juicio puede responder categóricamente a la pregunta con la que iniciamos este apartado. En condiciones normales, mi sentimiento es que los precios deberían moderarse en los próximos meses, pero que son muchas las incógnitas por despejar. Ya se sabe, los economistas somos excelentes en predecir y explicar las crisis pasadas, pero mucho peores en avisar de las crisis futuras.

Los precios de los alimentos

Las presiones políticas están poniendo nerviosas a las empresas. Lactalis (primera productora mundial de productos lácteos, con marcas tan conocidas en nuestro país como Puleva, Président, Flor de Esgueva,  Lauki, Chufi y Choleck,  El Castillo o Forlasa) ya ha anunciado su voluntad de bajar los precios de compra de la leche a los productores. Si esto se produce antes de que se hayan ajustado los costes de producción, y por muchas declaraciones que hagan los políticos al respecto, los perdedores serán de nuevo los productores agrarios.

Si bajan (cuando bajen) los costes de producción, tiene todo el sentido del mundo que ello se refleje en los precios que pagamos los consumidores. ¿Quiere esto decir que debemos volver a la situación de precios anterior a esta crisis, con precios pagados a los agricultores por debajo de los costes de producción? Mi respuesta es doblemente negativa, primero porque es ilegal, tal y como reza la ley de la cadena alimentaria. Pero este es un argumento más formal que económico.

El segundo argumento es que no puede haber agricultura y ganadería verde en números rojos. La transición ecológica, la adaptación al, y mitigación del, cambio climático requiere cambios en nuestros modelos de producción y de consumo. Ello pasa por la internalización de los costes sociales y medioambientales lo es incompatible con alimentos excesivamente baratos. Concluimos una vez mas que, para que la transición sea realmente inclusiva, es necesario un acompañamiento fuerte de la solidaridad nacional para no dejar a nadie atrás, para que no sean los de siempre los que paguen el pato de un crecimiento económico del que no han sido beneficiarios principales, incluso muchas del que han estado excluidos o marginados.