¿Qué hacemos con el turismo?

- Xavier Alegret
- Barcelona. Lunes, 21 de julio de 2025. 05:30
- Tiempo de lectura: 3 minutos
España recibió 94 millones de turistas el año pasado, de los cuales 20 millones vinieron a Catalunya. Son récords absolutos, y que se superarán este año. Ya se habla de cuándo el Estado alcanzará la cifra de los 100 millones, un hito que se afronta con una mezcla de satisfacción, indignación y desorientación. El turismo es una fuente de riqueza imprescindible, pero también de necesidades, e incluso de conflicto, y resolver los contras sin tocar los pros es un reto que no se acaba de abordar.
Hace años que escuchamos hablar del cambio de modelo turístico y de la apuesta por un turismo de calidad, en contra del turismo masivo y de bajo coste, de borrachera, que predomina en algunos destinos de costa o urbanos. Pero lo cierto es que mientras el discurso va en una dirección, el país va hacia otra. Mientras se habla de calidad, lo que llega es cantidad. Mientras decimos que queremos valor añadido, el gasto de los visitantes se estanca. Mientras el sector reclama visitantes con mayor poder adquisitivo, carga contra la tasa turística.
La semana pasada vivimos un intenso debate sobre el sector en FOCUS ON, con dos grandes temas sobre la mesa: los pisos turísticos y la tasa turística. Pocos dirán que no hay que apostar por las tres “d”, diversificar, descentralizar y desestacionalizar, pero a la hora de la verdad, los pisos turísticos defienden que son necesarios y los hoteleros de la costa, que ellos tienen que hacer negocio en verano y no quieren tasas.
Partimos de un hecho irrefutable: es muy fácil decir lo que hace falta, moverse en el terreno teórico, y muy difícil hacerlo, ponerlo en práctica. Cambiar el modelo turístico no es ni fácil ni gratuito. No es como si una empresa quiere cambiar su target y elevarlo, que también se la juega. Es que todo un sector, miles de empresas, asociaciones y administraciones, lo hagan y asuman que algunos se quedarán por el camino. ¿Y qué será de los pueblos de costa, de sus negocios y sus trabajadores, que reciben a ese turista europeo que viene de fiesta?
Mientras el discurso va en una dirección, el país va hacia otra. Mientras se habla de calidad, lo que llega es cantidad
La teoría lleva a las tres “d”. Quizá diversificar sea la que más está funcionando, ya que la amplia oferta turística y el interés de viajeros de todo el mundo, y de todos los poderes adquisitivos, por venir a Catalunya, hace que tengamos un mosaico bastante diverso. Para descentralizar haría falta más oferta fuera de las zonas tradicionalmente turísticas y también que el territorio las pudiera absorber –solo hace falta recordar lo que ha pasado cuando se han puesto de moda parajes maravillosos como el Congost de Mont-Rebei o los volcanes de la Garrotxa. Y desestacionalizar depende de cuándo puede viajar la gente.
Pero si al final la apuesta es por el turismo de calidad, tres de los grandes temas de debate en el sector son sintomáticos de que no vamos bien. El primero es la tasa turística: ¿tiene sentido que se cuestione cuando supone una parte mínima del gasto de los visitantes y la mayoría de las ciudades con las que compite Barcelona la tienen? No lo tiene, pero quizá tampoco que pueda ser más alta en un pueblo de la Costa Brava que en la capital catalana. Habría que adaptarla a la realidad y, si una zona que no tiene turismo se quiere promocionar, dejarla fuera.
Además, hay que utilizar su recaudación para combatir las externalidades del turismo. Si los visitantes hacen uso de unos servicios públicos, es lógico que lo tengan que compensar –y lo mismo digo de las autopistas, pero ya lo trataré en otro artículo. La recaudación debe destinarse a mejorar las ciudades, municipios y zonas afectadas, y también para mejorar la vida de sus vecinos, que en los meses de temporada alta sufren la masificación. También debe servir para hacer promoción turística que conduzca hacia el modelo deseado, promocionando otros destinos y tipos de turismo.
El segundo gran tema de debate son los pisos turísticos. No, ni dispersos ni en bloques. Son una molestia para los vecinos y competencia desleal para los alojamientos que han hecho inversiones para ofrecer un mínimo de servicios y comodidad, y aunque puedan ser utilizados por públicos de todo tipo, familias incluidas, hay muchos grupos de jóvenes de fiesta que, cuando te tocan, te hacen la vida imposible. No son una apuesta por la calidad, sino por la cantidad. Si, como defiende la patronal Apartur, sin los pisos turísticos no se pueden hacer grandes congresos, quizá lo que se necesita son plazas hoteleras. En Barcelona aún sufrimos las consecuencias de la moratoria hotelera del gobierno de Ada Colau, una medida altamente nociva porque mientras no se podían hacer hoteles, proliferaban hostels y pisos turísticos.
No nos engañemos más a nosotros mismos mientras el turismo, y las molestias que ocasiona a mucha gente, no dejan de crecer
El tercer gran tema son los cruceros, a los que, como a los pisos turísticos, Barcelona ha declarado la guerra. El pasado jueves, el Puerto de Barcelona anunció la reducción del número de terminales. ¿Por qué esta cruzada contra los cruceros si el turismo que no queremos viene con Vueling, Ryanair y EasyJet? Contaminan, es cierto, pero ¿los aviones no contaminan? Y los barcos de mercancías también, y no por eso detenemos las importaciones y exportaciones. También se dice que buena parte de estos turistas están de paso y no dejan mucho dinero en la ciudad. Quizá entonces es una cuestión de oferta, de qué se les ofrece.
No es fácil. Es muy difícil, de hecho. Lo sé, y sé que lo que reclamo es tan fácil de decir como complicado de ejecutar. Pero sí que me gustaría ver más coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, y entre lo que se anhela estratégicamente y lo que se reclama después. Y si no se puede, que lo digan, pero no nos engañemos más a nosotros mismos mientras el turismo, y las molestias que ocasiona a mucha gente, no dejan de crecer.