Para dar respuesta a la pregunta sobre qué fiscalidad necesitamos en España hay que tener presentes qué objetivos queremos alcanzar con el sistema fiscal. En este artículo comentaremos tres. El primero, que recaude el dinero necesario para financiar el gasto público. En las encuestas de opinión, la mayoría de los españoles, en torno al 60%, considera que los impuestos son necesarios para poder financiar los servicios públicos. Por lo tanto, parece que mayoritariamente somos conscientes de que los impuestos son un instrumento para financiar el gasto público, aunque después el grado de conocimiento sobre la situación de las finanzas públicas sea muy bajo. Las finanzas públicas españolas presentan de manera reiterada un déficit que bien se puede considerar estructural. La deuda pública española se sitúa en la actualidad en torno al 115% del PIB, unos 1,5 billones de euros. El apoyo europeo nos ha permitido poder financiar este endeudamiento sin más complicaciones, pero es obvio que eso no siempre será así. Recientemente, ¡el Tesoro ha emitido letras a casi un 3% de interés! Por lo tanto, estaría bien establecer un programa de consolidación presupuestaria a largo plazo. En definitiva, se trata de definir qué estructura impositiva queremos tener para poder financiar el nivel de gasto público que los ciudadanos demanden.

En segundo lugar, el sistema fiscal tiene que ser eficiente, lo que quiere decir que no sea un obstáculo a la hora de tomar la decisión de invertir por parte de las empresas, asumir riesgos por parte de los emprendedores o captar talento. En otras palabras, que sea competitivo y distorsione lo menos posible el funcionamiento normal del mercado. La eficiencia del sistema fiscal no implica necesariamente tener menos impuestos, sino tenerlos mejores, es decir, tener una mejor configuración legal, que sea clara, previsible, que otorgue seguridad jurídica a los agentes económicos y que reduzca la litigiosidad. Eso no se consigue de golpe, pero habría que tenerlo presente antes de decidir cualquier nueva modificación: la mirada corta a la hora de introducir cambios no ayuda nada.

El objetivo de una fiscalidad más eficiente incluye también el papel creciente que los impuestos tienen que tener en la transición hacia una economía descarbonizada. La finalidad ambiental de los impuestos, que en España ha sido muy secundaria, tiene que estar mucho más presente. A medida que la situación energética se vaya normalizando, los impuestos tendrán que ayudar a dar las señales oportunas en la lucha contra el cambio climático y en la transición hacia una economía sin carbono. Esta transición tendrá costes y el sistema fiscal tendrá que prever los mecanismos compensatorios oportunos para ayudar a aquellos colectivos más necesitados y más afectados por estos costes. Ahora bien, estos mecanismos tendrán que ser coherentes con la finalidad ambiental de los impuestos, lo que quiere decir, por ejemplo, que no tienen que estar vinculados a los consumos de fuentes de energía contaminantes.

La progresividad no se refiere a todos y cada uno de los impuestos, sino al conjunto del sistema. Los impuestos pueden ayudar a la redistribución, pero esta se alcanza mayoritariamente gracias al gasto público

Y, el tercer objetivo a remarcar es que los impuestos sean justos, lo que quiere decir que en su conjunto tienen que ser progresivos, es decir, que proporcionalmente paguen más los que tienen más renta. Ahora bien, e importante, eso no se refiere a todos y cada uno de los impuestos, sino al conjunto del sistema fiscal. Eso significa, por ejemplo, que el IRPF tiene que ser progresivo y con un peso recaudatorio fundamental, pero no todos los impuestos tienen que ser progresivos. El conjunto de los impuestos pueden ayudar a la redistribución, pero esta se alcanza mayoritariamente gracias al gasto público; se trata de utilizar los mejores instrumentos tanto por la vía de los impuestos como del gasto para alcanzar la redistribución deseada. Los gobiernos pueden tener prioridades diferentes, de acuerdo con lo que los ciudadanos democráticamente hayan escogido y eso, lógicamente, incidirá en los impuestos a pagar, pero los grandes rasgos del sistema fiscal tendrían que ser estables. Eso significa tener impuestos con bases amplias, que graven, por ejemplo, todas las rentas o todo el consumo, calculados a partir de la realidad, sin tratamientos especiales que se alejan de la realidad, como el sistema de módulos. Igualmente, sería bueno alejarnos de visiones maximalistas que llevan a decisiones populistas como, por una parte, la introducción de nuevos impuestos de acuerdo con argumentos más políticos que económicos, o, por la otra, la bajada continuada de impuestos sin tener presente ninguna otra consideración.

Estos temas, conjuntamente con otros, se analizan en profundidad en el nuevo número de la Revista Econòmica de Catalunya que recientemente ha publicado el Col·legi d’Economistes de Catalunya, cuya lectura recomiendo a los lectores que tengan interés en las cuestiones fiscales.