Los que llevamos años intentando, por las buenas, que nuestras sociedades se tomen en serio temas como el futuro de nuestra alimentación y de nuestras zonas rurales, estamos a la vez agradecidos y entristecidos que hayan sido necesario tractoradas para que el silencio educado que nos rodeaba se transformara en inquietud, para que se acortara la distancia cultural (mucho mayor que la física) que separa muchos habitantes de las ciudades y del medio rural.

No limpiemos al niño con el agua del baño. Yo comparto el rechazo a las reivindicaciones expresadas por algunos manifestantes, incluso muy visibles mediáticamente. La lista de lo que yo no dudaría en llamar “disparates” es larga; desde el "No" a la Agenda 2030 a la negación del cambio climático, pasando por la negativa a una gestión razonada de un bien cada vez más escaso como es el agua o a la necesaria y posible coexistencia entre fauna salvaje y ganadería extensiva.

No voy a aburrir al lector con una presentación de las razones que, a mi juicio, explican el malestar de muchos agricultores. Ya las detallé en otro artículo. Si tuviera que resumir mi diagnostico en unas pocas palabras, diría que hay lógicas resistencias a los cambios que requiere la adaptación al, y la mitigación del, cambio climático; que el despotismo ilustrado que ha querido imponer la Comisión Europea imponiendo ritmos y objetivos voluntaristas no ha ayudado; que las dificultades para integrar el Pacto Verde europeo con la política comercial tampoco facilita las cosas; que si es verdad que sin sostenibilidad no habrá agricultura mañana también lo es que hoy no hay agricultura verde en números rojos.

Frente a la ofensiva, mediática y cultural de los negacionistas de la derecha extrema y la extrema derecha, debemos mantenernos firmes y sin complejos en la necesidad de una transición agroecológica de nuestros modos de producción y consumo. Pero tengo la impresión de que el “fuego amigo” a veces no nos ayuda. En particular, me parecen contraproducentes tres errores demasiado frecuentes.

El primer error es hablar de los agricultores como un solo colectivo: a quien de verdad le va bien es a las grandes explotaciones

El primero error es el hablar de “los agricultores” como un solo colectivo; el segundo es no tener en cuenta que la transición ecológica (en este caso la transición agroecológica) requiere de la adhesión activa de los principales actores económicos y sociales; el tercero es el no tener suficientemente en cuenta una de las claves para conseguir un cambio político real, me refiero a la importancia de la “dependencia del sendero” (“Path dependance”, en inglés):

Pero vayamos por partes. Sobre el primer tema, la diversidad de las agriculturas en nuestro país, cabe subrayar que, si bien es verdad que la agricultura española va globalmente bien, que tenemos récord de exportación, a quién de verdad le va bien es a las grandes explotaciones capaces hoy de sacar ventaja a las inmensas economías de escala que está generando la revolución tecnológica que estamos viviendo, también en el campo, con la inteligencia artificial, los drones y el uso de los satélites, todo lo que llamamos entre nosotros “la agricultura 4.0”. Ello contrasta con la evolución de las rentas de lo que podríamos llamar “la clase media” del campo, los agricultores profesionales que componen los batallones de la agricultura familiar.

Sin participación activa de los agentes económicos y sociales en la indispensable transición ecológica, que ha de ser inclusiva, fracasaremos como especie humana en nuestro planeta. En el caso del que hablamos aquí, la transición (agro)ecológica requiere que seamos capaces de ofrecer alternativas de vida digna y sostenible a esta clase media a la que nos hemos referido anteriormente. Se trata de asumir primero que, lo mismo que no habrá agricultura y agricultores mañana que no sean sostenibles, no hay hoy agricultura verde en números rojos.

Se trata de promover la agricultura ecológica, las ventas directas y los canales cortos de comercialización por supuesto, pero también la lucha integrada, la agricultura razonada, las rotaciones de cultivo, allí donde sea pertinente la siembra directa y la agricultura de conservación, las coberturas vegetales del suelo… En otras palabras, se trata de ofrecer a la clase media agraria alternativas de avances reales y prácticas para modificar sus prácticas de cultivo.

Y con esto llegamos al tercer olvido, el de la dependencia del sendero. Estoy de acuerdo que hay urgencia climática, pero el querer avanzar demasiado rápido, a un ritmo voluntarista que no puede asumir la sociedad, no nos acerca al objetivo sino que nos retrasa.  Estamos sufriendo hoy las consecuencias de un despotismo ilustrado, de un voluntarismo excesivo y autoritario, que quiso imponer la Comisión bajo la batuta del Vicepresidente Timmermans, marcando unos objetivos políticamente fijados sin análisis de impacto ni de practicabilidad.

Pistas para avanzar

No quiero terminar sin atreverme a presentar unas pistas para avanzar en una dinámica de progreso, también para los agricultores, nuestra alimentación y el planeta. Una propuesta ya ha sido nombrada repetidas veces. Tenemos en España la mejor (o la menos mala) ley de la cadena alimentaria de Europa. No es hora de cambios improvisados y ocurrencias, sino de una evaluación participativa de su funcionamiento y la negociación de mejoras consensuadas con todos los actores de la cadena.

Pero hay que ir más allá. Estamos viviendo —como ya he señalado— en el campo, como en el resto de la economía, una revolución tecnológica sin parangón hasta ahora. A mi juicio, el objetivo prioritario de la política agraria necesaria debe ser la clase media de productores familiares y profesionales, para conseguir que sea partícipe también de esta revolución productiva.

El agricultor familiar individualista se está muriendo, o ya está muerto sin que quizás lo sepa. Las políticas públicas deben convencerle que su futuro pasa por la cooperación

La prometida ley de la agricultura familiar es un buen anuncio. Pero tiene que ser rápidamente mucho más que esto. Concretamente, esto significa profundizar en el camino ya iniciado para que esta clase media sea prioritaria en el acceso a las ayudas a la renta, a las inversiones e incluso a las medioambientales; que la formación al uso de las nuevas tecnologías sea para ella una realidad palpable y que las tan necesarias innovación e investigación públicas también se enfoquen prioritariamente hacia ella.

El agricultor familiar individualista se está muriendo, o ya está muerto sin que quizás todavía lo sepa. Las políticas públicas deben convencerle de que su futuro pasa por la cooperación. Las formas que pueden adoptar para ello son múltiples y complementarias. Dependerán, primero, de su voluntad, y luego de las circunstancias, del propósito de la iniciativa organizativa: desde la producción a la comercialización; desde facilitar la instalación de jóvenes y nuevos agricultores a movilizar el potencial que representan las mujeres rurales; desde la formación al acompañamiento profesional; desde el uso en común de la maquinaria a la contratación laboral; desde la transformación de los productos a su venta directa.